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Video. La represión en La Curvita fue el fracaso de las políticas estatales

Postales del drama que vivenn los aborígenes damnificados por la inundación de enero.Ante la indiferencia, cortaron la ruta 54 para pedir luz y todo terminó con violencia.
Domingo, 27 de mayo de 2018 00:00

La desproporcionada represión policial en La Curvita develó la derrota de la política de Gobierno y también la inexistente estrategia de lucha de las comunidades aborígenes.

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La desproporcionada represión policial en La Curvita develó la derrota de la política de Gobierno y también la inexistente estrategia de lucha de las comunidades aborígenes.

Como resultó inusual la protesta de una comunidad que supuestamente estaba asistida por el Ejecutivo tras las inundaciones de febrero último, fue más llamativo el hecho de expulsar a sangre y fuego a quienes protestaban en la ruta provincial 54, en el olvidado departamento de Santa Victoria Este.

La Curvita nunca protestó y, en consecuencia, nunca los reprimieron. Eso fue hasta el jueves último, antes del mediodía. Para eso, un equipo de El Tribuno visitó la zona y registró como único medio el fenómeno de la represión a los aborígenes "más tranquilos" de esos territorios.

Peores indicios dio que tras la dureza policial y las detenciones de dos caciques, lleguen los anuncios de soluciones. Había algo ahí que no cerraba.

El lugar del conflicto está ubicado a más de 550 kilómetros de Salta, y a 30 del pueblo de Santa Victoria, casi en el límite natural que forma el río Pilcomayo entre Bolivia y Argentina. Se trata del profundo Chaco salteño con un monte abundante que no perdona con su sol abrasador, mosquitos de todo tipo y animales que comparten la propiedad comunitaria con los originarios.

El 2 de febrero de este año el Pilcomayo se desbocó e ingresó sin permiso a la comunidad de La Curvita, que está apenas a 1 kilómetro de su lecho, y espantó a todas las comunidades con su furia. El ruido de los palos, animales envueltos en barro y gritos de personas marcó para siempre a la comunidad de 130 familias que huyeron hacia el sur.

Comenzaron su éxodo de 12 kilómetros con lo poco que el río les había dejado, con casi nada como dijo el gobernador que tenían, hasta donde está el pavimento de la ruta. Allí se detuvieron y, hasta el día de hoy, siguen allí. Quizás sea por el terraplén mismo de la ruta que los hace sentir a resguardo del río, por la comunicación, y por muchas razones, los caciques decidieron quedarse ahí y armar su nueva comunidad en medio del monte que no se deja domar ni para el otoño, porque aún sigue golpeando con su verde caliente. Lucio Rojas, un viejo criollo, que entiende y se hace entender por los originarios, explica como nadie la complejidad. Se saca el sombrero, se acomoda su pelo blanco, se callan todos y dice que le dijeron los caciques: "Nosotros ya nos acostumbramos a la luz, nos gusta la luz. No vemos por qué no podemos tener la luz. Ahora, en el nuevo lugar donde estamos, está lleno de víboras y arañas y tenemos que hacer más fuego. Con la luz, las mujeres solo juntaban leña para cocinar y los hombres salían a buscar comida. Ahora tenemos que dedicar más tiempo a la leña porque con el fuego ningún bicho se acerca”.

Ahora bien, el agua se retiró desde hace un buen tiempo y comenzaron las notas a Edesa, los pedidos al intendente Moisés Balderrama, las comunicaciones con la ministra de Asuntos Indígenas, Edith Cruz, y parece que nadie entendió las razones de los caciques. Ante esa ausencia del Estado que hasta se podría calificar de incomprensible, decidieron tomar medidas drásticas.

El pedido de los caciques fue el traslado del transformador que les brindaba la luz. Entonces cortaron los cables y trasladaron los postes, pero de manera unilateral. En su éxodo también hicieron otras cosas imperdonables desde el punto de vista estratégico para exigir servicios al Estado (ver aparte). 

En el nudo de la historia llegaron al corte de ruta. Eso fue el lunes último. “No teníamos otra opción”, dijo Gabriel Segundo, quien quedó como autoridad tras las detenciones de Mario y Rogelio Segundo. Fueron cuatro días de medidas de fuerza en donde se comenzaron a ganar el malhumor de comerciantes, viajantes y vecinos que transitan por la única autovía pavimentada que los comunica con el mundo.

