¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

17°
25 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

“Sabemos que el bien más preciado que les podemos dar a nuestro hijos es la educación”

Mónica Tapia, maestra de grado desde hace 28 años.
Sabado, 08 de septiembre de 2018 21:36

Las maestras y los maestros comienzan una semana de festejos por su día, que se recuerda el martes. El Tribuno llegó hasta la escuela IV Centenario de la Fundación de Salta, en el sureño barrio de Santa Ana I, para compartir con una verdadera referente el apasionamiento por uno de los oficios más lindos del mundo: el de enseñar.
Allí estaba Mónica Tapia, aún con papel picado en el pelo, en un desayuno abundante compartido con sus compañeras y compañeros de tareas.
Como todos los días, era una jornada dedicada a dictar clases a sus niños de quinto grado, con la presencia en el aula que solo tienen aquellas docentes con años de experiencia y anécdotas.
“Yo tengo 28 años de docente frente al aula de los cuales 25 trabajé en esta escuela. Acá hice mi residencia, a esta escuela vinieron mis cinco hijos y muchos de mis primeros alumnos ahora traen a sus hijos”, relató.
Aseguró que “los changos grandes” aún la tratan de “seño”, “como uno que ya es policía o la ‘Katy’ Ledesma que ya me mandó con sus niños un regalito”. 
“Yo me acuerdo de todos los nombres y las caritas de mis chicos”, dijo Mónica, sentada en el salón de los docentes que mostraba los rastros de una “chayada” que organizó un grupo de maestros en el marco de los festejos.
Durante todas las jornadas de la semana pasada, en esa escuela se realizaron actividades antes de comenzar el horario de clases para homenajear en el desayuno a quienes trabajan en las escuelas primarias. El viernes hubo desfile de moda y la alegría fue total.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Las maestras y los maestros comienzan una semana de festejos por su día, que se recuerda el martes. El Tribuno llegó hasta la escuela IV Centenario de la Fundación de Salta, en el sureño barrio de Santa Ana I, para compartir con una verdadera referente el apasionamiento por uno de los oficios más lindos del mundo: el de enseñar.
Allí estaba Mónica Tapia, aún con papel picado en el pelo, en un desayuno abundante compartido con sus compañeras y compañeros de tareas.
Como todos los días, era una jornada dedicada a dictar clases a sus niños de quinto grado, con la presencia en el aula que solo tienen aquellas docentes con años de experiencia y anécdotas.
“Yo tengo 28 años de docente frente al aula de los cuales 25 trabajé en esta escuela. Acá hice mi residencia, a esta escuela vinieron mis cinco hijos y muchos de mis primeros alumnos ahora traen a sus hijos”, relató.
Aseguró que “los changos grandes” aún la tratan de “seño”, “como uno que ya es policía o la ‘Katy’ Ledesma que ya me mandó con sus niños un regalito”. 
“Yo me acuerdo de todos los nombres y las caritas de mis chicos”, dijo Mónica, sentada en el salón de los docentes que mostraba los rastros de una “chayada” que organizó un grupo de maestros en el marco de los festejos.
Durante todas las jornadas de la semana pasada, en esa escuela se realizaron actividades antes de comenzar el horario de clases para homenajear en el desayuno a quienes trabajan en las escuelas primarias. El viernes hubo desfile de moda y la alegría fue total.

Un largo camino

Mónica se recibió muy joven en el Colegio Nacional Normal Superior Manuel Belgrano y, con solo 20 años, realizó su primera suplencia en la misma escuela en la que hoy trabaja. Luego consiguió una titularización en la escuela César Perdiguero, de la misma zona, y a los tres años regresó como titular a la IV Centenario.
Es por eso que hoy Mónica, con 49 años de edad, 25 de antigüedad en la escuela y 28 en la docencia, podría enseñar en cualquier claustro universitario sobre las metodologías, problemáticas y condicionantes que circulan en torno de esa relación mágica y atrapante que se sucede entre la enseñanza y en los aprendizajes.
En la escuela ya están preparando una gran actividad para fin de año, para cuando Mónica cumpla los 29 años de docente. Si bien no es la más grande, es la que más años lleva trabajando en las aulas.
Sobre sus colegas, dice: “Logramos conformar un grupo compacto, un plantel docente con gente muy humana. Hay conflictos como en todos los grupos de personas que trabajan juntas, pero lo bueno es que a todo lo resolvemos en este salón, y en donde todo lo que decimos aquí queda aquí”.

