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La teoría del mataco

Miércoles, 20 de marzo de 2013 22:09

“Chiwoie kalayi”, empieza sus mensajes de texto el cacique de Pozo El Tigre, en Santa Victoria Este, Departamento Rivadavia, que limita con Bolivia, Paraguay y Formosa. “Te saludo amigo”, dice que se podría traducir, pero aclara que existen muchos dialectos entre los wichi. Esa cultura hija del Gran Chaco es patrimonio vivo de esta Provincia más que de cualquier otra, porque son salteños la mayoría de los 85 mil wichi que se estima que viven en la Argentina. Eso implica una responsabilidad, pero una de esas que se asume ante toda la humanidad. Sin embargo, ese privilegio, que podría ser motivo de orgullo, parece ser un problema y hasta hay quién lo vive como una maldición. Muchos los llaman “matacos” por costumbre, como se los nombraba antes, pero son más los que usan esa voz como sinónimo de insulto. Para algunos se trata de un término que solo describe su idiosincrasia montaraz, como les dicen a los que viven monte adentro. Según otros autores, la palabra fue impuesta por los conquistadores que la usaban para significar "animal de poca monta". La palabra “wichi”, en cambio, tiene un solo sentido. En ese idioma quiere decir “persona”. En la Argentina de los 200 años, todavía se trata al wichi como a un mataco.

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“Chiwoie kalayi”, empieza sus mensajes de texto el cacique de Pozo El Tigre, en Santa Victoria Este, Departamento Rivadavia, que limita con Bolivia, Paraguay y Formosa. “Te saludo amigo”, dice que se podría traducir, pero aclara que existen muchos dialectos entre los wichi. Esa cultura hija del Gran Chaco es patrimonio vivo de esta Provincia más que de cualquier otra, porque son salteños la mayoría de los 85 mil wichi que se estima que viven en la Argentina. Eso implica una responsabilidad, pero una de esas que se asume ante toda la humanidad. Sin embargo, ese privilegio, que podría ser motivo de orgullo, parece ser un problema y hasta hay quién lo vive como una maldición. Muchos los llaman “matacos” por costumbre, como se los nombraba antes, pero son más los que usan esa voz como sinónimo de insulto. Para algunos se trata de un término que solo describe su idiosincrasia montaraz, como les dicen a los que viven monte adentro. Según otros autores, la palabra fue impuesta por los conquistadores que la usaban para significar "animal de poca monta". La palabra “wichi”, en cambio, tiene un solo sentido. En ese idioma quiere decir “persona”. En la Argentina de los 200 años, todavía se trata al wichi como a un mataco.

Este argumento que eleva el carácter despectivo del hombre por sobre su carácter compasivo está arraigado en el algún lugar del inconsciente colectivo de no pocos salteños, como se puede ver en los comentarios que dejaron esta semana algunos lectores de El Tribuno por Internet, en la nota titulada “A los aborígenes los planes sociales no les alcanzan”. Ahí, distintas comunidades de Rivadavia Banda Norte pedían políticas que generen empleo en la zona. “Dejen de chupar y pónganse a trabajar, los aborígenes son unos jeropas tremendos. Si quieren vivir como sus antepasados entonces que se alimenten como sus antepasados, esto es por sus propios medios.”, expresó Juan Pablo, un lector de El Tribuno.

“Yo los puedo ayudar con 1.000 pastillas de anticonceptivos, para que se dejen de reproducir como plagas”, escribió Marcelo. “¿Pobre gente? Yo no le veo nada de pobres. Son gente vaga, dejada. Eso no es cultura. Eso es vagancia, gusto de estar sentados. No les importan nada sus hijos. Yo vi un bebe con diarrea y la madre lo tenía tirado en una frazada, todo sucio y lleno de moscas. ¿Qué cultura ni qué cultura? Ahora no les debe alcanzar para comprar cigarros, coca y vino por eso se quejan”, dijo un lector que se hace Llamar George Orwell, como el autor de 1984 y Rebelión en la Granja, famoso por defender maravillosamente los valores opuestos que defiende su seguidor virtual.

