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Acostumbrados a violencia y el maltrato

El buen trato debería ser universal, resultado de los derechos de las personas, pero en el mundo de hoy parece una meta lejana.
Sabado, 10 de junio de 2017 21:43

El volumen y el grado de violencia y maltrato que hoy vivimos y toleramos son horribles. Uno de los peligros es entrar en un proceso de acostumbramiento; tanto tolerar se llega a respaldar y a alentar la violencia, los individuos se desensibilizan ante muchas cosas y también con respecto a la violencia.

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El volumen y el grado de violencia y maltrato que hoy vivimos y toleramos son horribles. Uno de los peligros es entrar en un proceso de acostumbramiento; tanto tolerar se llega a respaldar y a alentar la violencia, los individuos se desensibilizan ante muchas cosas y también con respecto a la violencia.

La legitimación de la violencia la puede tornar incontrolable y llevarla a todos los excesos. Los enfermos mentales, los perversos, son un pequeño porcentaje y no representan un peligro social, son, en todo caso, los ejemplos según los cuales otros serán juzgados. Si no existieran los locos y los delincuentes habría que inventarlos porque proveen un objeto legítimo a las actitudes agresivas de la sociedad. Un criminal puede matar una o varias personas; la violencia legitimada puede matar a millones de personas (por ejemplo, el holocausto de los judíos o de los armenios).

Parece ser que los delitos son más violentos en la medida en que los métodos con que se los combate son más violentos.

Se cometen agresiones, delitos y violencias en los pueblos como en las grandes ciudades. Hoy por hoy existe la posibilidad para todos de acceder a la violencia y su justificación también está al alcance de todos; para algunos la agresión es un fin y una estrategia y a ello se agrega la amplificación por la información.

La situación límite 

Las situaciones que desencadenan una explosión de violencia son las mismas en todas partes; cuando un grupo de la sociedad se da cuenta que no será oído, que para ser escuchado lo ha ensayado todo, que ya no le quedan más recursos posibles, no tiene otra salida que la violencia; la voz de la razón no tiene auditorio socialmente hablando.

A los violentos individuales o en grupo les importa un comino lo que pueda ocurrirles; tienen un desdén absoluto por el peligro, la vida de los demás y su vida misma.

“La violencia pretende ser la solución de un problema, pero ella es el problema” (Friedrich Hacker).

La mayoría de las soluciones verdaderas a los problemas consiste en nuestro mundo actual en vivir sin soluciones, en la incertidumbre, la falta de certezas, la inestabilidad y a veces el caos. Los problemas no tienen solución por métodos simples y directos, estas vías suelen ser necesariamente violentas, si no por vías y métodos complejos y sinuosos.

Nadie reconoce ser agresivo o violento, pero todos piensan que los otros lo son; la agresión es siempre la que comete el otro. Por otra parte, las medidas de contraviolencia, las medidas destinadas a mantener el orden establecido y combatir la violencia, muchas veces cometen los mismos delitos que se supone que combaten: los cachiporrazos, manguerazos, balas de goma o de plomo, cargas de caballería sable en mano, acoso con escudos, armas y perros... no son para la Policía de buena fe actos de violencia y además obedecen órdenes y cumplen con su deber.

El castigo aplicado a la violencia y el maltrato puede ser, según los casos, enseñanza pero muchas veces genera actitudes y actos violentos.

La legitimación que se cuela 
 
Muchas veces surge una contradicción entre el mensaje y los métodos de la educación. Un mismo acto es permitido y legitimado si lo comete una determinada persona o una institución y es prohibido y punible cuando ese mismo acto lo comete otro.

Lo que se considera un deber, una necesidad, lo que puede ser puesto al servicio o justificado por una causa superior, no es violencia. Las bellas conciencias que esgrimen estos argumentos viven y actúan bajo una falsa etiqueta que nadie considera agresión.

Así se hicieron los genocidios. Desde los griegos, romanos y judíos tenemos casos de la eliminación de grupos nacionales o étnicos por razones religiosas o de conquista militar. Aunque el tema del genocidio tomó importancia en 1945, la realidad es que el mismo Holocausto, considerado como el más feroz, efectivo y el modelo clásico de lo que significa destruir un pueblo completo, no fue objeto de mucho análisis hasta la década de 1990.

El Gran Hermano

El novelista Eric Arthur Blair, más conocido por su pseudónimo George Orwell (1903 1950), célebre por sus dos novelas críticas contra el totalitarismo y publicadas después de la Segunda Guerra Mundial, Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), escrita en sus últimos años de su vida y publicada poco antes de su fallecimiento, y en la que crea el concepto de “Gran Hermano”, que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia.

Imaginó un horizonte en el que el poder controlaría totalitariamente a la población por medio de pantallas omnipresentes en cada hogar. El programa que desde la TV abierta y el cable arrasa con los índices de audiencia realiza de modo oblicuo las anticipaciones orwellianas, con algunas sensibles y destacables modificaciones con respecto al original. 

