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La mansa culebra de coral de América del Norte

A diferencia de otras, no nacen de huevos con cáscara blanda, sino del frío cuerpo de la madre, ya bien formadas y ondulantes, envueltas en sus cápsulas.
Martes, 24 de abril de 2018 16:30

Por Walter Octavio Chihán, médico veterinario

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Por Walter Octavio Chihán, médico veterinario

La mansa culebra de coral, es la más conocida y común de todas las serpientes de América del Norte. Se la puede reconocer fácilmente por sus largas franjas y sus colores brillantes.
Esta serpiente perteneciente al género Thamnophis. A diferencia de las otras culebras no nacen de huevos con cáscara blanda, sino del frío cuerpo de la madre, ya bien formadas y ondulantes, envueltas en sus cápsulas. Dentro de su envoltura membranosa se agita la serpiente de cría. Pueden haber camadas de 20 ejemplares o más.


Durante las semanas siguientes crecen en tamaño y en conocimiento de su universo. Al deslizarse por entre la hierba, el mundo le parece una selva silenciosa, cuyo horizonte acaba a medio metro escaso de su hocico frío y curioso, porque sus ojos, pequeños, oscuros y de mirada siempre fija por falta de párpados, apenas son capaces de ligerísimos movimientos y donde otras criaturas tienen orejas, éstas no tienen más que piel sin solución de continuidad. Así pues, el mundo de la culebra es tan solo una región de olores, presiones y temperaturas que siente contra su carne, una sucesión de tenues vibraciones que capta su lengua extendida.

El mundo de la culebra es tan solo una región de olores, presiones y temperaturas que siente contra su carne, una sucesión de tenues vibraciones que capta su lengua extendida.

Por las mañanas, cuando el sol atempera el frío de la tierra, el ofidio sale de su rendija para tenderse sobre una piedra y calentar su perezosa sangre. Una vez caliente, suele explorar sin ruido la hierba, alzando repetidamente la cabeza por encima del bosque de tallos, sacando y metiendo la fina e indagadora lengua. Ni la más liviana pisada sobre la tierra, por delicada o efímera que sea, no le pasa inadvertida. Si no encuentra nada al cabo de una o dos horas, repta hasta una sombra y se enrosca, sin apretar su lazo, para quedar inmóvil, como muerta.

El objeto de sus desvelos podría no aparecer en varios días. Si al fin se le presenta un sapo o una lombriz de tierra, la culebra levanta la cabeza lentamente y se queda mirándolo. Algunas veces, en aquel momento de contemplación, hace oscilar con suavidad la cabeza a un lado y a otro, no para hipnotizar a la víctima, sino en una especie de gesto involuntario en preparación del ataque. Después lanza repetidamente la cabeza hacia adelante y con sus afilados dientes hace presa en el animal. Como los huesos de la mandíbula de la culebra no están unidos en una articulación y la carne de la cabeza es elástica como la goma, puede tragar fácilmente un sapo bien gordo.

Cambios climáticos
En la vida de la culebra hay muy poca exaltación del placer o del dolor, pero de vez en cuando algo viene a interrumpir fugazmente el estupor de sus días. Por ejemplo un calor muy intenso, por ahí parece insufrible, porque su sangre no tiene temperatura propia, sino que se calienta o se enfría según los dictados de la tierra. El único refugio que puede encontrar contra la canícula, está en las húmedas rendijas del muro de piedra, que solamente abandona, cuando empieza a alborear.
A veces también, la culebra siente despertar dentro de ella, un sordo apetito, que muchas veces la sangre de la rana o el sapo no pueden saciar, entonces se desliza en busca de la hembra para unirse a ella en un frío abrazo. Se anuncia así, a su oscura conciencia otro episodio de su vida, por un picor y una sensación de estrechez en todo su cuerpo, da la sensación que le cuesta respirar y moverse, incluso a veces se le nubla raramente la vista. La culebra se desliza hasta las ásperas piedras del muro y refriega en ella su nariz escamosa, luego comienza a frotarse contra la piedra en todo su cuerpo y se termina despojando de toda su piel.
Cuando la culebra sale de mañana a las piedras donde suele tenderse al sol y las encuentra frías al contacto con su vientre, como así también encuentra frío el aire que percibe con la lengua extendida. Lenta y perezosa, entumecida en toda la longitud de su cuerpo, regresa por la hierba, aunque en su camino encuentre ratones y babosas, la culebra busca ese olor peculiar y penetrante a almizcle. 
Cuando lo encuentra, que es una grieta en un muro de piedra o una roca, incluso a veces ya cubiertas por hielo.

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