Todo indica, que los seguidores de esta teoría sostienen que el indígena es un vago, borracho, que no necesita baño y que se mueren de hambre por razones culturales. Lo primero que se puede inferir de estos comentarios es que para algunos la discriminación es algo legítimo. Parece más probable que nazca un militante de la teoría del mataco dentro de las familias que tienen acceso a internet, a que aparezca en alguna de las comunidades que forman parte de la primera generación de aborígenes que tiene que pagar por alimentos después de 7000 años. Pero la ideología mataca también tiene tiene sus seguidores originarios.

Resulta todavía menos alentador ver que algunos representantes del pueblo profesen con tanto entusiasmo la misma doctrina en la función pública. Durante el verano de 2011 nueve chicos indígenas menores de tres años perdieron la vida luego de deshidratarse. Seis de ellos eran de Rivadavia Banda Norte. El Gobernador de la Provincia, dijo entonces que la desnutrición en poblaciones aborígenes del norte era “un problema cultural”. En realidad es más probable que, al menos los seis chiquitos de Banda Norte, hayan muerto por no tener agua potable, que produce diarreas en los menores con bajo peso y en esa zona de distancias y calores puede llevar a la muerte. Para el doctor Tomás Torres y su mujer, la psicóloga especialista en Salud Pública, Alicia Torres y que trabajaron contra la desnutrición durante años en Iruya, nadie muere por una cuestión cultural. “Antes decían que las madres eran las culpables de las muertes por desnutrición. Hoy tenemos que tolerar que digan que mueren por su forma de vida, por su cultura”, dijeron en mayo de ese año a El Tribuno. En febrero murió otra vez una chiquita wichi de Rivadavia Banda Norte, donde todavía siguen sin agua potable.

Lo mismo se pudo apreciar en noviembre de 2012, cuando El Tribuno publicó que el Gobierno, por intermedio de un convenio en entre el Instituto Provincial de Pueblos Indígenas de Salta (IPPIS) y el Ministerio de Desarrollo Humano local entregó más de 40 viviendas de madera, sin luz, gas, agua y baños a familias aborígenes que las calificaron de “inhabitables”. Además, no se hicieron más de 60 viviendas de las 200 planificadas. Para colmo, no se conoce licitación pública y el destino final de los 10 millones de pesos que le otorgaron al entonces presidente de la institución y actual vocal de la etnia wichi, Indalecio Calermo. ¿Son casas para matacos o casa para personas? Curioso que las haya gestionado un wichi. Pero el escándalo estalló en todo el país un mes más tarde, cuando Telenoche, el noticiero nacional con más audiencia, divulgó la noticia. Ahí se puede escuchar a Juan Manuel Urtubey diciendo que “los mejores programas de vivienda de la Provincia son los que se hicieron con el IPPIS”. Sergio Zorpudes, secretario de Obras Públicas de Salta, opinó que “esas soluciones habitacionales son una solución intermedia, pero que dignifica”. El funcionario remató la explicación de la falta de baños diciendo que responde a la idiosincrasia cultural de los pueblos originarios.

La teoría del mataco se reflejó más patente momentos antes de que se difunda en la televisión abierta el informe. Paula Bernini, productora de TN, viajó a Santa Victoria Este para investigar el tema y le contó a El Tribuno como fue el apriete que sufrieron para que no salga la nota. “Distintas personas que se identificaron como asesores del Gobierno de Salta organizaron una maratón de llamadas horas antes de que empiece el noticiero. Presionaron a tres productores periodísticos y a dos productores ejecutivos para que no salga la investigación. El argumento era que nosotros éramos unos ignorantes, porque los aborígenes no tienen baño en sus casas por un tema cultural”, afirmó.
“Estamos en el año 2013, nadie puede pensar que una persona no necesita baño y que prefiere hacer sus necesidades en el monte", desmintió la semana pasada el legislador wichi de Morillo Reinaldo Ferreira. Se refería los 60 “módulos habitacionales” que el Gobierno entregó en Rivadavia Banda Norte en 2009, planificadas con un solo ambiente, sin baño, sin cocina, sin agua y sin chapas en la galería. A kilómetros de ahí, en las comunidades wichi de la provincia de Formosa, el Estado otorgó casas con varias habitaciones, agua, baños y otras comodidades. Ningún aborigen rechazó la vivienda por sentir que ofendía su idiosincrasia, por el contrario, sus vecinos salteños exigieron para ellos el mismo trato.

