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El Curu Curu y las fabulosas riquezas de los frailes jesuitas

Luego de que Carlos III de España expulsara a los jesuitas de América, aquí se desató la fiebre por sus riquezas.  
Sabado, 16 de diciembre de 2017 20:36

Todo comenzó cuando el rey de España, Carlos III expulsó a los jesuitas de América en 1767. Por entonces, la orden de la Compañía tenía en la actual zona fronteriza de Salta con Santiago del Estero, la misión Miraflores. Una de las tantas que poseían aquí y en el resto de América. Por otra parte, era creencia muy generalizada que estos clérigos eran riquísimos y que por lo tanto atesoraban fortunas. Y esta presunción era también compartida por el mundo oficial del reino. Y así fue que cuando se resolvió la expulsión de los jesuitas de todas las posiciones de España, desde el gabinete real de Madrid llegaron a todo el reino, informes precisos, hasta el día y hora en que los agentes del rey debían apresar a los frailes a fin de sorprenderlos y evitar que se lleven u oculten sus riquezas.
Pero los Jesuitas estuvieron al tanto de todo. ¿Cómo?, no se sabe, pero a poco se enteraron de la expulsión que se venía, y así fue que Carlos III, ni por asomo logró sorprenderlos. 
Aquí mismo se sabe lo que ocurrió cuando los jesuitas del Colegio de Salta fueron apresados el 3 de febrero de 1767 por orden del gobernador Juan Manuel Campero. Aquella noche, los guardias llegaron a la portería del convento, entre las once y media y doce de la noche, dispuestos a pillar a los frailes durmiendo en sus lechos. Pero los sorprendidos fueron los guardias, pues apenas uno de ellos tiró del cordel de la portería (el timbre de entonces) e hizo tañir la campanilla, en el acto un cura abrió el postigo como si estuviese esperando el llamado. Y la sorpresa fue mayor aún, cuando el jefe de la patrulla preguntó por el superior de la orden. El fraile guardián le dijo que lo estaba esperando en el refectorio (comedor de los conventos). Pero hubo más sorpresas. Al ingresar los guardias a la sala, se dieron con que todos los jesuitas estaban sentados en torno de una gran mesa, cada cual con su bulto de viaje a los pies, esperando serenamente la hora de la partida. De aquí, los jesuitas fueron llevados al Callao y de ahí a España o Roma, donde concluyó el peregrinar. 
 
Tras los tesoros

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Todo comenzó cuando el rey de España, Carlos III expulsó a los jesuitas de América en 1767. Por entonces, la orden de la Compañía tenía en la actual zona fronteriza de Salta con Santiago del Estero, la misión Miraflores. Una de las tantas que poseían aquí y en el resto de América. Por otra parte, era creencia muy generalizada que estos clérigos eran riquísimos y que por lo tanto atesoraban fortunas. Y esta presunción era también compartida por el mundo oficial del reino. Y así fue que cuando se resolvió la expulsión de los jesuitas de todas las posiciones de España, desde el gabinete real de Madrid llegaron a todo el reino, informes precisos, hasta el día y hora en que los agentes del rey debían apresar a los frailes a fin de sorprenderlos y evitar que se lleven u oculten sus riquezas.
Pero los Jesuitas estuvieron al tanto de todo. ¿Cómo?, no se sabe, pero a poco se enteraron de la expulsión que se venía, y así fue que Carlos III, ni por asomo logró sorprenderlos. 
Aquí mismo se sabe lo que ocurrió cuando los jesuitas del Colegio de Salta fueron apresados el 3 de febrero de 1767 por orden del gobernador Juan Manuel Campero. Aquella noche, los guardias llegaron a la portería del convento, entre las once y media y doce de la noche, dispuestos a pillar a los frailes durmiendo en sus lechos. Pero los sorprendidos fueron los guardias, pues apenas uno de ellos tiró del cordel de la portería (el timbre de entonces) e hizo tañir la campanilla, en el acto un cura abrió el postigo como si estuviese esperando el llamado. Y la sorpresa fue mayor aún, cuando el jefe de la patrulla preguntó por el superior de la orden. El fraile guardián le dijo que lo estaba esperando en el refectorio (comedor de los conventos). Pero hubo más sorpresas. Al ingresar los guardias a la sala, se dieron con que todos los jesuitas estaban sentados en torno de una gran mesa, cada cual con su bulto de viaje a los pies, esperando serenamente la hora de la partida. De aquí, los jesuitas fueron llevados al Callao y de ahí a España o Roma, donde concluyó el peregrinar. 
 
