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El día que un “Abel” emuló a “Caín”

Refrán: “No hay peor cuña que la del mismo palo”
Sabado, 08 de septiembre de 2018 20:32

Cuando una persona afronta un juicio penal, desde el mismo momento en que se sienta en el banquillo de los acusados, se convierte en la peor escoria para la víctima o para los familiares y allegados a la esta cuando se trata de un hecho grave. Palabras más, palabras menos, cuando las pruebas están cantadas, el imputado llega a esta instancia virtualmente condenado y masivamente vilipendiado. La mayoría de las veces, por no decir en el ciento por ciento, esto es así. Pero la excepción de la regla ocurrió hace unos años en un caso que tuvo como protagonistas a dos hermanos sordomudos. Desde la historia bíblica de Caín y Abel han sucedido muchos episodios análogos. El libro del Génesis relata que Caín (el malo) asesinó a Abel (el bueno). 
En el caso de lo que pasó en un pueblito del Valle de Lerma, los acontecimientos se dieron a la inversa. Pedro y Pablo eran gemelos, sordomudos de nacimiento, y ya tenían más de 50 años cuando ocurrió esta historia. Vivían solos en la casa de adobe que heredaron de sus padres, quienes habían fallecido hacía más de 10 años. Como no tenían familiares que se hicieran cargo de ellos, ambos tuvieron que valerse por sí mismos para poder sobrevivir. El que se puso las “pilas” para afrontar la situación fue Pedro, quien era diligente, se levantaba temprano, se ofrecía para realizar cualquier trabajo y por eso los vecinos lo apreciaban. Hacía los mandados, hombreaba bolsas en el almacén de ramos generales, cuidaba ancianos y niños y otros quehaceres domésticos. Es decir, tenía incorporada la cultura del trabajo y por eso nunca le faltaba un plato de comida. Los domingos iba a misa y se confesaba con el curita que era un intérprete de los mensajes de señas.
Pablo, en cambio, era huraño, malhumorado y mal llevado con los vecinos. Casi nadie le ofrecía trabajo porque hacía todo de mala gana y encima tenía reacciones violentas. En una ocasión le pegó un palazo a un anciano porque le reclamó la falta de cumplimiento a un trabajo que cobró por adelantado. Según los vecinos, no solo era agresivo con los extraños, sino con su propio hermano, a pesar de que éste era el único que paraba la olla en la humilde casita que compartían. Por su conducta violenta estuvo varias veces detenido.
El caso fue que en los últimos años Pablo vivió a costa del sacrificado Pedro, quien se esmeraba para que a ninguno le faltara un pedazo de pan. Pese a ello Pablo lo vivía maltratando. Al mediodía esperaba a su hermano en la puerta de la casa y cuando éste regresaba le quitaba las pocas monedas que ganaba y se quedaba con la mejor ración de la comida. Pedro le temía y nunca reaccionaba. 

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Cuando una persona afronta un juicio penal, desde el mismo momento en que se sienta en el banquillo de los acusados, se convierte en la peor escoria para la víctima o para los familiares y allegados a la esta cuando se trata de un hecho grave. Palabras más, palabras menos, cuando las pruebas están cantadas, el imputado llega a esta instancia virtualmente condenado y masivamente vilipendiado. La mayoría de las veces, por no decir en el ciento por ciento, esto es así. Pero la excepción de la regla ocurrió hace unos años en un caso que tuvo como protagonistas a dos hermanos sordomudos. Desde la historia bíblica de Caín y Abel han sucedido muchos episodios análogos. El libro del Génesis relata que Caín (el malo) asesinó a Abel (el bueno). 
En el caso de lo que pasó en un pueblito del Valle de Lerma, los acontecimientos se dieron a la inversa. Pedro y Pablo eran gemelos, sordomudos de nacimiento, y ya tenían más de 50 años cuando ocurrió esta historia. Vivían solos en la casa de adobe que heredaron de sus padres, quienes habían fallecido hacía más de 10 años. Como no tenían familiares que se hicieran cargo de ellos, ambos tuvieron que valerse por sí mismos para poder sobrevivir. El que se puso las “pilas” para afrontar la situación fue Pedro, quien era diligente, se levantaba temprano, se ofrecía para realizar cualquier trabajo y por eso los vecinos lo apreciaban. Hacía los mandados, hombreaba bolsas en el almacén de ramos generales, cuidaba ancianos y niños y otros quehaceres domésticos. Es decir, tenía incorporada la cultura del trabajo y por eso nunca le faltaba un plato de comida. Los domingos iba a misa y se confesaba con el curita que era un intérprete de los mensajes de señas.
Pablo, en cambio, era huraño, malhumorado y mal llevado con los vecinos. Casi nadie le ofrecía trabajo porque hacía todo de mala gana y encima tenía reacciones violentas. En una ocasión le pegó un palazo a un anciano porque le reclamó la falta de cumplimiento a un trabajo que cobró por adelantado. Según los vecinos, no solo era agresivo con los extraños, sino con su propio hermano, a pesar de que éste era el único que paraba la olla en la humilde casita que compartían. Por su conducta violenta estuvo varias veces detenido.
El caso fue que en los últimos años Pablo vivió a costa del sacrificado Pedro, quien se esmeraba para que a ninguno le faltara un pedazo de pan. Pese a ello Pablo lo vivía maltratando. Al mediodía esperaba a su hermano en la puerta de la casa y cuando éste regresaba le quitaba las pocas monedas que ganaba y se quedaba con la mejor ración de la comida. Pedro le temía y nunca reaccionaba. 

