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Miguel Ángel Basombrío: "Era importante crear un instituto en una provincia endémica de chagas"

Lunes, 14 de noviembre de 2016 01:30
El creador del Instituto de Patología Experimental, de UNSa y Conicet. Foto: Andrés Mansilla
Miguel Ángel Basombrío llega todos los días a la mañana en colectivo a la Universidad Nacional de Salta (UNSa). Tiene 74 años y, si bien está jubilado, sigue trabajando ad honorem medio día en el Instituto de Patología Experimental (IPE), del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y de la UNSa, que fundó hace 35 años y dirigió hasta hace tres.
"El Doctor", como lo llaman en su grupo de trabajo, nació en Buenos Aires, se recibió de médico a los 21 años y se doctoró en Medicina en la UBA. Trabajó seis años en EEUU en un instituto de cáncer experimental. Después volvió a Buenos Aires, donde trabajó en la Academia Nacional de Medicina (ANM) en un laboratorio de investigación sobre leucemia. A partir del año 1980 vive y trabaja en Salta.
Antes de la entrevista con El Tribuno, Basombrío leía en un escritorio del IPE la última edición de la revista "Science".
¿Cuáles considera son los logros más importantes de su carrera científica?
Los logros científicos importantes rara vez son la creación de un solo individuo, sino la suma de trabajos colaborativos. Cuando trabajé en cáncer experimental en EEUU, hice un estudio sobre los antígenos que se producen en los tumores inducidos por sustancias químicas y trabajé mucho en un modelo de animales que permitía vacunar contra el cáncer experimental. Eso pienso que quizá fue lo más útil que hicimos porque surgió la inmunología de tumores y se ha logrado en algunos cánceres, como los melanomas, tratamientos mucho mejores estimulando el sistema inmune.
Cuando volví de EEUU me di cuenta de que seguir trabajando en cáncer experimental en la Argentina era muy poco rendidor porque la competencia que había allá era enorme y era muy difícil ser pionero en algo. En investigación siempre hay que tratar de ser pionero en algo. En ese momento me parecía que se podía hacer poco en el campo del cáncer, pero que había otras enfermedades de la Argentina, como chagas y leishmaniasis, que realmente necesitaban soluciones.
En un momento de mi carrera pedí un cambio importante y me puse a estudiar la enfermedad de chagas. Yo tenía alrededor de 37 años. Dos años después me mudé a Salta porque esta era una provincia endémica de enfermedad de chagas. Pensaba que nuestro trabajo de investigación iba a ser útil para la provincia.
¿Tiene algún deseo pendiente para su carrera?
Lo principal que deseo es que se termine de construir el edificio del IPE, dentro de la UNSa, para que la gente joven trabaje con más comodidad. La construcción lleva ya unos cuatro años, pero aún está en una etapa inicial y está en el mismo estado hace bastante más de un año. Creo que lo que se ha construido es menos de la cuarta parte.
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El edificio nuevo para el Instituto de Patología Experimental está en construcción hace cuatro años. Foto: Andrés Mansilla
Hace 30 años está la idea de hacer un edificio para el IPE. Teníamos un dinero que ya estaba donado por la UNSa para eso y la Fundación Bemberg nos dio un lindo subsidio para contribuir a que se levantara. Los mecanismos internos de la UNSa son más lentos de lo que esperábamos. El dinero que hubiera alcanzado para hacer más de medio edificio apenas alcanzó para comenzarlo. Ahora el Conicet nos ha dado más dinero para completarlo y la UNSa ya produjo el proyecto ejecutivo, necesario para edificar, que elaboró Obras y Servicios. En una iniciativa nacional de infraestructura para la ciencia hubo como 25 o 30 proyectos para pedir un edificio y salimos entre los cuatro primeros ganadores. Ganamos ese subsidio en un programa muy competitivo. Evaluaban las publicaciones, la formación de recursos humanos, los subsidios que habíamos recibido, las actividades docentes y formativas, etc. Por eso todos tenemos que poner un esfuerzo para aprovechar este dinero ahora que lo conseguimos. Colaborar con el actual director del IPE, el doctor Luis Parada, para lograr esto, es el principal objetivo que me hace concurrir al trabajo después de jubilado. Sigo viniendo a la UNSa para que este edificio quede como el que han hecho para Medicina.
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El nuevo edificio del Instituto de Patología Experimental tendrá dos pisos. Foto: Andrés Mansilla
¿Considera que usted fue pionero en algo?
Yo modestamente creo que el principal avance que produjo nuestro instituto en enfermedad de chagas fue inmunizar en pruebas de campo a los reservorios domésticos de la enfermedad, que son ratones, conejitos y perros, a los que logramos vacunar y, así, reducir la tasa de infección natural y la enfermedad en estos animales. Creo que ese es el trabajo que más nos costó y el que más interés despertó en la comunidad.
Además, normatizamos cuáles eran los estudios óptimos y más económicos que se debían hacer para detectar el chagas congénito en los recién nacidos en la provincia de Salta. Cada 100 partos, hay 5 o 6 en los que la madre infecta al bebé.
Usted dijo que su trabajo iba a ayudar a la provincia. ¿Considera que fue así?
Yo creo que fue positivo, no porque cambió el panorama, ni porque se cumplió en un 100%, sino porque los bioquímicos y los médicos de Salta tomaron conciencia de esta enfermedad. Inclusive hicimos cálculos de cuántos niños y niñas con chagas congénito nacían en la provincia y vimos cómo los bioquímicos y médicos habían aprendido la forma de detectar esta enfermedad.
"En investigación siempre hay que tratar de ser pionero en algo"

