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Una salteña creó un sistema económico para filtrar aguas grises y usarlas para regar plantas y árboles

En Floresta están los primeros prototipos que ideó Palmira Blanca Fernández para dar un destino mejor al líquido que se vuelca a las calles del barrio por la falta de cloacas. Así, busca reusar y reforestar. 
Martes, 26 de febrero de 2019 02:58
Como una gran parte de Floresta es asentamiento, Palmira piensa que este proyecto dará seguridad a sus vecinas para cuidar el agua y la tierra. Foto: Pablo Yapura.

Sobre la ladera en que se apoya el barrio populoso de Floresta, en el este de la ciudad de Salta, Palmira Blanca Fernández (34) veía correr el agua que sus vecinas habían usado para bañarse, lavar la ropa y las zapatillas. Ella sabía el valor del agua porque recién desde noviembre último Floresta está conectada a la red, gracias a una obra millonaria que hizo, después de más de 60 años en que la barriada no gozara de este derecho.
El vecindario se organizó, hizo cortes de ruta y tocó las puertas de decenas de funcionarios para acceder al servicio. “Fue una lucha nuestra”, contó, orgullosa, a El Tribuno. Con la actual gestión de Aguas del Norte lograron firmar un convenio para que se hiciera una ampliación de la red para que casi todos accedieran. Los únicos que no lo lograron son quienes se asentaron en la parte superior del barrio, donde el servicio no es factible.
Al acceder al agua corriente, surgió otro problema en la parte alta de Floresta. Como en esa zona no hay cloacas -en la parte baja, sí-, las aguas grises van a parar a la calle, donde, sumadas a la falta de asfalto y a la pendiente inclinada, generan un gran lodazal.
Palmira tiene un hijo de 14 años de edad y una hija de 7. Por eso y porque siempre recorre los merenderos y comedores de su barrio, sabía que los niños y las niñas tenían infecciones y granos. Al consultar a la directora del centro de salud, supo que eso se debía a la contaminación que genera el barro podrido por las volcaduras de aguas servidas.
Al relatar esto, recordó que el año pasado, cuando hicieron el festejo por el Día del Niño en la parte más alta de Floresta, vio cómo corría el agua. En ese momento, le preguntó a la encargada por qué, en vez de tirarla así, no la echaban a las plantas.
“Era un desperdicio y un foco de infección para los niños”, relató Palmira. Entonces, empezó a investigar cómo se podría reusar el agua que estaba sucia con jabón o con grasa. Al buscar en Internet, encontró proyectos peruanos y chilenos de lugares donde el agua escasea, pero los filtros que vio eran muy costosos. 

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Sobre la ladera en que se apoya el barrio populoso de Floresta, en el este de la ciudad de Salta, Palmira Blanca Fernández (34) veía correr el agua que sus vecinas habían usado para bañarse, lavar la ropa y las zapatillas. Ella sabía el valor del agua porque recién desde noviembre último Floresta está conectada a la red, gracias a una obra millonaria que hizo, después de más de 60 años en que la barriada no gozara de este derecho.
El vecindario se organizó, hizo cortes de ruta y tocó las puertas de decenas de funcionarios para acceder al servicio. “Fue una lucha nuestra”, contó, orgullosa, a El Tribuno. Con la actual gestión de Aguas del Norte lograron firmar un convenio para que se hiciera una ampliación de la red para que casi todos accedieran. Los únicos que no lo lograron son quienes se asentaron en la parte superior del barrio, donde el servicio no es factible.
Al acceder al agua corriente, surgió otro problema en la parte alta de Floresta. Como en esa zona no hay cloacas -en la parte baja, sí-, las aguas grises van a parar a la calle, donde, sumadas a la falta de asfalto y a la pendiente inclinada, generan un gran lodazal.
Palmira tiene un hijo de 14 años de edad y una hija de 7. Por eso y porque siempre recorre los merenderos y comedores de su barrio, sabía que los niños y las niñas tenían infecciones y granos. Al consultar a la directora del centro de salud, supo que eso se debía a la contaminación que genera el barro podrido por las volcaduras de aguas servidas.
Al relatar esto, recordó que el año pasado, cuando hicieron el festejo por el Día del Niño en la parte más alta de Floresta, vio cómo corría el agua. En ese momento, le preguntó a la encargada por qué, en vez de tirarla así, no la echaban a las plantas.
“Era un desperdicio y un foco de infección para los niños”, relató Palmira. Entonces, empezó a investigar cómo se podría reusar el agua que estaba sucia con jabón o con grasa. Al buscar en Internet, encontró proyectos peruanos y chilenos de lugares donde el agua escasea, pero los filtros que vio eran muy costosos. 


Se reunió con ingenieros del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y de Aguas del Norte para que la asesoraran para crear un filtro de agua que fuera económico y movible. Así, llegó a armar dos prototipos que cumplen funciones diferentes. El filtro de un solo paso limpia el agua alrededor de un 40 por ciento y esta puede usarse para regar árboles y plantas florales. El filtro de tres pasos -con una planta acuífera que ozoniza el agua- permite regar especies aromáticas y hortalizas, que luego se pueden consumir. 
Palmira explicó que los filtros son muy básicos y que no es difícil hacerlos. Sin embargo, ella dedicó mucho esfuerzo a lograr el modelo definitivo y tuvo que aprender cuestiones técnicas, como a manejar el pegamento para caños y codos de PVC. Para hacer el de un solo paso, ingresó un grifo a un balde y lo pegó. Allí colocó el filtro, que es de algodón, grava, arena y grava. El de tres o cuatro pasos está compuesto por tres o cuatro tachos respectivamente. El primero decanta el agua jabonosa o grasosa. El segundo tiene el filtro de algodón, grava, arena y grava. El tercero, una planta acuífera con agua y, el cuarto, una planta acuífera con grava. De allí, el agua sale cristalina: “No solo la limpia, sino que también la purifica”. Aseguró que todos los elementos se consiguen de manera fácil y que son accesibles.

