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“Quizá la condición del poeta y de la poesía sea cierta marginalidad”

El salteño Carlos Aldazábal presentó su último libro “Camerata Carioca” 
Domingo, 17 de diciembre de 2017 14:06

Un recorrido por Río de Janeiro y otras ciudades de Brasil encendieron los sonidos de “Camerata Carioca”, el último libro del salteño Carlos Aldazábal. Editado en España y México y con reciente aparición en nuestro país, el poemario se centra en la intensidad de lo cotidiano con postales profundas de personajes y lugares: garotas, marionetas y la música como leiv motiv o hilo conductor.

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Un recorrido por Río de Janeiro y otras ciudades de Brasil encendieron los sonidos de “Camerata Carioca”, el último libro del salteño Carlos Aldazábal. Editado en España y México y con reciente aparición en nuestro país, el poemario se centra en la intensidad de lo cotidiano con postales profundas de personajes y lugares: garotas, marionetas y la música como leiv motiv o hilo conductor.

Tu nuevo poemario toma una locación diversa respecto de tu Salta natal ¿cómo trabajaste en ese contexto que te es, a grandes rasgos, ajeno para apropiarse de él en tu poesía?

El poemario nace de un viaje a Río de Janeiro. Pero, si de geografías y culturas lejanas se trata, no es más exótico escribir sobre Río que escribir sobre un pueblo indígena de Tierra del Fuego, como lo hice en mi tercer poemario. Quizá toda poesía, incluso la que se escribe desde la realidad inmediata, pasa por ese camino del extrañamiento, que es también un camino de la experiencia, y siempre de la poesía. En este punto, la experiencia de ese viaje fue vital, lo mismo que el descubrimiento, en una librería de viejos en Río, de un libro de Drummond de Andrade, que tenía manuscrita una nota de lector que preguntaba en portugués por “lo que siente un poeta”.

Además de poeta, te has formado como comunicador. El itinerario del libro por diferentes ciudades y personajes remite a cierta tradición de la crónica o del retrato literario ¿creés que esos géneros conviven en los poemas?

El itinerario del libro es por diferentes barrios de la ciudad carioca. Es un poemario anclado a Río de Janeiro y algunos de sus barrios, pero que usa esa geografía como excusa. En uno de los poemas digo que el ojo configura a los fotógrafos, pero también a los poetas. Y algo de eso hay: se trata de una mirada, de un ejercicio de flâneur para pensar sobre el oficio de la poesía, sobre sus contrastes de luz y de sombra.

¿Podrías encontrar paralelismos con personajes y lugares de aquí, pensar en una camerata salteña?

Quizá mi “Camerata salteña” está en mi primer libro, “La soberbia del monje”. Pero, de todos modos, Salta terminó también apareciendo en este libro: en el poema final, que se llama “El ansia de volver”, el diablito del cabildo tiene una participación especial. Es un poema donde se nombra ese elemento, algo completamente desconocido para el que no le haya prestado atención al cabildo de la ciudad y su particular veleta.

El libro está poblado de cierta nostalgia, de viajes en tiempo presente pero vinculado con el pasado o lo marginal. En este sentido ¿cuál es tu experiencia emotiva al escribir? Y por otro lado ¿hay una poesía marginal hoy?

Es que quizá la condición del poeta y de la poesía sea cierta marginalidad, cierto estar en los márgenes, cierto pasar desapercibido en la multitud de los paseantes. La experiencia de escritura, en mi caso, tiene que ver con un paisaje, con una sintonía, pero también con lecturas. Por eso en un ejercicio de la imaginación coloco a Juan Gelman y su poesía en Río. Se trata de alguien que está leyendo a Gelman en una ciudad atiborrada de personas, y sin embargo en esa aglomeración lo que aparece es la soledad. Quizá una posible clave de lectura de esta camerata.
 
Este libro se ha editado en España, México y ahora en nuestro país, un libro de un viaje que viaja también ¿considerás que la forma de leer, de pensar la poesía y con ella a la sociedad también cambia?

El lenguaje del libro, más allá de donde se publique, es el de un poeta argentino. Y más allá del tema y de la geografía, se trata de una búsqueda que viene acompañando mis poemarios desde siempre: la construcción de un estilo, de una voz propia. Cuando escribí poemas que hablaban del Noroeste, tampoco fueron poemas telúricos ni regionalistas. De eso trato de escapar, del solipsismo regionalista, que no implica renegar de la literatura de la región ni de grandes referentes nuestros, que fueron universales desde su regionalidad. Pienso en Héctor Tizón o en Carlos Hugo Aparicio, pero también en Manuel J. Castilla o Jacobo Regen.

Ordenás las partes del poemario en clave musical ¿son poemas para ser cantados?

El orden del libro lo dio un concierto de música barroca al que asistí en Río. Yo tenía ganas de escuchar ritmos típicos brasileños, pero terminé escuchando música barroca, especialmente por un amigo salteño que tocaba el violín en ese conjunto. Y de esa experiencia, y puntualmente del programa de ese concierto, salió la estructura del libro, que tiene mucha musicalidad, y que pretende funcionar como un concierto, nada más que haciendo música desde las palabras. Por supuesto que si alguien quiere agregar otra armonía, el desafío podría ser interesante, pero por ahora son poemas para ser leídos.

Lo que siente un poeta, casi al final del libro funciona como un manifiesto... 

En realidad esa cita, con la que abre el libro y que se retoma en la última parte, es lo que lo articula. Como dice el uruguayo Alfredo Fressia desde la contratapa, el libro es un homenaje a los lectores, y, al mismo tiempo, una reflexión sobre el oficio del poeta. Un intento por responder a esa pregunta, escrita por alguien, seguramente un poeta, en las márgenes de un libro. Nota de lector, mensaje de algún náufrago que por simple casualidad terminó convirtiéndose en una excusa para más poesía.
 

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