¿Cuáles son las motivaciones por las que eligió la provincia de Salta para instalarse e investigar?

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Miguel Ángel Basombrío llega todos los días a la mañana en colectivo a la Universidad Nacional de Salta (UNSa). Tiene 74 años y, si bien está jubilado, sigue trabajando ad honorem medio día en el Instituto de Patología Experimental (IPE), del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y de la UNSa, que fundó hace 35 años y dirigió hasta hace tres.
"El Doctor", como lo llaman en su grupo de trabajo, nació en Buenos Aires, se recibió de médico a los 21 años y se doctoró en Medicina en la UBA. Trabajó seis años en EEUU en un instituto de cáncer experimental. Después volvió a Buenos Aires, donde trabajó en la Academia Nacional de Medicina (ANM) en un laboratorio de investigación sobre leucemia. A partir del año 1980 vive y trabaja en Salta.
Antes de la entrevista con El Tribuno, Basombrío leía en un escritorio del IPE la última edición de la revista "Science".
¿Cuáles considera son los logros más importantes de su carrera científica?
Los logros científicos importantes rara vez son la creación de un solo individuo, sino la suma de trabajos colaborativos. Cuando trabajé en cáncer experimental en EEUU, hice un estudio sobre los antígenos que se producen en los tumores inducidos por sustancias químicas y trabajé mucho en un modelo de animales que permitía vacunar contra el cáncer experimental. Eso pienso que quizá fue lo más útil que hicimos porque surgió la inmunología de tumores y se ha logrado en algunos cánceres, como los melanomas, tratamientos mucho mejores estimulando el sistema inmune.
Cuando volví de EEUU me di cuenta de que seguir trabajando en cáncer experimental en la Argentina era muy poco rendidor porque la competencia que había allá era enorme y era muy difícil ser pionero en algo. En investigación siempre hay que tratar de ser pionero en algo. En ese momento me parecía que se podía hacer poco en el campo del cáncer, pero que había otras enfermedades de la Argentina, como chagas y leishmaniasis, que realmente necesitaban soluciones.
En un momento de mi carrera pedí un cambio importante y me puse a estudiar la enfermedad de chagas. Yo tenía alrededor de 37 años. Dos años después me mudé a Salta porque esta era una provincia endémica de enfermedad de chagas. Pensaba que nuestro trabajo de investigación iba a ser útil para la provincia.
¿Tiene algún deseo pendiente para su carrera?
Lo principal que deseo es que se termine de construir el edificio del IPE, dentro de la UNSa, para que la gente joven trabaje con más comodidad. La construcción lleva ya unos cuatro años, pero aún está en una etapa inicial y está en el mismo estado hace bastante más de un año. Creo que lo que se ha construido es menos de la cuarta parte.
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El edificio nuevo para el Instituto de Patología Experimental está en construcción hace cuatro años. Foto: Andrés Mansilla
