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Francisco, el dueño de la ?casa del horror?, se defiende

Miércoles, 29 de mayo de 2013 22:33

Francisco Capasso tiene 65 años y un carácter ultrajado de tanto pedir y esperar; de tanto creer y pelear; de tanto amar y olvidar. Su historia no entra en el listado de reivindicaciones ni aunque la justicia lo ordene. Es un hombre entre paréntesis, decepcionado por la confianza traicionada, por la mala fama que lo envolvió en estos días y que, según él y algunos testigos, contrasta con la conducta proteccionista hacia los animales que mantuvo durante años.

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Francisco Capasso tiene 65 años y un carácter ultrajado de tanto pedir y esperar; de tanto creer y pelear; de tanto amar y olvidar. Su historia no entra en el listado de reivindicaciones ni aunque la justicia lo ordene. Es un hombre entre paréntesis, decepcionado por la confianza traicionada, por la mala fama que lo envolvió en estos días y que, según él y algunos testigos, contrasta con la conducta proteccionista hacia los animales que mantuvo durante años.

Es el dueño de la “casa del horror” en Ciudad del Milagro. Ese mote se ganó el hogar abandonado de Francisco, luego de que la Cooperadora Asistencial de Salta, por orden judicial y con su permiso, abriera las puertas de esa casa para repararla y limpiarla de mugre y alimañas. Y encontraron justo lo que fueron a buscar: mugre y alimañas. De “horror” se habló por la versión de que en la casa había más de 20 perros muertos, pero Capasso indignado hizo el recuento: “Cuando me vine a vivir a la Plaza Belgrano, en enero, había 30 perros en mi casa y todos los días les fui a dar de comer. El veterinario David Ferri sabe de mi obra con los perros. Una psicóloga de la vuelta de mi casa, que es proteccionista, también me ayudaba a darles de comer. De los 30 que había, 10 me envenenaron los buenísimos vecinos que tengo, 5 se llevaron los de Alfa (Asociación de Lucha a Favor de los Animales) que están denunciados por invasión a mi propiedad; 8 se llevó el veterinario y otros 7 quedaron sueltos dentro de mi propiedad, porque son perros grandes, cancheros, autosuficientes. Les llevé comida siempre”. Sobre ¿qué hizo con los perros muertos?: “los enterré como a cualquier ser que pierde la vida”.

Se fue de su casa en enero dejándoles todos los espacios internos y exteriores de su dúplex a los perros. Se fue porque su soledad se ahogaba en tantas goteras que delataba su techo con las lluvias del verano. No podía más. Al comienzo la decisión fue una manifestación de rebeldía, pero pasados ya cinco meses, Francisco Capasso es un indigente más, otro pobre estructural que mitiga sus días y sus noches en los espacios más tibios de la Plaza Belgrano. “Duermo en la entrada de la Dirección de Control de la Municipalidad, en pasaje Castro y Gemes. Ahí tiro unos cartones, unas frazadas y me tapo con un acolchado que me dio una vecina. Soy un indigente instruido, por eso creo y espero en la Justicia”. Sin reparos dice: “Vivo de la calle, como en la Iglesia San Alfonso, aunque no es muy buena la comida no hay que ser ingrato. Cuando no me gusta, se la dono a otro desdichado y me voy a las sandwicherías a comer recortes”.

Está a meses de que le salga la jubilación. “Hice de todo en mi vida: fui militar, comerciante, productor agropecuario, promotor comercial de productos, y todo eso me generó aportes pero no los suficientes. Igualmente, la moratoria me engloba y me voy a acoger al beneficio muy pronto”. A la pregunta ¿por qué tanta afinidad con los perros?, responde: “¿por qué no? Yo soy de los que sí. De los que se sienten muy bien protegiéndolos”. No dudó: “Me hicieron una cama, fue una puesta en escena y yo no estaba para defenderme. Los de la Cooperadora Asistencial son unos inescrupulosos que armaron un circo porque para ellos soy una rata que los obligué a través de la Justicia a ayudarme”.

Esta historia es de las que van por un camino paralelo, subterráneo. Un camino que se oculta aviesamente. Malversación de las palabras: esta es otra página escrita del compendio de pobreza estructural. Fatal coincidencia con el susurro ciego y sordo de una época enmarcada por la abulia colectiva.

 Alimenté a 100 perros por día

Francisco Capasso vive hace unos 60 años en Salta, aunque nació en Buenos Aires. “Tenía 8 años cuando vinimos a Salta. Vivimos en Cerrillos, después en una pensión en Salta, después en la calle Los Fresnos de Tres Cerritos y hace más de 30 años nuestra casa fue la de Ciudad del Milagro. Sólo tengo una hermana 10 años mayor y una hija que se fue a Córdoba y no veo hace 20 años. Desde que murieron mis padres y me quede solo, me propuse ayudar a los perros y gatos abandonados. Lo máximo que llegué a tener dentro de la casa fueron 6 gatos y 80 perros. En un momento asumí que no podía más solo con todo y les pedí ayuda a los vecinos, por ejemplo para cortar el pasto. No quisieron. Me vieron caer y no me ayudaron. Ellos no tienen autoridad moral para hablar de mi”, sentenció.

“Pude proveer de alimentos a 100 perros por día (los de mi casa y otros callejeros), sólo con mi creatividad. Iba a los mercaditos y restaurantes y me daban sobras y con eso los alimentaba todos los días”, dijo y agregó: “Mi casa se vino abajo por falta de ingresos económicos, me dediqué por entero a los perros. La Justicia me entendió, ordenó que me ayuden y mi casa sigue inhabitable. Alfa me denunció porque mi casa no está apta para que vivan los perros, y nunca les importó el ser humano, o sea yo”. Francisco hizo hasta tercer año de Ingeniería Agronómica en la UNSa. “Nunca me imaginé así, pero lo apasionante de mi vida es que no es monótona y que tengo capacidad de adaptación y me recompongo en la adversidad. Espero que reaccione la Cooperadora Asistencial, que cumplan la orden de la Corte de ayudarme y dejen de malversar fondos”, finalizó.
 

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