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Llegó desde la Mesopotamia para cuidar el parque nacional El Rey

Apasionado por la naturaleza, Matías Almeida transmite el amor por la fauna y la flora de las yungas salteñas. 
Domingo, 29 de octubre de 2017 00:57

Cuando era pequeño, Matías Almeida iba al monte a recorrerlo y a cazar con una gomera, en los alrededores de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, donde nació. Sus familiares eran aficionados a la pesca y conocían las aves y los animales del monte. Cuando creció y conoció un parque nacional se dio cuenta de que su amor por la naturaleza y la conservación podía convertirse en una profesión. 

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Cuando era pequeño, Matías Almeida iba al monte a recorrerlo y a cazar con una gomera, en los alrededores de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, donde nació. Sus familiares eran aficionados a la pesca y conocían las aves y los animales del monte. Cuando creció y conoció un parque nacional se dio cuenta de que su amor por la naturaleza y la conservación podía convertirse en una profesión. 

Comenzó como guardavida y luego como combatiente de incendios forestales en El Palmar, en su provincia natal. Tras hacer un curso de guardaparque de apoyo en la Administración de Parques Nacionales (APN), en Córdoba, trabajó por un año y medio en Iguazú. Luego hizo la Escuela de Guardaparques Nacionales y se trasladó a Salta hace más de dos años para desempeñarse en El Rey.

Este muchacho, de solo 31 años, ha pasado casi la tercera parte de su vida cuidando áreas protegidas de la Argentina. “Me gusta entender la naturaleza y conocer e interpretar los ambientes. Soy aficionado a las aves y a los árboles. Aprendí a convivir en ese medio y la mayor parte del trabajo que hago está bueno. Es un privilegio. Recorremos zonas que son de difícil acceso, exploramos cada rincón del parque y siempre descubrimos cosas nuevas: árboles de gran porte o animales que no estaban registrados”, contó Matías a El Tribuno.

A quienes comparten la misma pasión por la naturaleza y piensan trabajar como guardaparques, les recomendó comenzar a capacitarse lo antes posible. “El trabajo del guardaparque es, sobre todo, el control y la vigilancia social y ecológica. Velamos por el parque ante los ataques de la gente que hace pesca y cacería furtiva y tala de árboles, y cuidamos a la gente que visita el parque de la naturaleza”, señaló.

El valor de la yunga

“La naturaleza tiene un valor intrínseco, un costo ambiental que no se ve solo a corto, sino también a largo plazo”, dijo, y enumeró algunos de los infinitos beneficios que brindan las áreas protegidas. 

El 70% de la cuenca del río Popayán, que luego se transforma en el río del Valle, nace en El Rey. Uno de los beneficios de este parque nacional es garantizar el agua limpia para las comunidades que hay río abajo. Allí no se utilizan agroquímicos ni venenos y no hay contaminación. El colchón forestal de la selva hace que el agua de la lluvia drene, los árboles la retengan y la liberen lentamente.

Además de cuidar el agua pura, la selva retiene la lluvia. “La causa de las grandes inundaciones es, muchas veces, el desmonte, lo que genera que no haya vegetación que absorba el agua. Entonces corre por el suelo hasta llegar a un río, que crece y llega al pueblo”. 

Otro beneficio directo es el disfrute de la sociedad. Hay muchas actividades que están en auge, como la observación de aves y de fauna en general. “Hay gente que busca esas alternativas en un área protegida porque sabe que va a encontrar más diversidad de ejemplares que en la ciudad”.

“Aire puro, agua limpia y resguardo de especies y de su genética. La biodiversidad -la diversidad de vida- no es solo la distinta cantidad de vida sino también la diversa cantidad de genética. Mientras más diversidad genética haya de una especie, más riqueza hay para que prospere. ‘En la diversidad está la vida’, dice un refrán. Así, se garantizan recursos genéticos para generaciones futuras”, señaló. 

El objetivo de la conservación de las áreas protegidas es cuidar la naturaleza para que sigan apreciándola las generaciones venideras. “Hoy conservamos para el futuro, no solo para el presente. Solemos contemplar la vida humana como nuestra vida, 80 o 100 años con suerte, pero la naturaleza tiene millones de años. Hay que ver más allá y pensar en las generaciones que vienen”.