Hace 30 años está la idea de hacer un edificio para el IPE. Teníamos un dinero que ya estaba donado por la UNSa para eso y la Fundación Bemberg nos dio un lindo subsidio para contribuir a que se levantara. Los mecanismos internos de la UNSa son más lentos de lo que esperábamos. El dinero que hubiera alcanzado para hacer más de medio edificio apenas alcanzó para comenzarlo. Ahora el Conicet nos ha dado más dinero para completarlo y la UNSa ya produjo el proyecto ejecutivo, necesario para edificar, que elaboró Obras y Servicios. En una iniciativa nacional de infraestructura para la ciencia hubo como 25 o 30 proyectos para pedir un edificio y salimos entre los cuatro primeros ganadores. Ganamos ese subsidio en un programa muy competitivo. Evaluaban las publicaciones, la formación de recursos humanos, los subsidios que habíamos recibido, las actividades docentes y formativas, etc. Por eso todos tenemos que poner un esfuerzo para aprovechar este dinero ahora que lo conseguimos. Colaborar con el actual director del IPE, el doctor Luis Parada, para lograr esto, es el principal objetivo que me hace concurrir al trabajo después de jubilado. Sigo viniendo a la UNSa para que este edificio quede como el que han hecho para Medicina.
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El nuevo edificio del Instituto de Patología Experimental tendrá dos pisos. Foto: Andrés Mansilla
¿Considera que usted fue pionero en algo?
Yo modestamente creo que el principal avance que produjo nuestro instituto en enfermedad de chagas fue inmunizar en pruebas de campo a los reservorios domésticos de la enfermedad, que son ratones, conejitos y perros, a los que logramos vacunar y, así, reducir la tasa de infección natural y la enfermedad en estos animales. Creo que ese es el trabajo que más nos costó y el que más interés despertó en la comunidad.
Además, normatizamos cuáles eran los estudios óptimos y más económicos que se debían hacer para detectar el chagas congénito en los recién nacidos en la provincia de Salta. Cada 100 partos, hay 5 o 6 en los que la madre infecta al bebé.
Usted dijo que su trabajo iba a ayudar a la provincia. ¿Considera que fue así?
Yo creo que fue positivo, no porque cambió el panorama, ni porque se cumplió en un 100%, sino porque los bioquímicos y los médicos de Salta tomaron conciencia de esta enfermedad. Inclusive hicimos cálculos de cuántos niños y niñas con chagas congénito nacían en la provincia y vimos cómo los bioquímicos y médicos habían aprendido la forma de detectar esta enfermedad.
"En investigación siempre hay que tratar de ser pionero en algo"

¿Cuáles son las motivaciones por las que eligió la provincia de Salta para instalarse e investigar?

Además de lo lindo que es vivir en Salta, era una provincia que tenía una alta incidencia de la enfermedad de chagas. Yo considero que las investigaciones sobre chagas en la Argentina están concentradas en la ciudad de Buenos Aires, a 1.600 kilómetros del lugar donde la enfermedad se transmite y se sufre. Me di cuenta de que era importante crear un instituto que estuviera en una provincia endémica.
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¿Cómo recuerda los primeros años del IPE -entonces Laboratorio-?

Esa fue una mudanza de un laboratorio y de una familia. En el año 1981 yo era investigador independiente del Conicet y trabajaba en la ANM. Llegó el momento en que todos los papeles se arreglaron y que mi lugar de trabajo pasó a Salta. Con dos camiones de mudanza tuvimos que pasar por la ANM y cargar todos los elementos de laboratorio y después pasar por mi casa y cargar todo que venía a Salta. Nosotros vinimos en tren y nos instalamos acá en una forma muy precaria. El camión entró con los elementos de laboratorio al campus de la UNSa. En ese momento tenía tres hijos que habían nacido en Buenos Aires y, después, con María José, mi esposa, tuve tres hijos más, salteños.

¿Qué anécdotas recuerda de ese momento?