Tras los tesoros


Y mientras los jesuitas iban camino al destierro, aquí se desató la fiebre por sus riquezas, especialmente por parte del fisco, que supuso que estaban en los predios dejados por los frailes, ahora “los expulsos”. 
El hechos es que los del rey hurgaron todas las estancias, haciendas, casas y solares de “los expulsos”. Revolvieron todo, demolieron muros y paredes, levantaron techos y entretechos, bajaron a los sótanos y se metieron en los aljibes más profundos, pero nada. 
Ante el fracaso, comenzó entonces a difundirse una sospecha. Si los frailes habían estado al tanto de la expulsión, bien podrían haber escondido con tiempo sus fortunas, abrigando la idea de que quizás pronto volverían por estas tierras. 
Y como esta sospecha de a poco fue cobrando fuerza a nivel popular y oficial, pronto todo el mundo se lanzó con gran afán tras los tesoros jesuíticos. Y así, no hubo cerro, huayco, cañada ni huecos de árboles que no se espulgara al detalle. Y surgieron entonces, innumerables historias y leyendas, muchas, harto descabelladas, pero otras bastante verosímiles, tanto que aún perduran, como las que hablan de los tesoros escondidos en los cerros de Cafayate, Cerrillos, Metán y El Galpón. 

El plano que obsequió un jesuita

Luego de más de un siglo y medio de la expulsión de los jesuitas, un forastero subía por los cerros del Tafí rumbo a Cafayate. Era invierno y en la travesía el hombre contrajo una neumonía por el frío intenso. Al parecer, había extraviado su rumbo pues luego contó que lo que él quería era llegar a la antigua misión de Miraflores. 
El hecho es que el forastero, al caer en cuenta que estaba muy mal y que le quedaba poca vida, sacó del pecho una cajilla de latón y se la entregó a quien lo había auxiliado y le cuidaba, diciéndole: “Toma para ti esta cajilla que encierra una fortuna. Se feliz con ella antes de que se pierda del todo o vaya a otras manos. Soy padre jesuita enviado al paraje de Miraflores, para buscar un tesoro escondido por la orden, cuando fue expulsada de estas tierras. En ella está el derrotero; guíate por él y darás con el tapado en el punto del Curu Curu, región de Miraflores...”. 

El derrotero


A los pocos días y luego que el mozo sepultara al cura, abrió la cajilla recibida y vio el derrotero del tapado del Curu Curu. Pero por desgracia, el documento estaba en latín, idioma que el pobre hombre no entendía ni jota. En eso estaba cuando recordó que los curas sabían ese idioma, razón por la cual no tuvo mejor idea que hacerle llegar el manuscrito al vicario Episcopal de Salta, monseñor Julian Toscano (1850-1912). Se ignora si el vicario tradujo fielmente el manuscrito, pero sí se sabe que fue él, quien hizo público el suceso, seguramente, después de haber enviado sus propios excavadores. 
Después de ello, todos los comarcanos de Miraflores y de sus alrededores fueron tras el tapado del Curu Curu. Cavaron en Miraflores, Balbuena, Pitos y obvio, también donde se creía había sido siglos antes, el sitio Curu Curu. 
Pero había un problema, luego de más de un siglo, las viejas casas no existían, los arbolitos eran inmensos y los antiguos pobladores ya habían desaparecido. Para colmo, de los nuevos ni un solo dato salía.

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