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“La economía de comunión piensa en producir riqueza y en hacerla circular”

Anouk Grevin, doctora y profesora de economía.
Sabado, 22 de julio de 2017 00:57

“La economía silenciosa” es el libro que presentó en Salta Anouk Grevin, doctora en Economía y profesora de la Universidad de Nantes, en coautoría con el economista Luigino Bruni. 

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“La economía silenciosa” es el libro que presentó en Salta Anouk Grevin, doctora en Economía y profesora de la Universidad de Nantes, en coautoría con el economista Luigino Bruni. 

La catedrática habló con El Tribuno acerca del don y de la gratuidad en el trabajo, temas sobre los que investigó para su tesis doctoral y que profundizó en su libro.

Además, brindó una mirada crítica y constructiva del capitalismo y de las empresas, que se ven “humanizadas” desde la economía de comunión.

¿Cuál es la razón que la ha llevado a investigar sobre el don en el trabajo?

En 2007 empecé a trabajar en un grupo de investigación sobre el malestar laboral. En ese momento en Francia había muchos problemas en las empresas y también suicidios, algo muy serio. Muchos decían que las personas eran frágiles psicológicamente. Nosotros pensábamos que, sí había muchos casos, era porque había un problema en las empresas. Por eso estudiamos lo que sucedía en muchas organizaciones. En mi trabajo entrevisté a muchísimas personas de todos los niveles. Mi sorpresa fue encontrar mucho sufrimiento pero también mucha pasión en el trabajo. Muchas veces escuché “damos mucho y no pasa nada”, como si nadie fuera capaz de verlo.

En 2009 Norbert Alter, un sociólogo francés, publicó un libro sobre el don en la empresa diciendo que los trabajadores dan mucho y las empresas solo saben tomar. Eso fue muy fuerte para mí. Entendí que esa era la clave del malestar laboral. A partir de entonces, estudié mucho la dinámica del don y leí todo lo que escribieron filósofos y sociólogos sobre eso. Era exactamente lo que veía: cuando uno trabaja, siempre intenta dar lo mejor de sí mismo pero, si otros no reciben ese don, se crea mucho dolor y sufrimiento. Así, empecé a desarrollar la idea de la dimensión de don en el trabajo, que no es solo la hora extra que puedo dar gratis o la ayuda a un colega, sino también lo que dono de mí en cada tarea que hago.

Es decir que más allá del pago, siempre hay algo que se da gratuitamente...

Claro. La cooperación es siempre algo libre, es un don. No se puede obtener con el contrato, con reglas ni con incentivos económicos. Así también, la competencia, la inteligencia, la resolución de problemas y el esfuerzo se dan libremente. Muchas cosas en la empresa no se pueden entender sin mirar las dinámicas de los dones. El problema es que no hay reconocimiento. En todos los niveles hay personas que se donan pero nadie es capaz de verlo. Ese es el gran desafío: aprender a verlo, sobre todo en el trabajo. A veces es más fácil reconocerlo en la familia o con los amigos porque sabemos que ahí hay don, mientras en el campo económico pensamos que no existe. Si empezamos a mirar, veremos mucho don.

¿Cuál es el don que da la empresa?

La empresa no es nadie. Son todas las personas. Cada uno da mucho y por eso hay que aprender a descubrir el don de quienes hacen cosas que no sabemos. Los trabajadores no saben bien lo que hacen los directores y ellos no saben lo que hacen los trabajadores. Eso también es un problema. El don es siempre algo entre personas, no algo abstracto. Se espera algo de la empresa: el reconocimiento que expresan las personas.

¿Que lo miren a uno o que reconozcan el trabajo, por ejemplo?

Sí, pero sobre todo que den la posibilidad de trabajar bien porque cada uno de nosotros necesita poder hacer las cosas bien. Si tenemos la impresión de que no podemos trabajar bien, eso es muy problemático.

Después del trabajo que hicieron, ¿notaron algún cambio en las empresas?

En esta investigación el descubrimiento del don fue después del fin de la intervención. Por eso, en las empresas no hablamos de don. Lo que sí trabajamos fue la idea del diálogo. Para resolver los problemas necesitamos un espacio para dialogar con los colegas y el jefe sobre los conflictos que tenemos en el trabajo. Sobre eso ha habido muchos resultados. Hay que crear espacios para dialogar sobre los problemas del trabajo y no solo reuniones para hablar de problemas de los directores o de los clientes. 

Por ejemplo, decir “siento que tengo mucho para hacer” o “falta colaboración”.

Sí, cosas muy sencillas.

¿Cuál es el aporte diferenciador que hace la economía de comunión?

