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La radio a galena de Oscar

Lunes, 07 de octubre de 2013 20:42

 Y seguimos haciendo viajar a nuestros lectores al tiempo i‘ñaupa. Ahora entra al juego mi amigo Oscar de América, su pseudónimo, quien nos cuenta que por 1960 la radio era un juguete sólo para adultos y que el grito de guerra de los padres era: “¡Ni te arrimés a la radio!”, cuando querían tocar las perillas de esas enormes radios a válvulas.

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 Y seguimos haciendo viajar a nuestros lectores al tiempo i‘ñaupa. Ahora entra al juego mi amigo Oscar de América, su pseudónimo, quien nos cuenta que por 1960 la radio era un juguete sólo para adultos y que el grito de guerra de los padres era: “¡Ni te arrimés a la radio!”, cuando querían tocar las perillas de esas enormes radios a válvulas.

Recuerda que, por esa época, llegaron a Salta las primeras radios a transistores, con poca fidelidad y que los chicos no tenían otro entretenimiento que mirar revistas.

Dice que pasaron muchos años antes de que la televisión en blanco y negro llegara para aburrir a los chicos con “El amor tiene cara de mujer”. Pero confiesa: “En honor a la verdad, era mil veces más aburrida la vida antes de la televisión, porque a los chicos nos mandaban a la cama antes de haber tragado el último bocado de la cena”. Después nos hace un fino detalle: “Tendría yo doce años cuando un radiotécnico me mostró una radio a galena y quise saber cómo podía hacer una para mí. Es fácil ahora, dijo... Con un diodo suena mejor que a galena. Me vendió un elemento al que él llamaba púa, un audífono de baja impedancia, un diodo, un rollo de alambre de cobre y un garabato que indicaba cómo construirla. Enrollé el alambre en una madera como indicaba el dibujo e hice dos soldaduras, según me había explicado el hombre. Raspé varias veces el alambre de cobre con la púa hasta quitar el esmalte y luego la llevé lentamente rozando las espiras. El contacto con una de ellas hizo que saliera LV9 con una fidelidad increíble. Desde entonces, mis noches eran un contento; me acostaba, rápidamente apagaba la luz y me ponía el audífono en el oído. Después de escuchar cada noche ‘Cochereando en el recuerdo’, me dormía arrullado por la ilusión de ser un día un arquero como Roma, un boxeador como el zurdo Lause y un contador de historias como don César Fermín Perdiguero, todo en un mismo paquete. Todavía no lo logro, pero trabajo en ello; cada día inflijo duro castigo a la bolsa. Lo que no consigo desarrollar es mi habilidad para atajar los penales, a fin de mes...”. ¿Churo no?

 

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