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El espejismo democrático

Domingo, 18 de agosto de 2013 03:44

Una montaña de cadáveres está cayendo sobre las esperanzas que había levantado la primavera árabe en la opinión democrática mundial. Se acabaron las transiciones hacia regímenes de libertades públicas y de democracia representativa iniciadas en el glorioso año de 2011, cuando aquel vendaval derribaba dictadores como fichas de dominó, uno detrás de otro. También ha quedado cerrado el camino en el que iban a hacerse compatibles el islamismo político con el pluralismo y la alternancia en las urnas. Pueden regresar ya las visiones fatalistas e incluso racistas, que dictan la incompatibilidad radical entre islam y libertades, e incluso la congénita inmadurez de los árabes para gobernarse ellos mismos mediante los instrumentos del derecho y de la democracia representativa.

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Una montaña de cadáveres está cayendo sobre las esperanzas que había levantado la primavera árabe en la opinión democrática mundial. Se acabaron las transiciones hacia regímenes de libertades públicas y de democracia representativa iniciadas en el glorioso año de 2011, cuando aquel vendaval derribaba dictadores como fichas de dominó, uno detrás de otro. También ha quedado cerrado el camino en el que iban a hacerse compatibles el islamismo político con el pluralismo y la alternancia en las urnas. Pueden regresar ya las visiones fatalistas e incluso racistas, que dictan la incompatibilidad radical entre islam y libertades, e incluso la congénita inmadurez de los árabes para gobernarse ellos mismos mediante los instrumentos del derecho y de la democracia representativa.

No tienen razón, aunque sus armas dialécticas aparezcan ahora más cargadas que nunca por la sangrienta rotundidad de los hechos, en Egipto naturalmente, pero también en Siria y en Líbano, en Libia o en Irak. Incluso en Turquía, de donde debía salir el ejemplo y el modelo de un islamismo democrático, al estilo de las europeas democracias cristianas, y nos encontramos ahora con que el poder personal del primer ministro Tayyip Erdogan resuelve de forma expeditiva la resistencia laica a la islamización. Es muy coherente la solidaridad del caudillo turco con el depuesto (Mohamed) Mursi porque el modelo político que ha fracasado en Egipto y el que había tenido tanto éxito en Turquía son muy similares.

Romper el statu quo

Las primaveras árabes fueron una oleada de revueltas que rompieron el statu quo de las dictaduras militares pro occidentales, justo en el mismo momento en que preparaban su conversión en autocracias hereditarias. Crearon, es verdad, el espejismo de una vía democrática exprés, suscitado sobre todo por el mimetismo inevitable y engañoso que sugerían las revoluciones de 1989, que en muy poco tiempo transformaron un buen puñado de dictaduras comunistas en países democráticos preparados para ingresar en la Unión Europea (UE). Se hacía abstracción de su estrecha vecindad con la Europa integrada, de su tradición política anterior y, sobre todo, del camino perfectamente balizado que tenían ante sí.

No ha sido este el caso en las revueltas árabes, extendidas en una geografía fragmentada y sin proyectos de integración, de tradición democrática inexistente y dividida por numerosas fracturas religiosas, étnicas y políticas, con la mayor de todas, como es la que separa a la sociedad laica de la sociedad religiosa, instalada en el corazón del problema.

Se invocaba el golpe militar argelino de 1992, que interrumpió las elecciones generales entre la primera y la segunda vuelta para impedir la llegada al Gobierno del Frente Islámico de Salvación, para desear y esperar que esta vez no fuera así: los Hermanos Musulmanes en Egipto, Ennahda en Túnez, habrán aprendido la lección. No fue el caso, al menos en Egipto, el país decisivo, y apenas en Túnez. Incluso Erdogan que la llevaba aprendida, la desaprendió.

Transiciones frustradas

Pero no regresamos al punto de salida de 2011. El statu quo está roto. Estados Unidos tiene menos palancas en la zona. Los países petroleros del Golfo son los que juegan fuerte en la región y sus intereses hegemónicos explican mejor que nadie la batalla contra el laicismo primero y contra los Hermanos Musulmanes después. El islamismo político ha demostrado su ineptitud para gobernar. Las fuerzas laicas, su fragmentación y su incapacidad organizativa. Habrá que evocar las revoluciones europeas de 1848, que fue el despertar de los pueblos pero endureció las autocracias. No habrá democracia en muchos años y se abrirá paso la comparación con otra transición frustrada, la que exigían los estudiantes chinos en Tiananmen en 1989 y fue también ahogada en sangre, sin que significara la ruptura con Estados Unidos y Europa.

Lo que se les pedirá ahora a los militares golpistas egipcios es lo mismo que se les pidió entonces a los dirigentes chinos: que se moderen en su represión y que aseguren el funcionamiento de la sociedad y de la economía, cuestiones en las que los aliados occidentales tienen el máximo interés. Tal como ha señalado Charles Kupchan en un artículo publicado ayer en el New York Times, en el que pide una severa corrección de la política de Washington, “la democracia en Egipto puede esperar”. Es así de crudo y doloroso. La primavera no tiene vuelta atrás, no es posible rebobinar la historia, pero el espejismo democrático que levantó se ha desvanecido definitivamente.
 

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