El don existe en todas las empresas. Esa es mi convicción. Las empresas de economía de comunión lo eligieron como un objetivo y por eso lo potencian y lo desarrollan más. Decimos que hay don y que hay que reconocerlo pero las empresas no saben cómo hacerlo. La administración normal no sabe tomar en cuenta el don. Por eso, las experiencias de las empresas de economía de comunión son muy interesantes. Cuando trabajamos con mis colegas sobre este tema, fue muy evidente que había un cierto tipo de organización más subsidiaria que reconocía el don, es decir, favorecía a la persona y al trabajo. Cuando investigo empresas de economía de comunión, me sorprende que en casi todas hay una organización muy subsidiaria, colectiva, con mucha participación y con muchas decisiones tomadas juntos. Es exactamente lo que se necesita para reconocer el don. Son proféticas estas empresas.

¿Tiene un ejemplo concreto para quien no conoce una empresa de economía de comunión? 

Yo estudié personalmente una empresa en Bélgica, otra en Italia y otra en Francia. Todos los trabajadores, cuando hacíamos entrevistas, nos decían: “Aquí nos sentimos libres de hablar con el director, de decir lo que pensamos, si no estamos de acuerdo con una decisión o creemos que estamos equivocados. Nos sentimos responsables de todo en la empresa. Sabemos que trabajamos para el bien de otros, no solo para nosotros”. 

Como los empresarios comparten utilidades, los trabajadores saben que se trabaja no para enriquecer al director, sino para algo útil para la sociedad. Maxime, un estudiante francés, hizo una investigación en la empresa Todo Brillo en Paraguay, una organización muy subsidiaria en la que trabajan más de 700 personas. Los equipos se organizan y solo piden ayuda cuando lo necesitan. Maxime decía: “Esta no parece una sociedad privada familiar, sino una cooperativa”.

¿Cómo se comparten las utilidades en las empresa de economía de comunión?

La realidad es que hay muchos modos de hacerlo. Una empresa como Todo Brillo no tiene utilidades porque tiene gastos para ayudar a personas que, de otra manera, no tendrían trabajo. Su objetivo es dar trabajo. Otras empresas, como Dimaco, en Paraná, ayudan a muchas otras empresas a crecer. Según la idea de la economía de comunión, las utilidades son para los que necesitan más ayuda y para difundir la cultura del dar. Eso se hace de muchas maneras, tanto a nivel internacional como local, con proyectos concretos.

En el libro hacen una comparación entre el reino animal y el vegetal.

En el libro hablamos de economía vegetal. Los animales tienen la división del trabajo, que es el modelo de las empresas del siglo XX. Está el cerebro, el corazón... Eso da una gran agilidad, se puede correr e irse cuando hay un peligro. Como las empresas, que se van a otro país donde cuesta menos producir. Sin embargo, el animal es también muy vulnerable. 

La fuerza de las plantas está en que desde hace siglos están quietas en el mismo lugar y por eso desarrollaron la resiliencia. Si un animal, por ejemplo, come una parte de una planta, ella puede renacer con solo el 10% de su cuerpo. ¿Por qué? Porque piensa, decide, respira y come con todas sus células. Ese nos parece un modelo muy interesante para pensar las empresas del siglo XXI, donde cada uno piensa, decide y respira. Se necesitan empresas que tengan raíces, capaces de quedarse en un territorio y renacer cuando haya crisis. También se habla de un modelo de red, más colaborativo. Las plantas sobreviven porque usan todo el potencial de todas sus células.

Ustedes estudiaron las empresas y el capitalismo. ¿En qué se equivoca este? ¿Hay que cambiarlo o renovarlo?

Renovar es también cambiar, aunque no violentamente. No queremos una revolución con sangre. Creo que la teoría económica se equivocó mucho al decir que todo el capitalismo está fundado sobre la búsqueda de utilidades porque no es la realidad. Las multinacionales potentes son una parte pero hay más riqueza. En el capitalismo de hoy por suerte hay mucha “biodiversidad”. Hay empresas familiares y pymes que no miran sobre todo a las utilidades —que son una señal de que funcionan bien—, sino también al futuro, a transmitir de generación en generación. Creen en un producto o servicio que sea útil. Es otro modo de pensar el capitalismo. 

El mundo de la economía social y la economía solidaria es riquísimo, con muchas experiencias que no se fundan sobre las utilidades. También está el mundo muy creativo de los emprendimientos de innovación tecnológica, en el que se habla de gratuidad, de colaboración y de compartir. Ese también es otro paradigma. 

¿Cuál es el rol que tiene el Estado?

Tiene un papel importante. Tradicionalmente la economía privada produce riqueza y el Estado comparte. La economía de comunión piensa que cada uno puede dar su contribución: no solo producir riqueza sino también hacer circular riqueza. Cada uno puede hacer su parte.

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