Palmira cree que su idea va a cambiar la realidad de Floresta y, por extensión, la de la ciudad de Salta. “Este proyecto pretende ser el paradigma de un cambio en el pensamiento de las personas y en cómo usan el agua, que es un recurso que no vuelve. Es un cambio social, que tienen que ver con la gente, con pensar en el otro y en cómo se lo puede ayudar”, señaló. Como ella tiene su corazón en Floresta y el fin último de los filtros es regar flores, bautizó a su proyecto Flor de Riego.
Además de reusar el agua para no desperdiciar este recurso, que es escaso, ella apunta más allá: quiere que esto sirva para reforestar su barrio, la ciudad y la provincia. Contó que cada persona debería plantar entre 7 y 9 árboles por año para tener el oxígeno que necesita. “Consumimos más de 16 toneladas de oxígeno por año”, explicó. 
Palmira aseguró que este sistema se puede replicar fácilmente en cualquier lugar del mundo. A nivel provincial, quiere generar un programa a través de convenios para que personas capacitadas enseñen a quienes viven en parajes o en fincas remotas a hacer sus propios filtros. Pretende llegar a lugares donde hay pozos de agua pequeños y no hay cloacas, para que la gente humilde tenga sus plantaciones, riegos y huertas.
Su proyecto no tiene un sentido comercial y, si una empresa hiciera un centenar de filtros de manera industrializada, a ella le gustaría que se los entregara a la gente y no, que los vendiera. La emprendedora cree que el proyecto es autosustentable, ya que los árboles y las plantas producidas con Flor de Riego podrían venderse a los viveros estatales.
El otro sueño de Palmira es que haya una huerta comunitaria en Floresta. Quiere hacer un filtro con cubas de cemento, donde el agua se limpie por decantación, y que la gente contribuya con tachos de aguas grises. Para lograr esto, pidió a la Unidad de Regulación que donara un pedazo de terreno; está esperando la autorización. 
Cuando esté el huerto, quiere armar un sistema de riego con botellas descartables: “Cuando la planta está crecida, se pone a unos 10 centímetros de ella una botella con agua. Abajo, una tela que no se pudre, un paño vegetal, y las raíces se riegan con el vapor que se genera”.
Como una gran parte de Floresta es asentamiento, Palmira piensa que este proyecto dará seguridad a sus vecinas para cuidar el agua y la tierra: “Se busca dar un sentido de pertenencia al espacio donde están y que puedan apropiarse de buena manera cuidándolo, optimizándolo y mejorándolo”.   

Además de Flor de Riego, ella tiene otros proyectos en Floresta. Foto: Pablo Yapura.
 

Una ciudadana activa y cuidadora

Palmira nació en el centro de Salta y “por cuestiones de la vida” se fue a vivir a Floresta. Durante toda su vida adulta alquiló en este barrio, a excepción del último tiempo, que vive en El Manjón. A fines de este mes espera volver a Floresta porque está terminando los detalles de una casa prefabricada que levantó en un terreno del asentamiento.
Ella se dedica a cuidar pacientes en clínicas y en diciembre último terminó el BSPA (Bachillerato Salteño Para Adultos). Este año quiere estudiar Enfermería y pidió una beca en el Instituto Superior Ramón Carrillo; está esperando a que le respondan por esto.
Desde hace muchos años ella hace trabajo social en Floresta y en la zona este de la ciudad. Es voluntaria en comedores y merenderos y forma parte de la red interinstitucional del barrio, en la que trabajan la Policía, el centro de salud y las escuelas.
Además de Flor de Riego, ella tiene otros proyectos en Floresta. “La alfombra viajera” es un proyecto itinerante, que lee a los niños en distintos lugares. “Aprendemos jugando” consiste en talleres fijos, en el comedor de Floresta norte, para que los niños se desarrollen a través del juego. 
Palmira hace este trabajo con mucho amor: “Crecí en un hogar de menores y creo que salí de esa situación porque siempre hubo alguien que hizo algo por mí”. Por eso, piensa que debe devolverle a la sociedad algo de lo que recibió. 
 

Entre los mejores proyectos sociales

Como Palmira es muy activa en el campo social, siempre entra a Facebook para buscar concursos que financien proyectos. La mayoría de estos están destinados a profesionales o a personas que forman parte de alguna institución. Por eso, cuando leyó las bases de Mentes Transformadoras, no dudó en anotarse para participar de la tercera edición de este concurso, organizado por la fundación Nobleza Obliga, que premia los mejores proyectos de innovación social de la Argentina. Como necesitaba del aval de una organización de la sociedad civil, se presentó con la fundación Nahuael, que trabaja en temas de medio ambiente en Salta.
El jueves 14 de febrero, Flor de Riego fue uno de los tres proyectos que ganó, en Salta, la final regional del NOA. El 19 de marzo irá a Buenos Aires para competir en la gran final nacional, con organizaciones de todo el país. Antes de la última etapa, quiere implantar prototipos de distintas fases en varios lugares de Floresta para que se luzcan en un formato audiovisual.

 

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