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Educación en la cultura de la era digital

Sabado, 09 de noviembre de 2019 00:00

Jacques Lacan dijo que educar es una de las tres tareas imposibles, junto con gobernar y psicoanalizar, lo que significa que en estas tareas existe un punto imposible de simbolizar y ser explicado, algo que se resiste a pasar por el lenguaje, un punto donde las cosas no andan. Pero esto no implica que deba haber hacia la educación, la política y el psicoanálisis una mirada peyorativa y descalificadora.

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Jacques Lacan dijo que educar es una de las tres tareas imposibles, junto con gobernar y psicoanalizar, lo que significa que en estas tareas existe un punto imposible de simbolizar y ser explicado, algo que se resiste a pasar por el lenguaje, un punto donde las cosas no andan. Pero esto no implica que deba haber hacia la educación, la política y el psicoanálisis una mirada peyorativa y descalificadora.

Sabemos que la educación escolar ha sido asociada no pocas veces al control social, al disciplinamiento, al encauzamiento de las conductas, a la imposición de las normas burguesas, inclusive a la coartación de la creatividad del sujeto.

Si bien todo esto tiene su parte de verdad, debe ser entendido con recaudos dentro de los desarrollos teóricos, filosóficos y, en cierto contexto, ya que la educación y la política son fundamentales para la construcción del lazo social y para establecer un proyecto de nación.

Algunas orientaciones tecnocráticas en la educación en las últimas décadas, influidas por ciertas concepciones filosóficas y psicopedagógicas, tendieron a ver en la enseñanza escolar tradicional un obstáculo al despliegue de la libertad de elección y creatividad de los alumnos, lo que llevó a vaciar a la educación argentina de contenidos e implementar materias indefinidas, carentes de sustancia. Se creyó que los contenidos no eran mayormente necesarios y que se debía promover la creatividad y las iniciativas del alumno, como si acaso esa creatividad y elección fueran posibles desde borrón y cuenta nueva, sin formaciones y aprendizajes previos. Es verdad que la escuela tiene una misión disciplinadora, normativa, etc., pero sin educación pública lo que aguarda no es la libertad anhelada, sino el retorno a la caverna.

Desaparecieron o disminuyeron considerablemente de la currícula las cargas horarias en materias como matemática, física, química, historia, literatura, educación cívica y se insertaron asignaturas absurdas como "Tiempo libre", "Tutoría", "Promoción", etc., de las que no se sabía qué querían decir.

El argumento esgrimido fue que la educación era burguesa, enciclopedista, desactualizada, coercitiva, sarmientina, etc., lo cual no dejaba de encerrar una parte de razón, pero en nombre de un supuesto progresismo educativo, los tecnócratas, al vaciar a la enseñanza de sus contenidos, no hicieron otra cosa que cumplir con los mandatos y las recetas de los organismos de crédito internacional, que consideraban que la función de la educación argentina debía ser la de crear mano de obra barata, salidas laborales rápidas y no sujetos con pensamiento crítico.

En nombre de una actualización y de la creatividad, se terminaron reproduciendo paradójicamente las mismas lógicas que venían a destruir a la educación argentina.

Fue lo que se llamó en su momento la "Ley Federal de Educación" que, aun cuando fue luego abolida, llevó a la actual tragedia. El daño ya estaba hecho.

A ello se sumó la desregulación y una descontrolada privatización (un afán comercial) en la formación de los maestros y profesores, formación que debería haber permanecido siempre bajo el control y la supervisión estricta del Estado.

Pero hay algo que insiste en esa dirección, he escuchado últimamente hablar, en relación con la educación, de "los nuevos desafíos educativos", de "la revolución tecnológica", de que "las nuevas tecnologías permitirán el acceso al conocimiento", etc., como si eso fuera suficiente.

Es verdad que debe haber una actualización a los tiempos tecnológicos, sin lugar a dudas, pero no hay que olvidar que la tecnología es solo un instrumento valioso, que facilita las cosas, pero que no podría por sí sola establecer una jerarquización y una selección entre la información recibida.

El hecho de que un estudiante maneje bien una computadora no asegura que sea medianamente culto o quiera adquirir otros conocimientos necesarios para su formación. Además, no hay una propensión natural al saber y, en definitiva, no se trata solo de tecnología sino de deseos e identificaciones, de posiciones subjetivas. Es el maestro el que trasmite un deseo, una voluntad de aprender y un cambio en las identificaciones, sobre todo en aquellos sectores poblacionales actualmente excluidos y marginados de lo simbólico.

En síntesis, la escuela, primaria y secundaria, no solo tiene la función de otorgar conocimientos técnicos y capacidades laborales, sino fundamentalmente la de formar la personalidad y desarrollar la sociabilización. Si un proyecto educativo se basa prioritariamente en la adquisición de habilidades técnicas ¿cómo se hará para revertir los graves procesos de marginalidad y desculturación que afectan hoy a vastos sectores poblacionales?, ¿cómo se revertirá la creciente deshistorización, la violencia, la errancia, la pérdida del sentido, la ausencia de abrochamiento de la significación?, ¿sólo con la cibernética?

Podemos estar así ante las puertas de un nuevo y grandioso fracaso educativo.

Por ello es urgente pensar un verdadero proyecto educativo que se inscriba a la vez en un proyecto de país integrado al continente y al mundo, y busque revertir la marcada decadencia que afecta a todos los estamentos de la sociedad argentina.

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