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17 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Masacró a una familia salteña y solo se salvó una bebita

Sabado, 01 de junio de 2013 21:59
Un gaucho de 18 años asesinó a dos hombres, una mujer, un niño y a seis perros. Sobrevivió una beba que no llegó a ver.


Carmen Farfán (19) llegó al puesto ganadero de sus parientes, ubicado en El Chamical, en el agreste paraje Huayco Hondo, a 40 kilómetros de la ciudad de Salta, como lo hacía de costumbre. Era el 15 de junio de 1978.
Esta vez su sobrinito de 4 años, Benjamín, no apareció corriendo a saludarla entre risas como lo hacía siempre. Eso la extrañó, pero siguió caminando nerviosa... de pronto se encontró con un espectáculo dantesco. En ese lugar paradisíaco, rodeado de cerros y árboles originarios, a unos 200 metros de la precaria vivienda, todos los perros -seis- estaban muertos a tiros. Caminó unos pasos y halló tirado y bañado en sangre el cuerpo de su tío Agustín Burgos (59), con heridas de bala y varias puñaladas, de una de cuyas heridas asomaban sus intestinos. Más adelante, a unos 50 metros del ranchito, estaba el cadáver de don Antonio Tomás Ramos (75), con las mismas huellas. Carmen tembló, ¿dónde estaban su tía y sus sobrinos?
La angustia la carcomía, pero en unos segundos dilucidó el terrible presentimiento. Cerca de una cocina improvisada con troncos, se encontraba Benjamín, su inocente sobrino con el cráneo destrozado, producto de un espantoso golpe con un objeto de gran peso. El cuadro era desolador.
Tras la puerta del rancho, descubrió el cuarto cadáver, era la madre del niño, Tomasa Ramos de Burgos (22), hija de don Tomás y esposa de Agustín. Su estado era el mismo que el resto de las víctimas.
Todas murieron del mismo modo y era evidente que, incluso el niño, trataron de defenderse de su agresor.
Carmen buscó desesperada a Felipa, su otra sobrina, de 11 meses. Y para su asombro y consuelo, la encontró en su cuna. Era la única sobreviviente de la masacre. Tal vez porque el alocado asesino no llegó a verla. La tomó en su brazos y salió corriendo en busca de ayuda.

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Un gaucho de 18 años asesinó a dos hombres, una mujer, un niño y a seis perros. Sobrevivió una beba que no llegó a ver.

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Carmen Farfán (19) llegó al puesto ganadero de sus parientes, ubicado en El Chamical, en el agreste paraje Huayco Hondo, a 40 kilómetros de la ciudad de Salta, como lo hacía de costumbre. Era el 15 de junio de 1978.
Esta vez su sobrinito de 4 años, Benjamín, no apareció corriendo a saludarla entre risas como lo hacía siempre. Eso la extrañó, pero siguió caminando nerviosa... de pronto se encontró con un espectáculo dantesco. En ese lugar paradisíaco, rodeado de cerros y árboles originarios, a unos 200 metros de la precaria vivienda, todos los perros -seis- estaban muertos a tiros. Caminó unos pasos y halló tirado y bañado en sangre el cuerpo de su tío Agustín Burgos (59), con heridas de bala y varias puñaladas, de una de cuyas heridas asomaban sus intestinos. Más adelante, a unos 50 metros del ranchito, estaba el cadáver de don Antonio Tomás Ramos (75), con las mismas huellas. Carmen tembló, ¿dónde estaban su tía y sus sobrinos?
La angustia la carcomía, pero en unos segundos dilucidó el terrible presentimiento. Cerca de una cocina improvisada con troncos, se encontraba Benjamín, su inocente sobrino con el cráneo destrozado, producto de un espantoso golpe con un objeto de gran peso. El cuadro era desolador.
Tras la puerta del rancho, descubrió el cuarto cadáver, era la madre del niño, Tomasa Ramos de Burgos (22), hija de don Tomás y esposa de Agustín. Su estado era el mismo que el resto de las víctimas.
Todas murieron del mismo modo y era evidente que, incluso el niño, trataron de defenderse de su agresor.
Carmen buscó desesperada a Felipa, su otra sobrina, de 11 meses. Y para su asombro y consuelo, la encontró en su cuna. Era la única sobreviviente de la masacre. Tal vez porque el alocado asesino no llegó a verla. La tomó en su brazos y salió corriendo en busca de ayuda.


