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Doce años esperando que se haga Justicia

Sabado, 30 de marzo de 2013 23:02

La semana pasada, la ministra de Derechos Humanos pateó el avispero judicial al declarar que había demoras en los tribunales que eran inentendibles y que respondían a una deshumanización de algunos magistrados. Cuatro magistrados consultados reconocieron la necesidad de mejorar los tiempos de la Justicia, pero afirmaron que trabajan con conciencia social, aunque con muy pocas herramientas.

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La semana pasada, la ministra de Derechos Humanos pateó el avispero judicial al declarar que había demoras en los tribunales que eran inentendibles y que respondían a una deshumanización de algunos magistrados. Cuatro magistrados consultados reconocieron la necesidad de mejorar los tiempos de la Justicia, pero afirmaron que trabajan con conciencia social, aunque con muy pocas herramientas.

El Tribuno encontró un ejemplo con nombre y apellido de la denuncia generalizada que arrojó contra el Poder Judicial la funcionaria del Poder Ejecutivo, réplica humilde de la batalla que lleva adelante el Gobierno de Cristina Fernández en su afán por “democratizar la Justicia”. Tal vez por eso, el juez del máximo tribunal de Salta, Abel Cornejo, pidió no hacer campaña con la Justicia y evitar las acusaciones infundadas que desprestigian las instituciones.

El 20 de diciembre de 2001, la misteriosa cadena de causas y efectos que rige el universo determinó que “Gerardito” Zurita estuviera en la esquina de Alsina y Lima, una de las calles que componen la Avenida 9 de Julio, en la Capital Federal, justo cuando se desató la furia más terrible de nuestra reciente historia democrática.

Tenía 18 años cuando la bala de plomo calibre 9 mm que le disparó un policía desde la vereda de enfrente le perforó el cuerpo y le reventó el bazo. Un tatuaje de letras negras bien grandes debajo del ombligo dice en inglés: “Legally Shot”, que se traduce “baleado legalmente”. La idea la sacó del grupo de rock Illya Kuryaki and the Valderramas: “Murió de ocho tiros policiales, según la ley, ocho tiros legales”, dice la canción. Eran sus primeros meses en Buenos Aires.

Se levanta la camiseta y señala un agujero que le entra cerca del omóplato, a centímetros de la columna. Tiene un tajo del largo de una mano. En el pecho una herida inmensa le baja por entre las costillas y se ven otras tres cicatrices más. “Tengo suerte que no me tocó una vértebra y que pudieron arreglar mis pulmones”, contó el estudiante de cine.

Gerardo y su primo quedaron atrapados entre las balas y el pánico, a cuadras de donde vivían.“Lo que mostró la TV no fue ni un 10% de lo que se vivió. Los tiros eran permanentes. La gente caía a nuestro lado y uno solo atinaba a cubrirse”, recordó de ese día que empezó como un niño y terminó como un hombre.

Con su primo trataba de llegar hasta la casa de su papá, miembro del Instituto Gemesiano, asesor del bloque del Partido Renovador en el Congreso de la Nación. Pero su barrio quedaba del otro lado de la avenida más ancha del mundo, que en ese momento era escenario de una batalla urbana donde en dos días murieron 39 personas en manos de las fuerzas de seguridad, incluyendo 9 menores. Muchos de ellos no estaban en la revuelta, sino en el lugar y el momento equivocado.

DE FRENTE BAJO LA CICATRIZ, UN TATUAJE REZA “LEGALLY SHOT” (BALEADO LEGALMENTE).

La mirada de la muerte

“Esquivamos el despelote grande de la Plaza de Mayo, que parecía que era lo peor”.

Por las calles avanzaban a contramano policías motorizados, guardias de infantería con perros, gases lacrimógenos, caballería y camiones blindados. Un grupo de civiles resistía el fuego y contraatacaba. Motoqueros embestían a las fuerzas devolviendo las granadas de gas. Encapuchados arrojaban lo que podían y vándalos rompían las vidrieras. La anarquía.

“Parecía que habíamos zafado cuando llegamos a esa esquina. Estábamos entre un tumulto. Algunos sacaban cosas de un kiosco destrozado. Estábamos paralizados. Entonces se escucharon las ráfagas de tiros y dimos con un escenario caótico. No había para donde salir”, recordó.

