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“Loco”, el irreverente can levantapata, que asiste a toda ceremonia 

El perro cerrillano que tiene debilidad por las ofrendas florales
Sabado, 08 de septiembre de 2018 23:26

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Nuestros perros en Salta, y de la campaña también, siempre dan que hablar. Si hay una fiesta patria, son capaces de pelearse en medio de un desfile o en el mismo palco oficial sin que nadie los pueda apaciguar. Como aquella vez que bajo las largas piernas de un vicegobernador, dos perros callejeros dirimieron diferencias a puras dentelladas y tarascones. 
Otras cosas ocurren si se les da por ingresar a un templo, sea católico, evangelista, judío u ortodoxo. Ahí pueden levantar la pata zurda o derecha, y humedecer cualquier cortinado que esté a tiro de surtidor; adentro de un templo pueden pelear, gruñirse, hacer “misachico” o dormir plácidamente mientras el oficiante desgrana su sermón sabático o dominguero.
En los desfiles también pueden hacer desastres. Más de una vez, los marchantes terminaron con su humanidad por el piso por culpa de un perro que se les enredó entre las piernas, cuando bien compadres trataban de lucirse con el “paso de ganso”. 
Pero lo que hasta aquí nunca había visto es que un perro tenga debilidad por derramar aguas menores sobre primorosos ramos de flores, sean de rosas, calas, margaritas o clavelinas. 
Justamente, días pasado me tocó presenciar en la plaza de Cerrillos, el homenaje que la comuna había organizado para recordar al presbítero Serapio Gallegos. Como es costumbre, en un determinado momento de la ceremonia, autoridades e invitados depositaron al pie del busto del buen cura, un hermoso y fragante arreglo floral. No bien los depositantes dieron la media vuelta para retornar a sus respectivos lugares, apareció un perro delgado, de mediana estatura, pelo blanco con manchas canelas. Se acercó suavemente a las flores, las olfateó como si disfrutara del particular aroma que despiden las flores frescas. Las olió con delicadeza, como si fuese un Alberto Morillas, el suizo-español que creó el Acqua di Gio. Aspiraba cual experto alquimista, mientras se deslizaba de izquierda a derecha, y sin dejar de hacer ruidosas aspiraciones. Finalmente se paró en secó, se puso de costado, levantó la cabeza, hundió la mirada en el infinito, levantó una pata y descargó una potente rociada. Un policía que alcanzó a verlo, se le acercó haciéndole gestos de ternura mientras frotaba sus dedos pulgar e índice de la mano derecha, tratando de atraer al can para que una vez que esté a tiro de pierna, descargarle una patada traidora. Pero el manchado, al parecer un experto en leer las contorciones y las malas intenciones humanas, al trote ligero se alejó del lugar para inmediatamente perderse entre las piernas de los escolares, que con abanderados y todo, participaban del acto. Minutos después, otro arreglo floral fue depositado al pie del busto del presbítero. Y de nuevo, no bien se alejaron los depositantes, apareció el manchado orejas bien erguidas y cola bandera. Esta vez eran unos hermosos claveles. Los husmeó de ida y vuelta hasta que se colocó de costado, levantó la cabeza, apuntó al cielo con su brillosa nariz, hasta que con gran placer lanzó su agraviante rocío... En eso, alguien lo chistó y el manchado, entendiendo el mensaje, apagó sus orejas, bajó la cola y otra vez se refugió entre los chicos escolares.

Homenaje a un poeta
Pasaron los días y otro nuevo homenaje convocó a los cerrillanos. Esta vez era a Manuel José Castilla en el patio de la estación ferroviaria. Alumnos, abanderados, invitados especiales, autoridades y curiosos, todos alrededor de un monolito. Allí estábamos cuando a poco de iniciada la ceremonia, apareció el manchado, el gran orinador del pueblo. Lo seguí con atención para ver si volvía a sus andadas florales. Recorrió el lugar y de pronto enfiló para donde estaba el atril, justo cuando una buena moza anunciaba los detalles del acto. Se acercó con sigilo, olfateó el mueble, se puso de costado y dando media vuelta, levantó su pata y descargó. Después, como sabiendo que estaba en falta, al trote largo enfiló para los escolares buscando otra vez, la protección de los chicos.

Duro castigo para el irreverente perro 

El acto continuó hasta que llegó el momento de las ofrendas. De nuevo se hizo presente el manchado. Olfateó uno a uno los arreglos y cuando ya estaba a punto de descargar, recibió un terrible varillazo que lo hizo trastabillar de ancas. Pero sin lanzar ni un quejido, recuperó la vertical y a buen paso, buscó las piernas de los chicos. Allí permaneció hasta el final cuando se supo que el manchado era de un abanderado. El chico, avergonzado, intentó alejarlo con disimuladas pataditas mientras entre dientes le lanzaba irreproducibles palabras que solo el perro entendía. Parecía que el varillazo lo había curado pues entre las piernas de su amo se quedó por el resto de la ceremonia sin siquiera mirar las flores. Mas tarde se conoció su nombre: “Loco”. Cuando al abanderado se le preguntó la razón del apelativo, respondió: “Es que es medio loco, se pelea con los gallos, muerde el aire y orina todo, hasta el fútbol... Nooo, si es bien cochinillo el Loco...”, concluyó avergonzado el changuito. 
 

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