En esa época, en Buenos Aires y Córdoba se trabajaba mucho en modelos experimentales con células o con virus. Acá teníamos un panorama muy diferente porque la enfermedad se propagaba por vinchucas, perros, cuises y muchos animales silvestres. Teníamos que hacer un tipo de investigación que tuviera mucho que ver con el medio ambiente de acá.

Hicimos como 20 campañas: salíamos en una camioneta durante una semana e íbamos al Chaco salteño, que es donde más se transmite la enfermedad de chagas, capturábamos animales y hacíamos estudios. Ahí nos dimos cuenta de que los perros eran los primeros que se infectaban con el tripanosoma, que produce la enfermedad de chagas. Pensamos que sería muy interesante hacer un proyecto de investigación en el cual se lograra proteger inmunológicamente a ratones en el laboratorio, como modelos, y a perros, como huéspedes definitivos de la enfermedad.

Se hizo un grupo muy coherente y homogéneo porque la investigación en el campo nos hizo compartir muchos aspectos no científicos de la vida. Eso unió mucho a los investigadores del IPE, que después empezó a crecer y ahora somos como 25.

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Miguel Ángel Basombrío, en diálogo con El Tribuno. Foto: Andrés Mansilla

¿Con qué limitaciones se encontró para llevar a cabo su trabajo de investigación en esta provincia?

Primero quiero decir lo que nos ayudó. El Conicet creyó en que el laboratorio en Salta tendría futuro y siempre nos dio ayuda económica, aunque pequeña, porque había mucho desorden y no se podía financiar bien las investigaciones. Después, poco a poco, empezamos a conseguir apoyo de instituciones, inclusive internacionales, que nos ayudaron a hacer lo que el IPE es ahora.

Una limitación que sentimos era el aparente aislamiento que teníamos acá para trabajar. Recuerdo que al principio había un técnico del Conicet, el señor Rossi, Hugo Arredes y yo. Era un grupo de tres. Se sentía el aislamiento. Fue la época en que se empezó a desarrollar mucho la comunicación electrónica y la sensación de aislamiento después desapareció y no constituyó un problema para trabajar en ciencia.

¿A qué temas específicos de la enfermedad de chagas dedicó sus investigaciones?

Cuando trabajé en cáncer y leucemia experimental, yo me entusiasmé mucho por todo lo que era inmunología y vacunas. Pensé que en enfermedad de chagas eso podría ser promisorio. Entonces nos dedicamos mucho a lograr inmunizar contra la enfermedad en modelos animales. Vacunábamos ratoncitos con diversos antígenos o con parásitos atenuados que no son patógenos y probábamos si estaban inmunizados inoculándolos con tripanosomas virulentos.

"Hicimos cálculos de cuántos chicos y chicas chagásicos congénitos nacían en la provincia de Salta y vimos cómo los bioquímicos y médicos habían aprendido la forma de detectar esta enfermedad"

El otro tema principal en que trabajamos fue lograr en el campo el mismo resultado que se había logrado en el laboratorio. Logramos demostrar que, con algunos procedimientos vacunantes, se podía reducir la enfermedad de Chagas primero en cobayos domésticos y luego en perros. El estudio en canes, que se hizo en Santiago del Estero, fue muy grande. Se comenzó con 400 animales y al final tuvimos una prueba estadística clara de que se protegían en el campo contra la infección natural. Esa era la novedad.

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¿Cuándo comenzó sus investigaciones en leishmaniasis? ¿Cuáles fueron los principales temas sobre los que le interesó trabajar en esa enfermedad tropical?

"Las investigaciones sobre chagas en la Argentina están concentradas en la ciudad de Buenos Aires, a 1.600 km del lugar donde la enfermedad realmente se transmite y se sufre"

Eso fue alrededor de 1995 o 1996. Nos pusimos a trabajar en leishmaniasis porque el parásito, que es un protozoario flagelado que se mueve como un látigo, es muy parecido al que produce la enfermedad de chagas. Un laboratorio que estaba capacitado para trabajar en Chagas experimental también lo estaba para estudiar leishmaniasis experimental. Además, en esos años tuvimos brotes epidémicos de la enfermedad en Pichanal y en otros lugares cercanos a Orán. La forma en que se aislaba y cultivaba el parásito que produce el tripanosoma era casi la misma en que se cultivaba la leishmania. Trabajamos para mejorar la forma en que se diagnostica y también mucho en inmunización de animales de laboratorio contra la leishmania.

