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Tres verdaderas obras de arte que permanecen casi escondidas

Domingo, 25 de agosto de 2013 01:49

En el segundo semestre del año 1960 se inició la construcción del edificio ubicado en una esquina de las calles Necochea y 20 de Febrero, destinado a ser una planta fraccionadora de vinos.

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En el segundo semestre del año 1960 se inició la construcción del edificio ubicado en una esquina de las calles Necochea y 20 de Febrero, destinado a ser una planta fraccionadora de vinos.

Sus dueños la imaginaron e hicieron proyectar como una empresa modelo para la época, a tal punto que se le hizo un vinoducto en un subsuelo para la carga directa desde tanques ferroviarios. De allí también la estratégica ubicación de esta planta, exactamente delante de las vías. Este sistema no duró mucho tiempo porque hechos vandálicos deterioraron el vinoducto para el saqueo.

La obra estuvo a cargo de la Compañía General de Construcciones S.A. de la ciudad de Buenos Aires y se terminó en 1963.

En esa esquina de altas paredes, sus propietarios, las familias Hemsy y Vidal, previeron la venta de vinos marca “Dalvi” (Vidal al revés), que posteriormente pasó a tener el nombre “Calchaquí”.

Muchos aún hoy recuerdan entre risas la novedosa publicidad radial de la firma en la que se lanzó un concurso de loros habladores que debían recitar “Tome vino Calchaquí”.

Más allá de estos datos informativos que nos ubican en la época, el edificio no era uno más, sino que sus dueños decidieron tener, en tres de sus enormes paredes, murales alusivos al negocio. Así surgieron el Indio Calchaquí, que está en el frente y seguramente todos conocen, La Cava y La Vendimia, en paredes internas, todos de igual tamaño.

Hoy, esa esquina es depósito de la cooperativa vitivinícola mendocina Fecovita, que en pocos meses dejará el lugar y posiblemente sea puesto en venta. Esto enciende una luz de alerta sobre la posibilidad de que estas verdaderas obras de arte desaparezcan.

Los cuadros

“Puedo contar lo que todavía me asombra”, dice a El Tribuno el ingeniero Horacio Fernández, quien llegó a Salta en el "60 como profesional de la empresa constructora, y se quedó para siempre. Testigo privilegiado de esa parte de la historia, es el único que hoy recuerda y puede explicar la elaboración en detalle de los murales, muy compleja por cierto. En 1963, los propietarios le encargaron a un reconocido pintor porteño, León Gillar, la pintura de seis cuadros con motivos referidos al vino y a los Valles Calchaquíes. “Llegaron todos en una medida de 60 cm de largo por 40 cm de altura. Eligieron tres que luego se transformaron en los murales de gran tamaño y que reflejaron con extraordinaria exactitud las formas y colores de la pintura original. Hubo una complicadísima artesanía que aplicó un artista holandés contratado para ello, Ernest Unertl, para alcanzar tal resultado. Con él mantuve una fructífera relación profesional durante la cual me explicó detalladamente el desarrollo de su técnica”, recuerda Fernández.

El mosaico veneciano o venecita

Para comprender acabadamente los aspectos técnicos es necesario conocer cómo se aplica el revestimiento del mosaico veneciano. Este tipo de mosaico tiene más de 2.500 años de uso. Se creó para trabajos artísticos vinculados principalmente a imágenes religiosas. “Hoy se comercializa para revestimientos de piscinas, locales sanitarios o como elemento decorativo, y se ofrece en hojas de aproximadamente 30 x 30 cm, que facilita su colocación. En estas hojas están adheridas unas pastillas cerámicas cuadradas de 2 cm de lado y de unos 3 mm de espesor, de diversos colores y tonalidades.

Cada una de estas hojas tiene 225 pastillas que, a la vez, tienen dos caras: una quedará adherida a la superficie a revestir por aplicación de una mezcla de concreto y la otra, que quedará a la vista, es precisamente la que está adherida al papel, es decir que al colocarse este revestimiento solo se ve papel. Una vez fraguado el concreto se quita el papel por lavado y queda a la vista el revestimiento, listo para ser completado con pastina para sellar las juntas”, detalla Fernández.

