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Escándalos y peleas: Bolsonaro dilapida su capital político en tiempo récord

El presidente brasileño sufre un gran desgaste político tratando de resolver escándalos autogenerados, apaciguar luchas internas y responder acusaciones. 
Lunes, 18 de marzo de 2019 07:50

Dos meses y medio de gobierno y un sinfín de problemas. En el poco tiempo que lleva en el Palacio del Planalto, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, parece haber desperdiciado gran parte del capital político con el que llegó al poder en resolver escándalos autogenerados, apaciguar luchas internas y responder acusaciones. 
Mientras la luna de miel se agota, el mandatario ultraderechista sigue sin construir una base sólida de apoyo en el Congreso y la economía aguarda una demorada inyección de confianza.
"Existe una gran desorientación, como si el gobierno viviera en una realidad paralela, más interesado en cuestiones relacionadas con su agenda de costumbres conservadora que en los problemas reales de la gente: empleo, salud, seguridad, educación", destacó a Flavia Biroli, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia. "Y desde las redes sociales Bolsonaro mantiene un nivel de tensión permanente, de polarización propia de la campaña electoral, que le ha abierto demasiados frentes de conflicto. Es difícil prever qué sucederá, pero de mantenerse en esta apuesta el gobierno se volverá muy inestable", agregó.
Los primeros golpes negativos fuertes contra la administración de Bolsonaro, que hizo de la lucha contra la corrupción una de sus principales banderas de campaña, fueron revelaciones sobre su hijo mayor, Flavio, actualmente senador y exdiputado estatal en Río de Janeiro (2003-2018). Se descubrió que en los últimos años había realizado sospechosas transacciones financieras en efectivo y que tenía contratadas en su despacho a la esposa y la madre de un prófugo expolicía devenido líder de una de las milicias paramilitares más temidas, vinculada al asesinato de la concejala izquierdista Marielle Franco el año pasado.

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Dos meses y medio de gobierno y un sinfín de problemas. En el poco tiempo que lleva en el Palacio del Planalto, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, parece haber desperdiciado gran parte del capital político con el que llegó al poder en resolver escándalos autogenerados, apaciguar luchas internas y responder acusaciones. 
Mientras la luna de miel se agota, el mandatario ultraderechista sigue sin construir una base sólida de apoyo en el Congreso y la economía aguarda una demorada inyección de confianza.
"Existe una gran desorientación, como si el gobierno viviera en una realidad paralela, más interesado en cuestiones relacionadas con su agenda de costumbres conservadora que en los problemas reales de la gente: empleo, salud, seguridad, educación", destacó a Flavia Biroli, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia. "Y desde las redes sociales Bolsonaro mantiene un nivel de tensión permanente, de polarización propia de la campaña electoral, que le ha abierto demasiados frentes de conflicto. Es difícil prever qué sucederá, pero de mantenerse en esta apuesta el gobierno se volverá muy inestable", agregó.
Los primeros golpes negativos fuertes contra la administración de Bolsonaro, que hizo de la lucha contra la corrupción una de sus principales banderas de campaña, fueron revelaciones sobre su hijo mayor, Flavio, actualmente senador y exdiputado estatal en Río de Janeiro (2003-2018). Se descubrió que en los últimos años había realizado sospechosas transacciones financieras en efectivo y que tenía contratadas en su despacho a la esposa y la madre de un prófugo expolicía devenido líder de una de las milicias paramilitares más temidas, vinculada al asesinato de la concejala izquierdista Marielle Franco el año pasado.