No fue un enfrentamiento, no hubo diálogo, llegó la Infantería, el jueves último, y les dieron la orden de bajarse de la cinta asfáltica inmediatamente. Los caciques aceptaron viendo la desproporción de fuerza y comenzaron el retiro de su gente. En el medio quedaron los palos santos encendidos de la barricada, pero es evidente que los uniformados tenían la orden de disparar y así lo hicieron. “Nos dispararon por la espalda, cuando nos estábamos yendo. Nosotros nunca vimos estos fuegos que no disparaban y nos quemaban”, dijo Dina, que es miembro de la comunidad Asamblea de Dios. El humo de los gases policiales reemplazó al palo santo. Detuvieron a los caciques Mario y Rogelio Segundo. El monte quedó nuevamente en su silencio ancestral.

Las familias volvieron a sus casas al costado de la ruta hechas con postes, travesaños de palo bobo, envueltas en silobolsas y con algunas chapas que se trajeron de lo que denominan “La Curvita Vieja”.

“Es lamentable lo que sucedió”, dijo el intendente Moisés Balderrama, el viernes de un 25 de Mayo enrarecido con el pueblo en celeste y blanco, custodiado por Infantería y sin la presencia de los aborígenes en la plaza central. “Hay diálogo, nosotros ayudamos, pero los caciques no entran en razón”, dijo Balderrama.

En tanto que, por Radio Chaco, se escuchaba la lectura inquietante de Juan Carlos Bruno, con el repaso de los acontecimientos del día anterior que brindaban los medios capitalinos a más de 500 km. 

Ese viernes al mediodía hubo una asamblea que recibió el apoyo de caciques que comenzaron a llegar desde todo el departamento. “No se puede criminalizar la protesta. Nuestros hermanos detenidos no son ladrones ni mataron a nadie; no son delincuentes”, dijo Marcos Lucas, de La Puntana. “Yo lamento tener que decir que este Gobierno no tiene soluciones para reclamos que son mínimos, que son de fácil resolución”, dijo el delegado del Ippis, Gervasio Barbieri.

“Este Gobierno mandó a la Policía a reprimir a niños, ancianos, discapacitados, jóvenes y mujeres que estaba reclamando por un servicio esencial que es la luz y el agua. El pueblo de La Curvita Nueva ahora tiene el apoyo de todas las comunidades y lo único que pedimos es la liberación de los caciques. Ya no queremos más nada del Estado”, dijo Francisco Gómez, de La Kom, cercana a ese lugar.

Esa misma tarde, y tras el diálogo con el juez Nelso Aramayo, liberaron a los detenidos que estaban alojados en la dependencia de Aguaray. En tanto que desde el Gobierno provincial anunciaban las obras para la luz y el agua. No se entiende entonces la represión si luego le dieron la razón al reclamo. No se festeja un anuncio que costó lágrimas y fuego.

Destruyeron la escuela

El olvido y la desidia del Estado en Santa Victoria Este son de antología; no le importa a nadie la gente que vive en los montes olvidados y que supervive de acuerdo a sus propios parámetros. 

Los rastros que dejó la inundación siguen intactos. En La Curvita Vieja quedó un pueblo fantasma. Es como si hubiera pasado un tsunami que se llevó hasta los chanchos, las gallinas y dejó todo vacío, los pozos destrozados, las paredes marcadas y las calles y los patios lleno de la arena del Pilcomayo.

Se debe ser honesto intelectualmente y decir que los caciques se equivocaron en algunas decisiones. Que el fracaso no es solo del Gobierno, que “el otro también juega”. Cuando llegó el agua con espuma la gente sacó todo lo que pudo. No es que el agua se haya ido rápidamente, demoró meses.

En ese tiempo en que el agua fue bajando quitaron los cables del tendido eléctrico, con sus postes, y se lo llevaron a La Curvita Nueva; no los robaron, pensaron que hacían lo correcto, que ya venía Edesa a conectarlos. No tienen nociones de estrategia de negociaciones con el Estado, que además está ausente. 

Lo que más impacta y duele es que destruyeron la escuela. Le quitaron las chapas del techo y la olvidaron. Hoy hay tirados por el piso de lodo seco tizas, libros, pupitres y un pizarrón que quedó con una extraña escritura que dice: “30 de enero de 2018”. Es evidente que ese edificio se utilizó en períodos extraáulicos en donde la escuela se transforma en la institución más valiosa de una zona inhóspita. 

No hay otra razón que la impericia en la conducción para realizar tal descalabro de manera unilateral.

Conocé el estado de la escuela de La Curvita en 360°

 

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