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“El lustra está en contacto con lo malo y lo bueno de la sociedad"

Juan Humberto Morales es lustrabotas desde los diez años y trabaja en una confitería del centro de la ciudad.
Domingo, 19 de marzo de 2017 10:34

"¿Qué es lo que me quiere preguntar?", consulta Juan Humberto Morales (45). La curiosidad agiganta un poco sus ojos pardos. Espera la respuesta, medita brevemente y despliega su anecdotario. Cuenta que les ha lustrado los zapatos al "Cuchi" Leguizamón, a Antonio Yutronich, a Juan Carlos Saravia y a doña Margarita, "que vienen una vez cada tres meses a Salta y se dan una vuelta por aquí". "Tuve el honor de lustrarle las botas a Horacio Guaraní, cuando se alojaba en el Hotel Victoria. ­No sabe la alegría que me daba lustrarles los zapatos a personajes así! Y a los gobernadores les he lustrado a todos...", empieza con su voz que adquiere un brillo tan cálido al hablar como el de los calzados que embellece. Lo suyo es limpiar y sacar brillo de las botas y zapatos de los clientes, un oficio que él no eligió y que lo puso a ganarse el peso en las calles cuando tenía diez años, pero que le ha hecho ver el mundo desde una ángulo inmejorable para apreciar la salteñidad en sus mezquindades y grandezas.

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"¿Qué es lo que me quiere preguntar?", consulta Juan Humberto Morales (45). La curiosidad agiganta un poco sus ojos pardos. Espera la respuesta, medita brevemente y despliega su anecdotario. Cuenta que les ha lustrado los zapatos al "Cuchi" Leguizamón, a Antonio Yutronich, a Juan Carlos Saravia y a doña Margarita, "que vienen una vez cada tres meses a Salta y se dan una vuelta por aquí". "Tuve el honor de lustrarle las botas a Horacio Guaraní, cuando se alojaba en el Hotel Victoria. ­No sabe la alegría que me daba lustrarles los zapatos a personajes así! Y a los gobernadores les he lustrado a todos...", empieza con su voz que adquiere un brillo tan cálido al hablar como el de los calzados que embellece. Lo suyo es limpiar y sacar brillo de las botas y zapatos de los clientes, un oficio que él no eligió y que lo puso a ganarse el peso en las calles cuando tenía diez años, pero que le ha hecho ver el mundo desde una ángulo inmejorable para apreciar la salteñidad en sus mezquindades y grandezas.

"Nosotros somos hijos naturales y mi madre nos crió. Soy mayor que mis hermanas y empecé y aprendí mirando. En la calle se aprenden cosas buenas y malas. Para ser lustrabotas tenés que seguir una línea porque la calle tiene muchas tentaciones, más ahora que no es como era antes. Veinte años atrás se podía lustrar hasta la medianoche", señala. Los clientes de la confitería Van Gogh, donde trabaja hace dos décadas, se dejan tratar solo por él, aunque la oferta en torno de la plaza 9 de Julio sobra. Cremas para lustrar, pomadas, cepillos, cera y franela son las armas que Juan Humberto utiliza todas las jornadas de 8 a 15. El negocio ha cambiado con la inmersión en el mercado de los materiales sintéticos con que se fabrican zapatillas y el popular invento brasileño, los zapatenis. La comodidad le ha ganado al cuero y a ese señorío de mirarse en el empeine y reflejarse como en un espejo. "Ahora vienen también con muchos calzados que son de gamuza y entonces hay que comprar los materiales que sean exactos para ese tipo de calzado. Yo los entiendo porque un par de zapatos de cuero ahora está arriba de los 2.500 pesos. Hay que saber, estar atento y tener mucho cuidado porque si te "moquiás' con alguno de seguro tenés problemas. Por eso la gente siempre busca a alguien que le haga un buen servicio. En esto, si lo aprendés bien y hacés un buen servicio y tenés un buen trato con la gente, seguro que te va a ir bien", evalúa Juan Humberto. Ese aseo garantizado lo logran magistralmente los lustrabotas, que en Salta son 230, según sus cálculos. Incluso él con Juan Pedro Toconás, el "Gorra Felipe", creó en 1989 la entidad Lustrabotas Asociados de Salta. Esa experiencia lo puso a las puertas de la conflictividad que aflora cuando se quiere remover las aguas mansas de la pobreza.

"En aquella época había un comedor, donde iban los chicos y doña Blanca les daba el té. Después, con el tiempo, yo me retiré. El objetivo de la asociación era tener una obra social, más adelante hacer un aporte jubilatorio, y quedó en la nada porque los mismos compañeros se fueron alejando, no querían algo serio. Lo que pasa es que es medio complicado porque no todos los lustrabotas somos iguales. No digo que todos sean malas personas, sino que hay algunos que se disfrazan, se ponen el cajón y vienen a robar, mayormente los que hacen eso no son de la plaza 9 de Julio. Después el lustrabotas es el que sufre. El gobierno tendría que hacer algo más por nosotros", piensa en voz alta y retorna al tiempo en que comprendió aquel adagio de que el camino hacia el infierno está lleno de buenas intenciones. "Lo que nosotros necesitábamos más que nada es la ayuda del Gobierno. Eso nos hacía falta para sacar a los chicos de la calle. Eso es algo que el Estado no hace ni hizo. Ningún gobierno, ni siquiera en democracia, hizo algo por los chicos de la calle. Y por eso esto está empeorando. Porque capaz que vos les das un subsidio a las personas, pero Acción Social debería implementar más horas de trabajo y visitar a las personas que realmente necesitan. Porque acá hay mucha gente que quiere trabajar y quizá no tengan estudios, pero sí ganas de salir adelante", define Juan Humberto encarnó aquello que ninguna sociedad desea ver y que si provoca mala conciencia genera una perniciosa justificación: "el trabajo dignifica". Mientras, el trabajo infantil se hace patente en la plaza principal y a los mozos les toca ahuyentar a los niños que se acercan a los comensales sentados al aire libre, para ofrecerles soquetes, denarios y estampitas. "Acá en la plaza se ve la desesperación de la gente, mendigando acá son muchas las familias. Que ellos los hagan trabajar a los chicos es algo que yo veo como una injusticia total. Eso es explotación infantil y la gente a veces no quiere denunciar por miedo a represalias", sintetiza.

Juan Humberto está casado con Silveria Florinda Mendoza (45). Tienen cuatro hijos: Juan (21), Cristian (20), y las gemelas Agustina y Luciana (9). A ellos les tocó en suerte una vida de juegos y estudio.

 

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