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Dios atiende en todas partes, si llega internet

Los estados, ante la pandemia del desempleo, se ven desafiados por una nueva realidad que no reconoce fronteras ni jurisdicciones. 
Jueves, 20 de abril de 2017 00:00

Si Ud., conjetural y bondadoso lector, tiene más de 50 años, tal vez el anglicismo "start-

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Si Ud., conjetural y bondadoso lector, tiene más de 50 años, tal vez el anglicismo "start-

up" no le diga demasiado. Por el contrario, si tiene menos de 30 (los famosos "millenials" y su continuación, la Generación Z, estos últimos nativos digitales) y -no excluyente- acceso a educación superior, es posible que en algún momento haya considerado poner en marcha una start-up, si no lo está haciendo ya.

Una start-up es una empresa de reciente creación (en inglés, el phrasal significa "arrancar") con un fuerte componente tecnológico y, en especial, de las llamadas TIC (Tecnologías de la Información y de la Comunicación) o, dicho de otro modo, centradas en desarrollar aplicaciones web y/o mobile. Grandes empresas actuales como Facebook, Twitter y demás redes sociales, empezaron como "start-ups" antes de convertirse en gigantescas corporaciones globales.

La cultura emprendedora, potenciada por las nuevas tecnologías, se abre camino como nuevo paradigma mundial. Una de las razones de este fenómeno es, sin duda, la desaparición del mercado laboral tal y como lo conocemos.

Los avances en robótica, inteligencia artificial o de la llamada industria 4.0 hacen que oficios y profesiones hasta hace poco impensados estén en riesgo de extinción o, al menos, de severa transformación. Recientemente, una empresa de seguros japonesa anunció que había reemplazado empleados de oficina por una plataforma de IA. Es la primera vez que ocurre con trabajadores no manuales y todo indica que el proceso no hará sino acelerarse.

En este contexto, el mensaje para las generaciones venideras, incluidos aquellos actualmente en edad escolar, es claro: no hay más trabajo ahí afuera que el que te puedas generar.

Byung - Chul Han, en su inesperado best-seller "La sociedad del cansancio", analiza críticamente esta realidad tardomoderna, afirmando que hemos pasado de la sociedad de la disciplina, la cual era identificada por el verbo modal "no-

poder", o sea, la prohibición, a la sociedad del rendimiento, cuyo verbo significante es el opuesto, "poder", de forma tal que la alienación, antes externa, ahora se ha interiorizado; yo puedo y si no puedo, es mi responsabilidad individual, "mi culpa". En palabras de este autor, el nuevo animal laborans (opuesto al "homo faber" según la terminología rescatada por Hannah Arendt) "se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa". Sin embargo, no sólo llegan malas noticias del nuevo mundo. Internet ha transformado definitivamente la vida de amplios sectores de la humanidad. Estas "vidas líquidas", como las definió el recientemente fallecido Zygmunt Bauman, tienen vocación global y experimentan la libertad como un derecho irrenunciable, una visión que, evidentemente, se ha trasladado también al campo laboral y empresarial. Trabajadores desde el hogar; nómadas digitales, que trabajan en un país distinto del que viven o viajan mientras trabajan; plataformas de crowdfunding como modelo alternativo de financiamiento de proyectos comerciales o sociales; espacios de coworking, buscados no sólo como una forma de bajar gastos sino por las sinergias que generan entre sus usuarios, son sólo algunas de las modalidades de gestión operativa y de recursos humanos surgidas del cambio tecnológico. Estas nuevas opciones están generando una economía también líquida y, como tal, difícil de controlar y dirigir.

Los Estados, en crisis en su rol de proveedores de trabajo nacional y ante la pandemia del desempleo, por un lado, promueven y difunden el mensaje emprendedor a través de planes educativos, normas legales facilitadoras (el Congreso acaba de sancionar la Ley de Emprendedores, de gran importancia en este ámbito) e incentivos financieros.

Pero, por otro lado, se ven desafiados por estas mentes "en la nube", que no reconocen fronteras ni jurisdicciones de la mano de la web, considerada, un tanto exageradamente, como "mare liberum", un alta mar sin ley. El caso "Uber" es una buena prueba de ello. A pesar de las medidas judiciales, el acoso tributario e, incluso, el infaltable patoterismo gremial, esta aplicación, que permite a particulares ofrecer servicios de transporte de pasajeros en competencia con taxis y remises, se usa regularmente en Buenos Aires y el Estado argentino, como otros antes, se ha mostrado impotente para frenar su avance.

La economía líquida se expande también tierra adentro. Una de sus consecuencias ya visibles, es la creciente descentralización y deslocalización de los factores de producción económica, lo cual puede significar una enorme oportunidad para regiones históricamente postergadas, como la del Noroeste argentino. Contrariando el dicho popular, hoy Dios atiende en todas partes (en las que haya internet, al menos) y no sólo en Buenos Aires. Algunos casos de éxito ya están a la vista: empresas como las jujeñas Usound y Nubimetrics o la tucumana Sigmma han logrado consolidar su negocio on line a nivel nacional y van por más. Nuevos emprendimientos tecnológicos se lanzan todos los días en cualquier parte del país. La conocida "ganancia del pionero" actúa de efecto llamada: si contamos el boom de las punto.com de finales de los noventa, esta es la segunda generación que transita el territorio digital, casi virgen en muchos sectores. Los beneficios para los primeros en llegar pueden ser inmensos. Uno de los valles de nuestra provincia ya compite con el Napa Valley (meca del vino californiano). El otro debería plantearse seguir la estela del Silicon Valley (el paradigmático centro tecnológico de avanzada, también en California). Tenemos el diario del lunes y, adivinen: es digital.

 

 

 

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