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14 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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El gran desafío: lo que dejamos de ser; lo que podemos ser

Domingo, 28 de julio de 2013 23:21

En 1816, Argentina dejó de ser formalmente “colonia”, pero siguió dependiendo de fuerzas externas y, fundamentalmente, soportando sangrientas guerras internas y gobiernos dictatoriales. No era colonia, pero tampoco era libre. No dependía de nadie, pero tampoco de ella misma. Los protagonistas de 1810 y 1816, luego de haber derrotado a los españoles, fracasaron rotundamente en el intento de construir una patria libre. Muchos de ellos sembraron odio y violencia.

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En 1816, Argentina dejó de ser formalmente “colonia”, pero siguió dependiendo de fuerzas externas y, fundamentalmente, soportando sangrientas guerras internas y gobiernos dictatoriales. No era colonia, pero tampoco era libre. No dependía de nadie, pero tampoco de ella misma. Los protagonistas de 1810 y 1816, luego de haber derrotado a los españoles, fracasaron rotundamente en el intento de construir una patria libre. Muchos de ellos sembraron odio y violencia.

La independencia argentina se construye entre 1837 y 1853, impulsada por la denominada Generación del 37. Desde la literatura y el arte empieza a gestarse una nación libre y organizada, integradora y tolerante. Juan Bautista Alberdi (1810-1884) fue, junto a Echeverría y Sarmiento, uno de los más importantes protagonistas de la Generación del 37. Abogado, político y escritor, estuvo muy por encima de la ficticia y oportunista distinción entre liberalismo y socialismo. A los 45 años, lucía exitosas gestiones diplomáticas ante Inglaterra y Francia, e instaba a los políticos a no dividir al pueblo infundiendo odio y temor. Defendía la dignidad e independencia del hombre y el respeto por su libertad. Y fue esa filosofía la que inspiró nuestra Constitución nacional, documento que, lejos de ser una “copia” de la Constitución norteamericana (como suele afirmarse erróneamente), supera ampliamente cualquier constitución de la época.

En 1880, Alberdi pronunció un brillante discurso sobre la razón de ser del Estado (a disposición del lector que lo requiera), expresando: “Las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus gobiernos esperan una cosa contraria a la naturaleza. Por la naturaleza de las cosas, cada hombre tiene el encargo providencial de su propio bienestar y progreso... no hay medio más poderoso y eficaz de hacer la grandeza del cuerpo social que dejar a cada uno de sus miembros individuales el cuidado y poder pleno de labrar su personal engrandecimiento”.

Para Alberdi, la libertad de los argentinos no consiste “en ser independientes del extranjero, sino... de su gobierno patrio”. Y agrega una autocrítica tan cierta como dolorosa: “En los pueblos latinos de origen los individuos que necesitan un trabajo de mejoramiento general alzan los ojos al gobierno, suplican, lo esperan todo de su intervención y se quedan sin agua, sin luz, sin comercio, sin puentes, sin muelles, si el gobierno no se los da todo hecho”.

En ese discurso, Alberdi advierte tres cosas a los argentinos: que deben cuidar las instituciones republicanas, honrar el sistema representativo y respetar el régimen federal. Los tres grandes pilares en que se apoya la Constitución nacional ¿Escuchamos el consejo de Alberdi? Veamos.

160 años después, Argentina ya no es “República”. Nuestras instituciones, alguna vez fuertes, inclaudicables y orgullosas, se rindieron a los pies de la intolerancia y la insolencia. Son ahora meras oficinas “tomadas” por gobiernos improvisados y oportunistas.

160 años después, Argentina ya no es “representativa”. Bajo el rostro altanero y corrupto del legislador obsecuente hemos perdido nuestro honor y nuestras ambiciones. Toleramos que vulgares sin convicciones decidan nuestros destinos. La educación de nuestros hijos y nuestra seguridad está en sus manos. Nuestras escuelas y universidades, alguna vez fuentes de científicos y doctores de renombre mundial, perdieron sus galardones bajo conducciones mediocres y politizadas.

160 años después, Argentina ya no es “federal”. Gobernadores e intendentes arrastran sus piernas en las calles de Buenos Aires, mientras extienden su brazo con la palma de la mano hacia el cielo, “pidiendo” que algún funcionario de segunda o tercera línea escuche sus penurias económicas y financieras. El presupuesto provincial sólo alcanza para los sueldos y los “federales” recaudan la mayor parte de los impuestos.

160 años después, Argentina ya no es “Nación”. Porque una nación no se hace con miles de almas perdidas deambulando en un mismo territorio, sino, como decía Ortega y Gasset, con ciudadanos conviviendo en armonía bajo un proyecto común.

160 años después, Argentina ya no es de todos. Es de Cristina y Lanata, acusándose mutuamente. Es un gobierno puesto a demoler un grupo de medios “traicionado”. Es un grupo de medios puesto a descubrir un gobierno “corrupto” para cobrarse la traición. Los demás miran atónitos la balacera diaria. El dinero público sólo sirve para asegurar “pauta oficial” a medios de comunicación que enfrentan al “gran” agresor. Los camioneros, las amas de casa, los médicos, las enfermeras, los albañiles, las odontólogas, los bancarios y las empleadas de comercio son involuntarios financistas de la guerra declarada. Con llamativa mansedumbre pagan sus tributos para pagar los sueldos de los “soldados de la causa”.

160 años después, Argentina ya no es libre. Todo requiere un permiso previo del Gobierno. Aquella Argentina heroica y admirada es objeto de lástima y humillación. Los inmigrantes emprendedores, las empresas pujantes y los campesinos laboriosos dejaron lugar a empleados públicos y subsidiados. El orden y la seguridad desaparecieron a manos del crimen organizado.

Posiblemente los “jóvenes” de la Generación del 37 imaginaron que esa “Nación” que construyeron tan cuidadosamente podría enfermarse nuevamente. Tal vez por ello dejaron testimonio escrito de esa “lucha” y sentaron los principios necesarios para que los argentinos sepan cómo volver a ser una Nación respetable y libre. Un pueblo capaz de construir su propia grandeza.

Alberdi termina su discurso con las siguientes palabras: “La libertad individual, que es la capital libertad del hombre, es la obrera principal e inmediata de todos sus progresos, de todas sus mejoras, de todas las conquistas de la civilización en todas y cada una de las naciones. Pero la rival más terrible de esa hada de los pueblos civilizados es la patria omnipotente y omnímoda, que vive personificada fatalmente en gobiernos omnímodos y omnipotentes, que no la quieren porque es límite sagrado de su omnipotencia misma”.

Lo malo es que, 160 años después, hemos vuelto a ser “gobierno-dependientes”. Lo bueno es que volver a ser libres depende de nosotros.

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