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10 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Francisco, de popular a populista

Martes, 16 de enero de 2018 00:00

Hacia fines del siglo pasado comenzaron a visibilizarse los movimientos populares o movimientos sociales a través de las ONG y otros modos de asociación que buscaban reclamar derechos o plantear problemas que el estado o las instituciones intermedias sociales, culturales o sindicales, no podían o no querían solucionar. Esto se planteó gradualmente en todo el mundo occidental desde Europa hasta Sudamérica.

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Hacia fines del siglo pasado comenzaron a visibilizarse los movimientos populares o movimientos sociales a través de las ONG y otros modos de asociación que buscaban reclamar derechos o plantear problemas que el estado o las instituciones intermedias sociales, culturales o sindicales, no podían o no querían solucionar. Esto se planteó gradualmente en todo el mundo occidental desde Europa hasta Sudamérica.

Los dirigentes políticos y gremiales, frente a la caída de los sistemas imperantes en el siglo pasado, capitalismo y comunismo, comenzaron a perder credibilidad, y entró en crisis la representatividad política; el lema era "que se vayan todos". Argentina no escapó a este nuevo nacimiento de movimientos de protestas o reivindicaciones populares, provocando una crisis institucional de gran magnitud a tal punto que después de la caída del presidente Fernando de la Rúa, se sucedieron cinco presidentes en la última semana del año 2001. El arzobispo de Buenos Aires, en ese momento, era el cardenal Bergoglio.

Francisco no desconoce hoy, ni ignoraba los graves problemas que afectaban a nuestro país, desde el liberalismo económico propiciado por los gobiernos militares y su continuidad durante el período menemista, apoyados por todo el aparato sindical. Luego, el kirchnenismo surgido de la crisis política de 2001 y apoyado por los movimientos de protesta de esa época fue empoderando diversos sectores sociales descontentos, desde los grupos étnicos, ambientalistas, algunas agrupaciones obreras alejadas de los sindicatos, hasta las minorías de diversos colectivos, que comenzaban a agruparse reclamando derechos postergados. Pero en cuestiones económicas el país continuó con el derrotero marcado por el liberalismo capitalista con un barniz de localismo; en definitiva, un rumbo económico marcado desde el exterior que fue desmoronando el maquillaje de populismo, unido a la tan mentada corrupción instalada como estilo de vida argentino. En muchos lugares de la Argentina profunda hubo grandes dirigentes políticos que fueron ignorados o silenciados.

Por otro lado, la Iglesia Católica venía siendo sacudida por una serie de escándalos por desorganización interna y desobediencia, unido a una fuerte corrupción económica que no podía ocultar y a una seguidilla de denuncias por abusos sexuales y manipulación de conciencia que explotaban simultáneamente en todo el mundo occidental, como una canilla perforada en varios tramos sin que nadie pudiera poner fin a esta sangría.

El Papa se hizo cargo de una iglesia en llamas, con un Papa emérito renunciante que se sentía debilitado para timonear la barca de Pedro en medio de una gran tempestad. Y dejó el país y el primado de una Argentina que comenzaba a sucumbir en una profunda grieta social y política, mucho más compleja que un simple problema de unitarios y federales.

Cuando asumió Bergoglio como papa Francisco, muchos políticos volaron raudamente a Roma a buscarlo como el mesías, el salvador. Y el Papa -que sí entiende de política-, puso freno a los usos y abusos argentinos de su imagen limitando la exposición fotográfica con dirigentes políticos. Aun así, algunos de ellos de sectores sociales y políticos siguieron usando la figura del Papa para llevar agua a su molino y presentándose como voceros o interpretes de Bergoglio. Por ello, la Conferencia Episcopal Argentina, versión renovada en noviembre de 2017, salió a defender al Papa de las despiadadas e injuriosas críticas de sectores radicalizados del catolicismo y sectores políticos afines a la actual conducción política, quienes compraron el relato mediático de algunas de las grandes corporaciones, y ven en Francisco un devoto cristinista, populista e indigenista.
¿Qué pasa en la cabeza de Francisco Papa? Francisco no es cristinista, más allá del trato cordial que tuvo como Papa con la expresidente Cristina Fernández, y sabemos que quiso tener el mismo trato con el actual presidente, el Ing. Mauricio Macri, a quien recibió con gran afecto el día de su asunción como Obispo de Roma, por el año 2013. Y además, tuvo muchos detalles de excepción con el presidente Macri y su familia, rompiendo el rígido protocolo del Palacio Apostólico, que nunca destacaron los medios de comunicación. Así se fue creando esa imagen de fastidio contra el Papa en la negada sonrisa de la primera audiencia. Francisco es el Papa de todos y es el jefe de más de 1.600 millones de personas que siguen a Cristo en el seno de la Iglesia.
Francisco no es populista ni indigenista, sobre todo si por ello se entiende compartir ideologías nuevas que disfrazaron otras ideologías que agonizan buscando resucitar con nuevo ropaje. Cuando recorremos sus escritos y homilías como arzobispo de Buenos Aires y su gestos en Cromagnon, con los cartoneros, los habitantes de las villas miserias de la capital porteña; si buceamos en los documentos pontificios emitidos desde 2013, encontramos un rico magisterio social alimentado de la experiencia pastoral y de la problemática que ya vivió en nuestra historia como país y como continente joven latinoamericano.
Además de reformar la curia romana para sanar el corazón de la Iglesia, debe apagar varios focos de incendio alrededor del mundo en conflictos internos de la bimilenaria institución y a la vez predicar insistentemente la paz en un mundo con enormes grietas entre la pobreza extrema de muchos habitantes del planeta y la obscena ostentación de riqueza y poder de unos pocos.
Francisco viene al encuentro de las auténticas comunidades aborígenes que hoy se visibilizan en Sudamérica, va como pastor y como jesuita que abandonó forzosamente su trabajo a medio hacer en el año 1767, sin desconocer que, como en todas las nuevas realidades, hay oportunistas foráneos intentando apropiarse de los bienes ajenos, despojando nuevamente a los nativos de su dignidad.
Como Papa debe velar por ofrecer de verdad “una Iglesia pobre para los pobres”, e intentar poner la casa en orden, de lo contrario traicionaría el evangelio de Cristo y la misión para la que fue elegido.-

 
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