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Las envenenadoras: matar y elegir a quien amar

Domingo, 02 de marzo de 2014 01:47

“Sentí pena por la desdichada mujer, así que le di la botella de veneno y le dije que la utilizara si ninguna otra cosa ayudaba a su matrimonio”, dijo Juliena Lipke, en el juicio en el que fue condenada a muerte por asesinar e incitar a otras a hacer lo mismo.

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“Sentí pena por la desdichada mujer, así que le di la botella de veneno y le dije que la utilizara si ninguna otra cosa ayudaba a su matrimonio”, dijo Juliena Lipke, en el juicio en el que fue condenada a muerte por asesinar e incitar a otras a hacer lo mismo.

Juliena había envenenado a su madrastra, a su tío, a su hermano, su cuñada y esposo, todos por igual sin distinción de sexo: “Sí, los envenené, ese fue el regalo que me hice para navidad”, confesó tímidamente

Horror tras horror

En 1914 se declaró la Primera Guerra Mundial y esta se llevó a todos los hombres a defender el imperio austro-húngaro. De a poco los pueblos rurales se quedaron sin varones. Las mujeres, con sus pesadas polleras, cabeza cubierta con pañuelos y delantales de trabajo, todos grises, como los días que vivían, estaban solas. De allí en más deberían enfrentar la vida como pudieran, atendiendo desde el hogar y los niños, hasta el cuidado de los enfermos y la realización de las pesadas labores del campo, en medio del frío, la lluvia y la incertidumbre de lo que pasaba con sus maridos, hijos o amigos.

Alrededor de Nagyrév, una villa de no más de 800 habitantes, a unos 100 kilómetros de Budapest, se emplazó una zona de campamentos para prisioneros de guerra que disponían de libertad vigilada. Los prisioneros, que eran soldados ingleses, franceses, belgas y serbios comenzaron a arrimarse al pueblo en busca de un plato de comida caliente, un trago fuerte para calmar el frío del cuerpo y el alma, y unas manos delicadas que curaran sus heridas... y allí estaban ellas, solas, dispuestas a ayudarlos. La presencia de los amables enemigos les alegraba la vida. Allí se sintieron libres de elegir a quien darle un café, con quien hablar, a quien amar...

Fin de la ilusión

Al finalizar la guerra en 1918, todo, de alguna manera, comenzó a retornar a la normalidad. Algunos hombres regresaron de la guerra y los prisioneros y ocasionales amantes, emprendieron la retirada. Los hombres esperaban encontrar a las mujeres sumisas que habían dejado cuatro años atrás. Sin embargo, ellas ya se habían emancipado y los recibieron con frialdad, sin distinción de parentesco o vínculo. Ellos tampoco eran los mismos: los horrores vividos en la guerra los había transformado a algunos en violentos, agresivos e intolerantes ayudados por el alcohol. Comenzaron las discusiones y los golpes hacia las mujeres, madres, hijas, hermanas, novias... Otros regresaron malheridos, mutilados, ciegos o inválidos... algunos enloquecidos por el trauma de la guerra. Golpes, exceso de bebida y cuidado a enfermos era algo que de pronto las mujeres no quisieron soportar. Pero ¿cuál era la solución?

Fabricante de ángeles

En Nagyrév vivía una comadrona de unos 70 años, llamada Julia Fazekas, era un personaje respetado en el pueblo, ella tenía el saber para curar enfermedades, traer niños al mundo o impedir aquello. Era la gran aliada de sus congéneres. El regreso “poco grato” de los hombres, venía a cambiar el estilo de vida y la independencia adquirida a fuerza de mucho dolor y empeño, era un tema de conversación de manera permanente. ¿Qué hacer, ante semejante injusticia?

En el “consultorio” de Julia, se escuchaban estos comentarios. La comadrona pensó que lo mejor era cortar el problema de raíz. Decidió elaborar un veneno que comenzó a comercializar con una de sus ayudantes, Susanna Olah alias Tía Susi, además del apoyo de un pariente que trabajaba en la morgue del hospital de la localidad.

Julia y la Tía Susi, hervían tiras de un papel entrampamoscas con otros aditamentos. Luego con las indicaciones precisas, eran comercializadas. Más de 50 campesinas de todas las edades compraron la ponzoña. La tasa de mortalidad de la región se disparó notablemente en muy poco tiempo. Tal vez, era lo único que progresaba en la pequeña villa medieval.

Cuando algún funcionario pedía explicaciones sobre los elevados índices de mortalidad, el morguero presentaba los certificados de defunción en la que constaba “muerte natural”, que él mismo había firmado.

La mayoría de las mujeres que no quedaron viudas en la guerra, lo hicieron después, una vez incorporadas a la ola de envenenamientos.

Liquidaron a sus maridos, padres y hermanos. Algunas llegaron al punto de eliminar a sus propios hijos... este horror se extendió, y así llegó un momento en que el modo de solucionar los problemas era a través del veneno. Las mujeres comenzaron a llamarse “fabricantes de ángeles”, envenenar gente se convirtió en algo muy común por alrededor de 15 terribles años.

El problema, es que la propagación de esta solución través del veneno, se transformó en un problema para las mismas mujeres...¿Y si el té que me ofrecen está envenenado...?

La psicosis social había comenzado.

Siempre hay un  error insalvable

Si bien las autoridades sospechaban que algo no andaba bien en esa comunidad, no lograban tener en claro qué pasaba. Pero siempre se comete un error, aún en los hechos más planificados.

Ladislausa Szabó, una pobladora, le había dado alojamiento a un profesor de música que comenzó a transformarse en molesto. De inmediato puso en práctica el aceitado mecanismo y lo envenenó. Sin embargo, el hombre alcanzó a llegar al hospital, allí le realizaron un lavaje de estómago que le salvó la vida... a él, porque esto fue el principio del fin de muchas mujeres.

Las autoridades comenzaron a investigar y de inmediato Szabo quedó detenida. Pero no estaba dispuesta a cargar con todos los muertos por lo que, en una maniobra de salvataje desesperada, dio el nombre de la autora intelectual de la prolongada masacre masculina: Julia Fazekas. Los investigadores le tendieron una trampa. Luego de interrogarla la dejaron libre con la esperanza de que los condujera a las otras cómplices. Así fue que, de a poco, fueron cayendo. Arrestaron a 38 sospechosas, de las cuales 26 fueron a juicio, 8 fueron sentenciadas a muerte, 7 a cadena perpetua y el resto a varios años de prisión. Nuncalograron determinar la cantidad de muertos, pero se calcula que fueron entre 300 y 500. Casi todos, hombres, hubo pocas mujeres asesinadas por el mismo método.

Julia Fazekas se dio cuenta que había caído en una trampa, así es que decidió tomar el toro por las astas: a la tarde se sentó tranquila en el borde de su cama y se tomó su último té, esta vez, con arsénico. Nagyrev, volvió a la normalidad...

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