Familia

Lo que Mónica Tapia no dice fácil y hay que “arrancarle” desde muy adentro es que cuando estudiaba en “la Normal”, además, se animó a comenzar el Profesorado de Historia. Allí conoció, según ella, al amor de su vida. 
En medio de las estructuras, los cuadernos, el estudio y los trabajos en grupo conoció a Oscar Aybar y, como no se la “bancaron” nada, abandonaron esos estudios y se casaron en menos de un año. 
“Tuvimos a Valentín, que está en el Ejército; a Ignacio, ahora en el comercio; a Marcia, profesora de Biología; a Joaquín, técnico aeronáutico, y a Marcos, que solo tiene 8 años y está cursando el tercer grado”, dijo la educadora.
En cuanto a su práctica docente, explica: “En esta escuela trabajamos por áreas con una docente paralela de compañera. Yo doy Lengua y Sociales y Gladys Saravia Matemáticas”.
Explicó que las dos maestras se desempeñan en quinto grado. “Es fundamental la compañera porque tenemos que estar en un constante trabajo en conjunto; debemos repensar nuestra práctica de a dos y eso enriquece la tarea”, dijo, con la seguridad que le dan los años frente al aula.
En cuanto al rol pedagógico que debe cumplir un docente, con la tranquilidad de la experiencia de gran parte de su vida en las aulas, reflexiona: “Quienes estamos frente a niños debemos tener en cuenta lo que se enseña. Muchas veces nosotros no lo dimensionamos del todo y solo nos centramos en los contenidos curriculares”. 
La educadora se refirió al rol integral de los maestros en la formación cotidiana de los niños y en su desarrollo.

La docente comentó que enseña en la escuela pública y en la privada y aseguró que no hay diferencia. “A todos mis niños les doy el mismo amor y los mismos contenidos”, agregó.

“La gestualidad, lo kinésico es importante; debemos estar atentas porque nunca sabemos hasta dónde llegará lo que les enseñemos en esto que denominamos currículum oculto. Es por eso que debemos poner todo el amor en este acto tan grande que es el de enseñar”, dijo.
La “seño Mónica”, como la llaman cariñosamente los chicos en la escuela, también trabaja en una institución privada. 
“Hay quienes hacen diferencias y creen que los colegios privados son los mejores. A esos papás les digo que yo enseño igual en la pública que en la privada, a todos los niños les doy el mismo amor y los mismos contenidos que figuran en las cajas curriculares. Los papás sospechan que el contexto es diferente, que en la privada porque tienen uniforme son mejores y eso no es así”, expresó.
Habló también de la educación pública. “Del otro lado veo que algunos papás de las públicas no valoran la escuela ni lo que el Estado les beneficia. Rompen los libros, la escuela y no les enseñan a sus niños a cuidar algo que es de todos. Esa falta de valoración la percibimos los docentes y muchas veces pueden hacernos perder las ganas de luchar”, señaló.
“Nosotros sabemos que el bien más preciado que les podemos dar a nuestros hijos es la educación, entonces debemos acompañar la tarea docente. Yo con los padres siempre me llevé bien y todos estos años nunca tuve una queja sobre cualquier acto de violencia”, dijo.
Y piensa en “algunos” papás de ahora y en los de antes. Y llora cuando se acuerda de los suyos. Amalia vino desde Rosario de la Frontera para conocerse con José, que bajó desde Amblayo.
Primero vivieron en una casita humilde de la zona de los cuarteles militares, luego se mudaron a Vicente Solá y finalmente le entregaron la vivienda propia en Santa Ana. Es decir que para Mónica la relación de comunidad con la escuela es de toda su vida.
“Mi mamá tiene alma de docente, eso heredé de ella. Me enseñaba a pintar, a calcar con precisión y sobre todo la caligrafía. Mis cuadernos eran una pinturita. De mi papá me acuerdo del día en que me recibí. Vino, me dio un abrazo y me dijo que yo era su orgullo (y llora más) porque yo me imagino el rol del docente en su pueblo y de pronto él me miraba y admiraba. Más fue cuando comencé a trabajar. Yo sentía en él su pecho inflado porque siempre me dijo que lo único valioso que me podía dejar era la posibilidad de estudiar para tener un título. Él ya murió y siento que cumplió su palabra. Y entonces yo lo repito, se los digo a los padres, a mis compañeras, a los niños; porque esa es la única verdad: la de mi papá”, concluyó.

Una historia familiar de mucha fe y esperanza 

Hasta ahora poco se dijo de su esposo Oscar. Se podría escribir un libro con su historia. A modo de sinopsis se puede decir que hace unos pocos años el hombre comenzó a experimentar una parálisis corporal. Fue evolucionando progresivamente sin que nadie sepa el origen. Lo llevaron a la Fundación Favaloro y le hicieron estudios de todo lo imaginable; nada le encontraron. Oscar estaba consciente de todo, el cerebro le funcionaba a mil, solo su cuerpo no le respondía. Los médicos, en consecuencia, lo devolvieron a Salta con la única tarea de que comience a realizar trabajos manuales y que haga mucha fisioterapia. 
Ahí comenzó su carrera como artesano del cuero; con muy malos productos al principio. Luego el hombre pidió que lo llevaran a la Virgen del Cerro y así fue que tuvieron que cargarlo entre varios para poder subirlo a ese edén capitalino.
Por si nadie quiere creer, por si osan dudar, alguno que quiera insinuar algo, puede pasar a visitarlo y verá que Oscar desde el momento que le rezó a la Virgen del Cerro comenzó a mejorar día a día. Ni los médicos de la Fundación Favaloro entienden qué pasó. Eso fue hace unos años. Hoy Oscar le hace hasta los zapatos que Mónica usará en la gala de fiesta de las maestras y los maestros en su día. 
 


 

Temas de la nota

PUBLICIDAD