Los testimonios

Por aquellos tiempos era muy difícil acceder a la zona. Había que hacerlo a través de sendas por una montaña cubierta de espeso bosque. Pero finalmente la Policía llegó y pudo constatar el horror.
Los paisanos de la zona le contaron en esa oportunidad a El Tribuno, que se encontraban atemorizados por saber que andaban criminales despiadados sueltos.
Don Narciso Chávez, vecino de El Chamical, declaró que conocía desde hacía mucho tiempo a la familia Burgos. “Era gente muy trabajadora, muy buena, criollos nacidos y criados aquí. No creo que ninguno de nosotros haya podido cometer esta barbarie. Es que por aquí nos conocemos todos”, afirmó.
Por su parte, don Matías Chuchuy, encargado de la iglesia San Francisco y del cementerio declarado monumento histórico nacional porque allí descansaron los restos del héroe gaucho Martín Miguel de Güemes, entre 1821 y 1822, relató que la familia se dedicaba a la cría de ganado y tenía una muy pequeña explotación agrícola. En ese mismo cementerio fueron inhumadas las víctimas, luego de haberse realizado la autopsia legal en el hospital San Bernardo de la capital salteña.

Una intensa búsqueda

La zona del múltiple crimen, de difícil acceso, hacía de cada espacio un lugar apto para el escondite. Por eso fue muy complicado realizar el rastrillaje. La búsqueda de él o los criminales fue intensa y en su transcurso hubo varios detenidos que fueron, poco a poco, dejados libres por falta de pruebas.
Para los investigadores, el crucigrama se complicaba: no podían definir el móvil de semejante matanza. Se sabía que faltaban un par de caballos con sus respectivas monturas y también se sospechaba que los autores del hecho podrían haber robado dinero ya que encontraron tirado un frasco vacío, teñido con sangre.
El juez penal a cargo de la causa fue Rogelio Saravia Toledo, quien le tomó declaración a Martín Vera, un joven de 18 años, quien había sido detenido los primeros días de julio en un puesto del paraje Pozo Verde, cuando estaba junto a su hermano Marcos ingiriendo bebidas alcohólicas.
En su poder tenía la escopeta Brenta calibre 16 con la que se consumaron los asesinatos, el machete con el que le partieron la cabeza al pequeño; una guitarra Vendoni y un bandoneón El Amol, elementos de propiedad de los fallecidos.

La declaración

Martín Vera, jornalero y vecino de la zona, se hizo responsable de la matanza manifestando que el 13 de junio, aproximadamente a las 16, pasó por la vivienda de los Burgos estando ebrio, portando una escopeta calibre 16 con seis cartuchos, sin intención de agredir a nadie, pero cuando llegó “Agustín Burgos me celó con su esposa, Tomasa Ramos de Burgos, y que por eso me encaró con un facón, no teniendo más escape que acribillarlo con mi arma, ultimándolo inmediatamente después con una sucesión de puñaladas”. En ese momento, confesó que la mujer del hombre, con hacha en mano, salió en defensa de su marido y “no pude hacer otras cosa que defenderme y matarla” y que ya con las cartas echadas sobre la mesa, no tuvo otra opción que quitarle la vida al padre de ella y finalmente al pequeño Benjamín, utilizando, en este caso, la herramienta con la que lo había atacado Tomasa.
Después de realizar la matanza decidió volverse a su rancho. Allí encontró a su hermano y le contó lo sucedido. Por esa razón, el hermano de Vera, Marcos, estuvo detenido en calidad de encubridor y posteriormente fue procesado por este delito.

Pericias psiquiátricas realizadas al imputado

En el mes de octubre de ese aciago año, y en el marco de la investigación, Martín Vera fue sometido a una pericia psiquiátrica para establecer si padecía de algún tipo de enfermedad mental que hubiese podido disparar semejante crimen.
Los estudios dieron como resultado que Vera tenía una personalidad dentro de los parámetros normales con un grado de cultura “relativamente baja por ser una persona con escasa instrucción y que residía en el campo, con poco trato social”. Además el sujeto siempre sostuvo que había sido en defensa propia.
Martín Vera fue procesado y alojado en el penal de Villa Las Rosas, lo mismo que su hermano Marcos, imputado por encubrimiento.
El múltiple crimen de familia Burgos conmocionó al país.
 

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