Desvío de fondos

Luego aparecieron las denuncias de desvío de fondos electorales públicos por parte del oficialista Partido Social Liberal (PSL) hacia "candidatos fachada" en los últimos comicios. Las imputaciones llevaron al despido del secretario general de la Presidencia Gustavo Bebianno, extitular de la agrupación y coordinador de la campaña del propio Bolsonaro, en medio de un enredado cruce de mensajes de Twitter entre, por un lado, el funcionario y, por otro, el presidente y otro de sus hijos, Carlos, concejal en Río de Janeiro. Curiosamente, quienes tuvieron que salir a calmar los ánimos en esta primera crisis fueron los ministros militares, que hoy ocupan ocho de los 22 puestos del gabinete y disputan el poder con el sector políticamente ideologizado (encabezado por el clan Bolsonaro y el canciller Ernesto Araújo) y con los economistas neoliberales (liderados por el ministro de Economía, Paulo Guedes).
No faltaron controversias protagonizadas de forma directa por Bolsonaro: desde el ya notorio video obsceno que divulgó por las redes sociales para criticar los desbordes del Carnaval hasta la aseveración de que "la democracia y la libertad solo existen cuando las Fuerzas Armadas así lo quieren", pasando por su cruzada contra la prensa, a la que acusó de pretender "derribar al gobierno". De nuevo, quienes realizaron un control de daños y buscaron evitar un impacto mayor de las intempestivas declaraciones del presidente fueron los ministros militares.
Varios de sus asesores también dieron bastante de qué hablar. Mientras la ministra de la Mujer, de la Familia y de los Derechos Humanos, Damares Alves, generó gran rechazo al señalar que "los chicos deben vestir de azul y las chicas, de rosa", el ministro de Educación, Ricardo Vélez, fue muy criticado cuando propuso que los directores de escuelas filmaran a sus estudiantes cantando el himno frente a la bandera para "valorizar los símbolos nacionales" y leyeran el eslogan de campaña de Bolsonaro, "Brasil por encima de todo; Dios por encima de todos". Influenciado por el gurú del gobierno, el filósofo antiglobalista Olavo de Carvalho, el canciller Araújo inició una cuestionada purga en el Palacio de Itamaraty, en tanto que el ministro de Justicia y Seguridad Pública, el exjuez Sergio Moro, debió dar marcha atrás en la designación de una reconocida experta en temas de seguridad porque era vista como "antiarmas" por los fanáticos simpatizantes de Bolsonaro.

Polémico decreto

En materia legislativa, la única conquista del presidente hasta ahora ha sido un polémico decreto para, justamente, flexibilizar la compra de armas. Y ni siquiera la reciente matanza escolar en Suzano, estado de San Pablo, llevó a los seguidores del presidente a replantearse la política de liberalización de las armas. Otra iniciativa legislativa importante, un paquete de medidas contra la corrupción y la inseguridad, quedó por ahora varada en el Congreso, a la espera de que el oficialismo articule mejor su base de apoyo.
"El gobierno ha exhibido una falta de habilidad para negociar con otras fuerzas en el Parlamento que es muy preocupante. No ha formado una coalición y depende de la afinidad ideológica o de la intervención personal del presidente. Hasta la bancada evangélica, que respaldaba desde un principio esta gestión, ha comenzado a tomar distancia de Bolsonaro por la falta de diálogo con el gobierno", señaló el analista Thomaz Favaro, de la consultora Control Risks, en San Pablo.
Y en el Congreso todavía tiene que empezar a discutirse la ambiciosa reforma previsional diseñada por Guedes. Los mercados consideran que la reforma es esencial para frenar el ascendente déficit y volver a poner la economía en un sendero de crecimiento sólido. Inversores y analistas financieros de todo el mundo esperaban que Bolsonaro hiciera una ardiente defensa de esta y otras reformas estructurales en el Foro de Davos, pero el mandatario defraudó a la audiencia de la elite internacional al poner el "rescate de valores" y la "lucha contra la izquierda" como ejes.
"Los inversores no están interesados en esas discusiones sobre asuntos periféricos, la guerra cultural o ideológica; quieren saber si pueden apostar millones de dólares en el país. La economía de Brasil depende de esa inversión extranjera; necesitamos generar confianza cuanto antes, si no, va a ser muy difícil remontar la situación más adelante, en cinco o seis meses", advirtió Thiago de Aragão, director de la consultora Arko, en Brasilia.

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