¿Cómo calificaría los avances que se han logrado en el conocimiento y diagnóstico de estas dos patologías en los últimos 50 años?

Son grandisimos. Actualmente en la Argentina, sin tener en cuenta las investigaciones de laboratorio, las campañas para eliminación de la vinchuca han sido muy exitosas. Las provincias San Luis y Mendoza y la República del Uruguay certificaron que ya no se transmite allí la enfermedad de chagas. En Salta nunca se ha podido eliminar la vinchuca de lugares como Rivadavia Banda Sur, Rivadavia Banda Norte y Pocitos (Salvador Mazza) En Salta nunca se ha podido eliminar la vinchuca de lugares como Rivadavia Banda Sur, Rivadavia Banda Norte y Pocitos (Salvador Mazza). Desgraciadamente, lo que ha ocurrido es que en Pocitos y en el sur de Bolivia se han desarrollado cepas de "súpervinchucas", capaces de vivir en presencia de los insecticidas y resistentes a estos. Esto puede producir un cambio epidemiológico y que la enfermedad de chagas ya no sea combatible a través de la eliminación del vector, sino que se necesite de vacunas, como ocurre con la Malaria. Por eso el sentido de las investigaciones que estábamos haciendo se mantenía.

"Coincide en muchas partes del mundo el cambio climático con la proliferación de vectores. No es seguro, pero más vale creerlo antes de que nos enfermemos"

Ha habido muchísimos avances en el diagnóstico y en el tratamiento. Ahora se sabe que el tratamiento en los adultos no da resultados. De cada 100 personas que se infectan con el tripanosoma, hay solo 30 que se van a enfermar. Las 70 restantes van a vivir una vida larga, sin problemas, y quizá van a morir de otra cosa. Se ha estudiado bastante cuál es la fisiopatología de la enfermedad, o sea, por qué algunos se enferman y otros no. Se han hecho kits para diagnóstico y aún para predecir cuándo un paciente va a hacer la cardiopatía.

Hay laboratorios que han normatizado la serología, que permite hacer un diagnóstico bastante exacto de los infectados, estudiando los anticuerpos de la sangre. Se han desarrollado técnicas de biología molecular, como la reacción en cadena de polimerasas, que permiten hacer un diagnóstico muy certero de las personas infectadas, o sea, que el avance en los últimos 50 años ha sido muy importante y el panorama de chagas ahora es completamente distinto al que había a principios del siglo 20, cuando se descubrió el tripanosoma.

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El doctor Basombrío llega todas las mañanas en colectivo a la UNSa. Foto: Bernardita Ponce Mora

¿Cómo se descubrió la enfermedad de chagas?

La descubrió Carlos Chagas, un médico brasilero, en 1909. Fue un descubrimiento notable e integral porque, generalmente, cuando se descubre un patógeno o una bacteria nueva, una persona describe la forma que tiene, otra describe el ciclo evolutivo, otra estudia qué produjo la enfermedad. Todo esto junto lo descubrió Chagas en un momento porque descubrió el tripanosoma, quién lo transportaba, las vinchucas, y cuáles eran los ciclos, porque muta de una forma a otra.

"Cuando uno ya tiene un laboratorio que trabaja con cierta tecnología, se va especializando más y va sabiendo cada vez más y más sobre menos y menos"

Ahora son mucho menores y parciales los descubrimientos. Por eso se llama enfermedad de chagas. Acá le decimos Chagas-Mazza porque Salvador Mazza trabajó muchísimo y lo apoyó. Desde la Argentina confirmó todo lo que Chagas había descubierto. Así como Salvador Mazza, vinieron parasitólogos muy importantes a Salta y al noroeste argentino.

¿Hay alguna otra enfermedad en la que le hubiera gustado investigar?