La trama es archiconocida y se ha desarrollado en muchos países del mundo. Pero las audiencias apasionadas con el fenómeno del “Gran Hermano” nos confirman en la presunción que la batalla cultural contra el poder dista mucho de haber sido ganada por nuestros pueblos. Las fuerzas dominantes tienen en nuestro tiempo una principal herramienta -en el complejo proceso de construcción de la dominación- que es comunicacional o massmediática, ya que la opresión se funda en la aceptación por parte de las víctimas de su condición subordinada. Se invierten montañas de dinero en industrias culturales que aparentan ser solo de entretenimiento, pero que en realidad son un mecanismo ideológico decisivo para la continuidad del proceso de explotación y marginalidad. Persiguen no solo que pasemos hambre, frío y sed, también debemos estar alegres por esto. Eludir la presencia de intelectuales críticos, trabajadores solidarios y cualquier persona con un mínimo de abnegación significa borrarlos de la percepción colectiva. El oportunista o el trepador son presentados como únicos paradigmas aceptados y la carrera por apropiarse de un premio a cualquier costo como exclusivo modo de desempeñarse en sociedad. Presentar la competencia despiadada de modo casi inevitable constituye un modo perverso de naturalizar los rasgos más salvajes de las sociedades posmodernas. Mostrar una indiferencia absoluta hacia cuestiones importantes es convertir a la sociedad en un conglomerado humano al cual el poder real puede imponerle prácticamente lo que se le antoje. Hay una tendencia a que todo lo que circule pertenezca al ámbito privado. Si todo lo que se habla no pertenece en rigor a lo que corresponde llamar espacios públicos, estos desaparecen.

Se escamotea y se trata de borrar de la percepción colectiva la historia de la ampliación de la ciudadanía, que, como es sabido, se da y realiza en los espacios públicos. Manejando la agenda, vaciando el lenguaje de los sujetos subalternos, desapareciendo de los debates las cuestiones públicas los resultados son magníficos en términos de dominación. Además, se logra ganar cantidades de dinero fastuosas. Se puede controlar a la sociedad penetrando con un ojo avizor en cada hogar.
Agresión y violencia 

Hay que distinguir entre la agresión y la violencia. Toda violencia es agresión, pero no toda agresión es violencia. La violencia es una forma de expresión y de actuación simple y primitiva.

Una educación cuyo objetivo sea suprimir todo tipo de agresión produce individuos inadaptados, neuróticos y mentirosos.

La agresión es positiva, dentro de ciertos límites, cuando hay que ejercer la autoridad o aplicar decisiones voluntarias compartidas; en estos casos tiene una función constructiva porque sostiene estructuras como las buenas leyes, las buenas instituciones. Las tendencias agresivas son fiscalizadas por un contrapeso interno que son los mecanismos de la conciencia y las inhibiciones generadas en nuestro cerebro y en el exterior por leyes, normas, instituciones, reglas de juego y de comportamiento que obedecemos de manera ritual y automática, y el ejercicio saludable de la “autoridad” que viene del término auctor, que significa lo que hace crecer, lo que ayuda a crecer.

Generalmente se pide y se nos obliga a sacrificar nuestro programa de agresividad individual y se nos autoriza a ejercer la agresividad con fines colectivos en beneficio del interés general, por ejemplo, defender la Patria o el Estado.

Los esquemas de la violencia tienden a reproducirse. La violencia no emplea como la agresividad la ironía, el humor, la broma, la astucia, el desprecio o la superioridad. La violencia está al alcance de todo el mundo; no es necesario ser inteligente, imaginativo o tener diploma para ser violento.
Erich Fromm decía: “El hombre es el único animal que puede estar fastidiado, disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso. En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte, es el escultor y el mármol, el médico y el paciente”. El maltrato es una violación de los derechos humanos y una causa importante de lesiones físicas y psíquicas, enfermedades, pérdida de productividad, aislamiento y fragilidad.

Aún hoy hay dificultades para reconocer el maltrato, medirlo, y tomar medidas efectivas para disminuir su prevalencia y contener el miedo a denunciarlo. Todavía siguen siendo escasos los estudios que permitan cuantificar y establecer los tipos de maltrato y estudios que verifiquen objetivamente las medidas y los instrumentos para contrarrestarlo que permitan planificar los servicios sociosanitarios, jurídicos de protección y desarrollar acciones orientadas a la prevención y la promoción de la dignidad y el bienestar de las personas favoreciendo el buen trato.

El buen trato debería ser universal y ser el resultado de los derechos de las personas, respeto a la dignidad, establecer una relación satisfactoria entre las personas; dar y recibir buen trato no tiene edad, es una forma positiva de relación, consideración, reconocimiento, implica reconocer al otro de igual a igual.

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