Bastión de la conservación

Matías está a cargo de la seccional Popayán, que abarca unas 10 mil hectáreas de yungas salteñas. El Rey, que tiene 44.162 hectáreas, protege una parte austral de las yungas salteñas. Es la primera área protegida del NOA, a partir de 1948. Hasta el año 1986 estuvo permitida la pesca, sobre todo en el río Popayán, por lo que clubes de pescadores y mucha gente iba a acampar. Desde que se prohibió la pesca el parque perdió cierto atractivo, aunque hoy se lo promueve desde la conservación y la contemplación de la naturaleza.

“Queremos que los salteños vuelvan a sentirse identificados con el parque nacional El Rey, como era antes”, dijo Matías. Se puede ir por cuenta propia o con empresas habilitadas que van desde Salta capital. La mejor época es otoño, invierno y primavera, porque en verano empieza la lluvia y hay mucho barro en los caminos. Se puede acampar el tiempo que uno desee, sin costo alguno. Hay agua potable, baños, sala de primeros auxilios, un centro de visitantes y senderos autoguiados. Hay que llevar alimentos porque adentro no hay proveeduría. 

En 1947 llegó un cedro histórico, de alrededor de 5 metros, a la Sociedad Rural, en Buenos Aires. Perón lo vio y preguntó de dónde lo habían sacado. Le dijeron que de la estancia El Rey. A partir de 1948 se expropiaron estas tierras. Antes era un núcleo ganadero que abastecía el Alto Perú del Virreinato del Río de la Plata. Después, descendientes de españoles heredaron la tierra y la mantuvieron como estancia ganadera. Esta historia se narra en “Estancia El Rey”, un libro de Luis Patrón Costas.
APN es una institución que tiene más de 100 años y es pionera en conservación en América, después de Estados Unidos. Abarca 33 áreas protegidas en el país, recibe fondos públicos y también los genera por medio del turismo, con parques grandes como Iguazú y Nahuel Huapi. APN fomenta estrategias de conservación y educación ambiental para favorecer la conservación tanto en los sectores privados como en las reservas municipales y provinciales, para que las áreas protegidas no terminen siendo como islas. “La Provincia también tiene muchas áreas protegidas salteñas, que son hermosísimas y tienen gran valor de conservación, como el parque Laguna Pintascayo y las reservas Los Palmares y Los Andes”, observó Matías.
“La sociedad debe aprender el valor de la conservación, ya sea en la plaza del barrio o en un pequeño campito municipal”.

Fomentar el conocimiento de especies nativas del NOA

Hay registros del yaguareté en el parque nacional El Rey hasta 1956. “Nuestra idea es que en algún momento vuelva. Aquí podría habitar: tiene su presa y espacio para vivir”, contó Matías. Explicó que no se liberan ni se introducen especies en el parque, a menos que sea en el marco de un proyecto hecho por especialistas. “Tienen una genética distinta, vienen de otros linajes y muchas veces no son compatibles. Están acostumbrados a otra dieta y a otro recurso de agua. Si estuvieron en cautiverio pueden llegar a tener enfermedades”, señaló.

En Salta hay muchas especies, tanto de flora como de fauna, que no son originarias de acá. Matías recordó que “la invasión de especies exóticas es una de las principales causas de pérdida de biodiversidad en el mundo”. APN y los parques a nivel mundial tienen una política que intenta erradicar estas especies, que ponen en riesgo los ambientes naturales, para que prosperen especies nativas. “Si todos los gobiernos replicaran esto y lo hicieran en la ciudad y en los parques provinciales, sería una ayuda grande”, manifestó. 

Entre la flora exótica, en El Rey hay paraíso, ligustro, crataegus, algunos cardos, naranjo amargo, lima y cítricos en general. “Los ambientes que tienen mucha diversidad de plantas pueden convertirse en monoespecíficos porque (las exóticas) no tienen las enfermedades ni los depredadores de su lugar de origen”, explicó.

Entre la fauna exótica, destacan las vacas salvajes, que quedaron de la antigua estancia. “La vaca desplaza al tapir, que también es herbívoro, y lo pone en riesgo. Como es un animal grande, de entre 400 y 600 kilos, come mucho, genera pisoteo e impacto en la parte baja del bosque, donde deja sendas al caminar”. 

Cambio climático

“Si bien no lo puedo comprobar, creo que hay influencia del cambio climático. En las yungas hay una temporada seca y otra de lluvia. Ahora, con el calentamiento, vemos que las lluvias se demoran. Antes aparecían a fines de noviembre o comienzos de diciembre y seguían hasta marzo. Ahora empiezan a mediados de diciembre y se extienden a veces hasta abril o mayo. Llueve mucho más. Hubo crecidas devastadoras que han roto muchos caminos”, reveló.

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