La técnica empleada

El artesano Unertl debió realizar varios y complicados pasos para lograr escalar los murales de Gillar, que hoy muy poca atención se les presta. Y sin dudas, se trata de un trabajo fácil de entender para los ingenieros, pero difícil para el resto de los mortales. Y lo explica Fernández: “la superficie a cubrir tiene 6,40 m de largo por 3,80 m de altura, por lo que la escala del mural resulta entonces diez veces la del cuadro original.

El método más conocido para copiar imágenes desde un original a otro tamaño, es dividir el original en cuadrículas y la futura copia en igual cantidad de cuadrados, copiando desde el original el dibujo de cada cuadrado, como quien compone un rompecabezas. Unertl aplicó este método y cada cuadrado en su copia fue entonces diez veces el tamaño de cada cuadrado en que dividió el original. En aquella época se trabajaba sobre tableros de dibujo de madera. Como las hojas con la venecita debían tener la medida de 30 x 30 para permitir su colocación, trabajaba sobre láminas de 60 x 90 cm de la que obtendría seis hojas lista para colocar”.

Copiar los colores

Y Fernández abunda en detalles que debemos repreguntar para entender el rompecabezas. “En el primer paso amplió el dibujo en cada cuadrado, pero era necesario copiar los colores incluyendo las distintas tonalidades de cada uno. Para ello, Unertl fue limitando en su dibujo las zonas de acuerdo al color que debía reproducir, y en cada zona anotaba el código del color de la pastilla que debía luego pegar sobre el papel. Así podía representar no solo la imagen sino también sus colores que, en muchos casos para respetar el original, el mismo color adquiría distintas tonalidades según la creación pictórica”.

Si Unertl hubiera copiado sobre su papel el cuadro sin espejarlo, y pegado las pastillas sobre ese dibujo, la imagen del mural habría sido invertida y el indio estaría mirando hacia el oeste y no como hoy se lo ve, de frente hacia el cerro San Bernardo. Menuda complicación tuvo: copiar el cuadro al revés, para que el mural quede igual al original.

Finalmente, el armado

Terminada y espejada la copia, se debe computar la cantidad de pastillas de cada color para pegarlas en las hojas perfectamente alineadas. Tarea aritmética y de paciencia infinita, porque para cubrir todo el mural son necesarias nada menos que 61.000 pastillas. Los tres murales, entonces, llevan 183.000 pastillas.

Unertl debió numerar ordenadamente cada una de las hojas para colocarlas en el muro, ya que lo único que vería al revestirlo sería una hoja de papel de 30 x 30 cm numerada. Cada mural está compuesto por 270 hojas que fueron convenientemente embaladas en cajas de cartón y despachadas a Salta.

El artesano se convierte en oficial albañil. Unertl mismo preparó la mezcla de concreto y comenzó a colocar las hojas de izquierda a derecha y desde abajo hacia arriba, respetando la numeración de las 270 hojas. Mientras se producía el fragüe del mural del Indio, repitió la operación en los otros. Al final, retiró el papel con agua y cepillo y empastinó la superficie para que hoy podamos apreciar la riqueza de semejante trabajo.

Datos curiosos

* Las pinturas fueron solicitadas en 1963 al pintor porteño León Gillar con la temática relativa a la vitivinicultura. Envió seis cuadros de 60 x 40 cm, y se eligieron tres.

* Al trabajo de Gillar se sumó el de un artesano holandés, Ernest Unertl, quien trasladó la obra a los mosaicos o venecita.

* Por cada mural se utilizó 61 mil mosaicos. Es decir que, en total, se ubicaron en las tres obras 183 mil venecitas. 

* La superficie a cubrir tiene 6,40 m de largo por 3,80 de altura, por lo que la escala del mural resulta diez veces la del cuadro original. 

* Unertl aplicó ese método y cada cuadrado en su copia fue, entonces, diez veces el tamaño 

de cada cuadrado en que dividió el original.

* Limitó en su dibujo las zonas de acuerdo al color que debía reproducir, anotaba el código del color de la pastilla que luego pegaría sobre el papel. 

* Al final numeró las 270 hojas de papel con los mosaicos, las colocó en el muro, retiró el papel y empastinó para tener lo que finalmente apreciamos hoy.

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