El misterio

Una mañana, como todos los días, Pedro salió a buscar el peso y a su regreso Pablo no lo estaba esperando. Pasados los días, a los vecinos comenzó a llamarles la atención su ausencia. Los comentarios llegaron a oídos de la policía, quien se abocó a investigar lo que pasaba. Lo primero que pensaron fue que Pablo estaría enfermo, pero en el centro de salud no se reportó ningún ingreso, como tampoco ninguna consulta médica. Fueron a la casa y no estaba. Pedro daba a entender que nada sabía. Nada podían sospechar de él porque todos sabían que era un hombre bueno, indefenso y solidario con su hermano.
El misterio se apoderó de la pequeña comunidad. Cuando la policía agotó todas las pesquisas, el comisario convocó a las fuerzas vivas a la plaza y pidió a los vecinos colaboración. La búsqueda del desaparecido se focalizó en los alrededores del pueblo, por montes, quebradas y serranías. Una vieja hechicera que tenía fama de estar dotada de poderes ocultos dijo que Pablo estaba vivo oculto en una cueva. Un grupo de baquianos lo rastreó dos días, pero no hallaron rastros de nada. Sin embargo, la mentalista insistía en que Pablo estaba en un pozo y en una segunda tirada de cartas dio un pronóstico fatalista.
En medio del desconcierto, una vecina recordó que una noche creyó escuchar movimientos de pala y pico en el fondo de la casa de los hermanos sordomudos. Otra comentó que probablemente fue esa misma noche cuando advirtió, como nunca, que el mechero a kerosén permaneció encendido hasta altas horas en la vivienda. Con estos datos el comisario convocó a un intérprete de mensajes de señas y le pidió al cabo de guardia que fuera en busca de Pedro. Lo encontró a la salida de la pequeña iglesia, adonde había llegado minutos antes para pedirle al curita amigo que lo confesara. Apenas llegó a la dependencia policial, Pedro reconoció que había asesinado a su hermano. Explicó que Pablo lo atacó con un machete y para defenderse él lo golpeó con un fierro en la cabeza. Luego de comprobar que estaba muerto, lo bañó, le puso ropa limpia, lo veló toda la noche y que antes de aclarar enterró el cadáver en el pozo que cavó en el fondo de la propiedad.

Emotivo juicio

Cuando este caso llegó a juicio, el ambiente que se vivió en las audiencias contrastó radicalmente con la de un proceso normal en el que todos piden la “cabeza” del imputado. Los testigos hablaron maravilla del homicida. Todos pidieron que Pedro fuera absuelto. Hasta el fiscal se conmovió con los testimonios. En su extensa carrera nunca había asistido a una escena semejante. En su emotivo alegato dijo:
Qué lástima que este señor no pueda hablar. 
Qué lástima que este señor no me pueda escuchar. 
Qué lástima que este señor no pueda entender que como representante de la sociedad tengo la obligación de pedir una condena por haberle quitado la vida a un ser humano. 
Qué lástima, que lástima...”. 
Todos interpretaron cabalmente el mensaje y esto, quizás, sirvió para mitigar el veredicto. Pedro fue condenado y a pedido de los vecinos quedó alojado en la dependencia policial del pueblo y a los pocos meses fue beneficiado con la     libertad condicional.
 

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