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Cuando la Beba perdió el marido

Sabado, 27 de abril de 2013 12:01

El de la Beba Roca y el Nico Oyuela había sido un casamiento muy trabajoso, muy difícil de concretar. No porque los padres de ella se opusieran, por lo contrario. Don Celedonio y doña Serafina estaban encantados con la boda de la nena, que ya pintaba para solterona, y daban gracias al cielo porque por fin el Nico y la Beba habían fijado fecha.

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El de la Beba Roca y el Nico Oyuela había sido un casamiento muy trabajoso, muy difícil de concretar. No porque los padres de ella se opusieran, por lo contrario. Don Celedonio y doña Serafina estaban encantados con la boda de la nena, que ya pintaba para solterona, y daban gracias al cielo porque por fin el Nico y la Beba habían fijado fecha.

Y hay que decir que por su parte doña Fidelia, la mamá de Nico, se mostraba resignada a quedarse sola. Había enviudado antes de que su hijo cumpliese los diez años, y se había aferrado a él como su única compañía. Pero ahora que el muchacho había encontrado al amor, estaba dispuesta a aceptar su soledad. Si Nico era feliz, ella también lo sería.

Como aprecia el lector, en aquellos años no sólo en los radioteatros existían finales felices.

Pero. Siempre anda un “pero” metiendo sus narices.

El problema, lo que volvía trabajoso y difícil el casamiento era el caprichoso carácter de los novios. Habían tenido serias discusiones por motivos tontitos. Por ejemplo ella quería casarse en abril, y él en junio; ella quería una fiesta sencilla, con pocos invitados, y él pretendía una a todo trapo; ella deseaba que la fiesta se hiciese en casa de sus padres, y él hablaba de alquilar el salón de Gimnasia y Tiro. Y en el casamiento por iglesia, la Beba quería que Nico se presentase vestido de frac, “No de esmoquin, decía, de frac”.

Nico sólo aceptaba ponerse un traje común y corriente, aunque llevaría chaleco y corbata. Y así en esas discusiones pasaban los días, las semanas y los meses.

Los changos y chicas del barrio los tomaban para la chacota: --Oye, Beba, decían, obligalo al Nico a que se case disfrazado de León de Francia, o de Fachenzo, el maldito.

--Che, Nico, decían, mejor alquilá el bar de Zaiquita pa'la fiesta.

El asunto fue que se casaron, no en abril ni en junio. Fue en mayo. La fiesta se hizo en casa de la novia, y la ceremonia religiosa, en la iglesia del Pilar, tuvo sus bemoles, pues debieron esperarlo más de una hora al Nico que, al fin, llegó acezando.

Mientras lo aguardaba, la Beba tuvo dos ataques de nervios y en uno de ellos rasgó el tul, y en otro tiró a cualquier parte el ramo de novia y amenazó con irse. Tuvieron que sujetarla en el atrio.

Nico se excusó diciendo que por la emoción se equivocó de hora. En fin, se casaron.

La fiesta transcurrió en paz. La pareja se fue de luna de miel a Buenos Aires por diez días. Pasaron 15 días, y no volvía. Al mes doña Serafina recibió un telegrama de su hija: Vuelvo el domingo en el Cinta de Plata.

Regresó sola, ¿Y tu marido?, le preguntaron. La Beba soltó el llanto: --No sé, no sé nada de él. Y contó que el día antes del previsto para regresar, fueron a comer al centro, y que después a ella se le antojó que fueran al cine, pero que él quiso conocer La Boca. Resultado: la Beba fue sola al cine, y Nico partió solo a los pagos de Quinquela.

--Desde entonces no sé nada de él. Dejó toda su ropa en el hotel, yo la traje. Lo busqué por todas partes con ayuda de la policía. Y nada!

Y así fue cómo la Beba perdió a su marido. A los cuatro meses reapareció el Nico. Aseguró que no se acordaba de nada. Y no dio más explicaciones. Las comadres del barrio decían que el Nico no se había perdido, sino que se había escondido. ­Vaya uno a saber!

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