Gerardo Zurita padre salió ese día preocupado del Congreso. Caminó un par de cuadras hasta su casa y prendió la tele. Pudo ver a su hijo como congelado en una esquina. Le pareció que estaba seguro, alejado de los desmanes. Pero más tarde sonó el teléfono. Gerardito estaba internado en el Hospital Fernández con una bala de plomo alojada en el cuerpo. Salió corriendo, pero la ciudad era una imagen del apocalipsis. Ningún taxi frenaba, por lo que le tuvo que rogar a un taxista para que lo llevara al hospital. “Ese hombre me comprendió profundamente y atravesamos el caos a toda velocidad”, recuerda. Cuando llegó le dijeron que estaban reconstruyendo los pulmones de su hijo y que ya había perdido el bazo. Momentos después, el cirujano se acercó al padre y le dijo que la situación era estable. Le extendió la mano y le dejó un proyectil de 9 mm. “Guárdelo. La Policía está presionando para que le demos la evidencia. Les dije que se desintegró en el cuerpo”, le dijo. Tiempo después la bala desapareció de los tribunales de Comodoro Py, aunque ya se habían realizado todas las pericias legales.

Gerardo llora cuando recuerda esas horas de espera en la escalera del hospital y cuando escucha a su hijo contando que lo salvó un ángel.

Un hombre de pelo largo que estaba junto a Gerardito cuando retumbaron los primeros disparos lo miró fijo por unos segundos. Se tocó la nuca y bajó la mirada para ver su mano ensangrentada. Después cayó sobre sus rodillas primero y luego se desvaneció sin vida en el asfalto. “Bum, bum”, lo despertaron de esa pesadilla los balazos y algo en la cabeza le ordenó: “A correr chango”. Ubicó a su primo con la mirada y corrió. En la vereda de en frente, sobre la 9 de Julio, se veían los fogonazos de las armas de fuego que apuntaban hacia la multitud. De pronto sintió un dolor muy intenso en un punto de su espalda. Pensó que podría haber sido una bala de goma y siguió escapando. Se refugió con otros atrás de un puesto de diarios. Su remera estaba llena de sangre. Alguien que estaba ahí se dio cuenta. “Quedate acá voy a buscar una ambulancia”, le dijo. “Fue mi ángel guardián”, describe Gerardito Zurita. Entonces se le nubló todo. “No podía respirar. Sentía como si me estuviesen torturando con una bolsa de plástico, como si me asfixiaran”.

La ambulancia apareció a toda velocidad. Gerardito recuerda que antes de abandonar la avenida una multitud detuvo abruptamente el vehículo. Gente exaltada abrió las puertas y un hombre bañado en sangre se acercó a la camilla en donde intentaban estabilizarlo. “Estaba en estado shock. Más tarde pude ver en videos que la sangre era de su hermano, al que lo reventó un disparo cuando lo tenía en sus brazos. Me dijo que me quedara tranquilo, que él sabía que iba a estar todo bien. Después no me acuerdo más nada. Me desperté en una cama de hospital”.


DE COSTADO EL RECORRIDO DE LA BALA TRAS INGRESAR POR LA ESPALDA.

La promesa que no llegó

“Kirchner anunció que indemnizarán a las víctimas de la represión del 2001”, dijo el diario Clarín el 14 de febrero de 2004.

El entonces presidente pidió la rápida aprobación en el Congreso de una iniciativa que indemnizaba con: 224 mil pesos a los casos de muerte; por lesiones gravísimas, 120 mil pesos; por lesiones graves 85 mil pesos; y, por lesiones leves, 15 mil pesos. Hasta el momento Gerardo no cobró ni un solo peso y todos los meses debe pagar una inyección que cuesta cerca de $2.000 para sobrevivir. No tiene seguro médico y trabaja en negro, por lo que la medicina le resulta un alto costo. Después de la tragedia fue contratado por el Gobierno de la Ciudad, en ese momento gobernada por Aníbal Ibarra, que incorporó a varios sobrevivientes del 20 de diciembre. Contaba en ese momento con obra social, dentro del área de cultura.

Pero su contrato fue anulado en la primera gestión de Mauricio Macri como Jefe de Gobierno porteño. “Me quedé sin cobertura médica y sin trabajo. Me gustaría que reconsideren mi incorporación porque me hace mucha falta”, dijo Gerardito.

Las causas que se acumulan

Fiscalía Nacional Criminal y Correccional Nº5. Causa 508/01.
Juzgado Nacional Criminal Correccional Nº11, Secretaría Nº21. Causa 22080/01.
Juzgado Nº1, Secretaría Nº1, a cargo del Moras Moncama. Causa NºA-5624- Caratulada N.N sobre delito de acción pública. Damnificado Gerardo Zurita. Todavía se espera el juicio oral del Tribunal Oral Criminal Federal Nº6.

 

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