Dirigentes bien intencionados dentro de la Iglesia Católica y de las propias comunidades aborígenes son a veces víctimas de la logia que encuentra en el indígena un ser inferior. Algunos de ellos exigen más auxiliares bilingües para los docentes y enfermeros que trabajan en comunidades. Trasmiten el reclamo de cientos de habitantes originarios que tienen serios problemas de comunicación en escuelas, puestos de salud y hasta en la Justicia. ¿Pero porqué no puede ser docente, médico, abogado, juez o director de escuela un wichi, chorote, tapiete, toba, chulupí, guaraní, chané, kolla o diaguita? Ningún maestro o doctor wichi necesitaría intérprete para que lo entiendan sus alumnos o pacientes.

Algunas actitudes que fueron noticia en comunidades originarias no hacen más que reforzar la idea de que es inútil brindarles oportunidades a los indígenas y atenta contra el propio beneficio de esos pueblos. Eso es lo que pasó en febrero de 2011, cuando un malón, desguazó el edificio de experimentación didáctica que tenía la Escuela de Educación Técnica 3146 de La Puntana, en Santa Victoria Este. La estructura fue arrasada en banda y nunca más volvió a funcionar. Un grupo de aborígenes de la localidad, que tiene 10 caciques y más de 4.000 personas, saqueó en 24 horas todo lo que había en el anexo que funcionaba desde hacía menos de dos años. No quedó ni el techo. Tampoco encontraron a los responsables. “Nos han hecho quedar mal a todos, como si nosotros hubiéramos hecho este destrozo. Nos merecemos justicia, para que otra gente vea que esto no se hace y que no todos los aborígenes somos salvajes”, le dijo a El Tribuno el cacique Pablo Solís.

¿Porqué tenemos esa percepción estrecha de los que atesoran las lenguas milenarias que tienen su raíz en nuestra tierra? ¿Porqué no podemos sentir orgullo por ser la reserva de culturas vivas más importante de la Argentina? El que sale al monte sin más herramientas que un cuchillo Tramontina y vuelve con un chancho rosillo al hombro para alimentar a su familia no es vago ni ignorante. El talento y habilidad que se necesita para sobrevivir en el chaco salteño no se aprende en ninguna cátedra, pero eso no quiere decir que no se trate de una forma de conocimiento.

Cuando los doctores Torres llegaron a Iruya desde Córdoba en 1978 encontraron en la puerta de la estación sanitaria un cartel que decía: “Para ser atendido primero debe lavarse los pies en el pico de la esquina”. No les pareció raro con ese antecedente que casi la totalidad de los partos en la zona se hicieran fuera del hospital. Sacaron el cartel y se interesaron por conocer la cultura de estos habitantes milenarios de los cerros salteños, que tienen costumbres muy diferentes a las de sus hermanos del chaco. Cuando entendieron como pensaban, los partos comenzaron a realizarse masivamente en el hospital y llegaron a una conclusión que puede explicar las bases de la teoría del mataco: “Nadie puede amar lo que no conoce”.

“La interculturalidad, entendida como respeto mutuo y recíproco, es una riqueza y es un derecho, no solo de los Pueblos Originarios sino también del Pueblo Argentino y de la humanidad”, dice la Declaración de los Pueblos Originarios presentes en el primer Congreso de Las Lenguas llevado a cabo en Rosario en 2004. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 25, establece: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios”.

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