Sí. Me habría gustado trabajar en cáncer experimental, si me hubiera quedado en EEUU, pero siempre me pareció que no tenía mucho sentido tratar de meterse en el campo tan competitivo que es la investigación contra el cáncer desde la Argentina, a menos que no sean estudios epidemiológicos o cosas muy puntuales. Me habría gustado que los estudios que hicimos en el IPE en modelos animales, se hubieran extrapolado más a pacientes y al campo, pero, como la ciencia es tan inmensa, cuando uno ya tiene un laboratorio que trabaja con cierta tecnología, se va especializando más y va sabiendo cada vez más y más sobre menos y menos.

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Usted y su equipo de trabajo han recibido subsidios de organismos internacionales y nacionales. ¿Es suficiente el dinero que se logra obtener a través de subsidios?

Al principio de nuestro trabajo en Salta era muy difícil conseguir dinero porque había investigadores que formaban parte de comisiones en Buenos Aires que no estaban convencidos de nuestras hipótesis. En la década de 1980 estábamos muy mal de dinero. Entonces empezamos a pedir subsidios a organismos internacionales. La Organización Mundial de la Salud y la Fundación Rockefeller nos ayudaron muchísimo. Pudimos hacer el bioterio y varias cosas para el laboratorio con el dinero que nos dio esta última. Después, la Fundación Howard Hughes, creada por un multimillonario estadounidense, nos dio subsidios para trabajar durante cinco años. Al IPE lo ayudó muchísimo la Fundación Bemberg, de Buenos Aires.

"La investigación es una necesidad de los pueblos"

¿Cree que el dinero que aporta el Estado para investigación es suficiente?

No. A mí me parece que nos está ganando Brasil muchísimo. Casi todos los países europeos y EEUU están dedicando el 3% de su PBI a la investigación científica. Brasil dedica la mitad de eso y tiene muy buenas instituciones científicas. La Argentina no llega todavía al 1% y es un país que tiene bastante historia y cultura. En el último tiempo han habido varias iniciativas del Conicet que han financiado mejor distintos programas de investigación.

"En Pocitos y en el sur de Bolivia se han desarrollado cepas de "súpervinchucas", capaces de vivir en presencia de los insecticidas y resistentes a estos"

¿Por qué le parece importante que el Estado siga invirtiendo en investigación?

Es importantísimo. Hay una anécdota que lo aclara muy bien. En la India había una visión de los británicos, que decían: "¿Para qué la India va a tener científicos? ¿Cómo se va dar un país tan pobre el lujo de hacer investigación?". Nehru, un dirigente político de la India, dijo que más bien la India no se podía dar el lujo de NO hacer investigación, cuando estaban tan subdesarrollados. O sea, que la investigación es una necesidad de los pueblos.

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La revista "Science", en manos del doctor Miguel Ángel Basombrío. Foto: Andrés Mansilla

¿Qué mensaje quiere transmitir a quienes hacen investigación o a quienes sueñan con hacerlo?

Las cosas hay que gestionarlas y trabajarlas mucho. Hay competencia. Hay muchos chicos y chicas todos los años esperando sus becas y tienen que ingeniárselas para hacer buenos proyectos de investigación. Una vez que un laboratorio los acepta para trabajar o que el Conicet les acepta un proyecto, tienen que dedicar mucho de su tiempo y de su esfuerzo para terminarlo y publicarlo porque eso es lo que van a medir los organismos de ciencia para seguir financiándolos.

Usted, pese a estar retirado, sigue asistiendo y trabajando en el IPE.

Yo creo que he tenido mucha suerte. Hay gente que trabaja porque necesita ganar y muchas veces hace trabajos que le son desagradables para vivir. En el caso mío y de muchos investigadores, hemos tenido la suerte de que tanto nos gusta la investigación que, nos paguen o no nos paguen, la hacemos igual. Por eso, cuando me jubilé, pedí seguir trabajando en el laboratorio. Me doy el gusto de hacer experimentos y, al mismo tiempo, no tengo obligaciones administrativas, que es una gran cosa. No trabajo ahora horario corrido pero vengo todas las mañanas, ayudo a los investigadores jóvenes a que escriban sus trabajos y tesis, que puedo dirigir o codirigir. Eso me mantiene activo y contento.


Segundos después de apagar el grabador, entró un becario, de no más de 30 años, para pedirle ayuda al doctor Basombrío.

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