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¿Son inevitables los ajustes?

Domingo, 07 de abril de 2019 00:00
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Los ajustes y el Fondo Monetario Internacional. Los argentinos temblamos ante las palabras "ajuste" y "FMI", y no nos falta razón porque cuando la Argentina acude a este organismo financiero internacional casi inevitablemente lo hace porque la economía está colapsada y supuestamente se necesitan créditos internacionales a la menor tasa de interés posible -que es precisamente la que cobra ese organismo- para salir de la crisis

Por supuesto, el Fondo, una vez acordado el crédito, necesita recuperarlo y, en ausencia de un diagnóstico preciso, o más rigurosamente, de un diagnóstico a secas, de la economía, el plan de recuperación lo propone el propio Fondo, y ese plan sencillamente establece que la economía argentina -o cualquiera- está gastando más de lo que recauda en concepto de impuestos y por lo tanto incurre en un déficit que, cuando alcanza proporciones excesivas, es necesario reducir.

Por lo tanto, "hay que ajustarse el cinturón", lo que para el Fondo es equivalente a achicar el gasto público.

Los economistas del FMI, casi sin excepción, están enrolados en la ortodoxia económica, que considera que el gasto público es prácticamente una quinta rueda inútil y consecuentemente descreen que una disminución de ese gasto entrañe consecuencias negativas, vale decir achicamiento de la economía, despidos, desempleo y aumento de la pobreza.

Desafortunadamente, no para el Fondo sino para la economía que ha pedido la asistencia financiera, lo que ocurre es precisamente aquello de lo que el FMI descree: el ajuste genera inexorablemente caídas en el PBI con todas sus consecuencias económicas y sociales, además de las políticas, que son nada más ni nada menos que blanquear las alternativas del populismo que había generado el previo estado colapsado de la economía, o sea, el que creó la situación por la que se pidió ayuda al Fondo, y así el populismo queda habilitado para una nueva "ronda" de despilfarro.

Siempre por la banquina

Es accidentado el tránsito por las banquinas.

Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, Dios les ordenó "ganar el pan con el sudor de la frente" y si bien este mandato bíblico es interpretado por el populismo en el sentido de "recibir gratis mi pan con el sudor de tu frente", estrictamente significa que, justamente, no se puede vivir gratis (o con el sacrificio de otros) y, como se les impuso a Adán y Eva, el nuevo escenario sobre el que se debieron construir las sociedades fue justamente "trabajar".

Claramente, lo contrario de la lógica ortodoxa, según la cual el sacrificio consiste en no hacerlo, pese a que los despedidos y consecuentemente, desocupados, no desean quedar afuera, sino precisamente continuar en sus tareas de siempre, siendo verosímil que aceptarán gustosos añadir minutos a su jornada de trabajo antes que perderlo.

¿Qué curioso, no?

En lugar de que la economía se organice para trabajar más, elevando el PBI y allegando por lo tanto más impuestos al gobierno con un gasto que se congela en términos reales en lugar de reducirse para no generar caídas en el producto e ingreso de la economía, la receta ortodoxa es justamente lo contrario: bajar el gasto y achicar el PBI, con lo que los impuestos necesariamente disminuyen, dejando el déficit fiscal sin mayores cambios, lo que requiere un nuevo ajuste, y así, hasta que toca nuevamente el turno del populismo, siempre beneficiado por una circunstancia externa (lingotes de oro que no permiten caminar en el Banco Central, precios récord de la soja), circunstancia que otorga unos pocos meses de alivio hasta que se produce nuevamente el colapso que, esta vez, le cederá el turno a la ortodoxia.

En otras palabras, y empleando una analogía utilizada en otras notas, transitamos de banquina (el populismo) en banquina (la ortodoxia) sin avanzar, lógicamente, y sin tampoco intentar encaminarnos por la ruta principal, como lo hace la casi totalidad de las economías.

¿Cuál es la ruta principal?

Como se insinuó en líneas anteriores, no está en discusión la necesidad de reducir el déficit fiscal. Sin embargo, al mismo tiempo hay que tomar nota de que no se lo debe hacer bajando el gasto, porque eso provoca caídas en el producto y desempleo, que es la causa principal de la pobreza.

La forma de disminuir el exceso de gasto sobre los impuestos consiste entonces en estimular la economía para que se genere más y no menos empleo, con un gasto público que se congela en términos constantes, o sea, no aumenta más que la inflación, a la vez que se busca la forma de trasladar gasto corriente y transferencias a gasto de capital y se racionaliza el gasto, no por vía de despidos sino a través de concursos cerrados, ubicando la gente de mayor preparación en los cargos estratégicos y mejorando la capacitación de quienes no obtuvieron altas calificaciones, lo que hace más eficiente el gasto.

Paralelamente, como el déficit no puede reducirse a cero instantáneamente, hay que financiarlo de la manera menos gravosa para la economía; para ello un punto de partida debe ser el desterrar la arraigada idea de que el financiamiento a través de la propia moneda es necesariamente inflacionario. Lo que provoca, en parte, la inflación no es la creación de dinero por sí sola, ya que, de ser así, Estados Unidos tendría la más alta inflación del mundo; es, justamente el déficit que, como se planteó en notas anteriores, implica una demanda extra sobre los mismos bienes y servicios producidos, en tanto esa mayor demanda no puede cubrirse cobrando más impuestos por saturación y consecuentemente debe financiarse con dinero, provocando un efecto de subasta.

O sea, los mismos bienes y servicios producidos se reparten entre mayores compradores y por ende los precios suben.

Trabajar, no hay otra

Claramente, resulta evidente que da lo mismo que el gobierno pida prestados fondos, sea a los bancos o al FMI, o a la propia economía a través del Banco Central, porque en cualquier caso el déficit se paga con pesos, y si la economía se endeuda con el exterior, el déficit y la necesidad de nuevos préstamos en cada período se mantiene y la inflación no se abate, a la vez que el endeudamiento se incrementa.

Peor aún, si el Gobierno busca descomprimir subsidios que alimentan el déficit, como los de la energía y el transporte, con subas gigantescas en las tarifas, esto, como resulta evidente, realimenta la inflación.

Si, además, el gobierno reduce su gasto o impulsa aunque sea indirectamente caídas en el PBI, la economía experimenta la famosa “estanflación”, o sea, inflación con recesión.

Alentar la producción

Conforme lo anterior, tiene más sentido alentar la producción con créditos a plazos más extensos y con tasas en dólares pagables cuando la economía se recupere, hacerlo a través de mayor obra pública lograda con bajas de gastos innecesarios y créditos ad-hoc de organismos financieros internacionales (Banco Mundial, por ejemplo) y a muy largos plazos, o bien con cualquier otra iniciativa no populista, antes que “ajustar”, en tanto esta alternativa es claramente más desventajosa para todos.

En resumen, las crisis se superan trabajando más y no menos, y en el caso de la Argentina, la alternativa de trabajar más para dejar atrás nuestra decadencia tiene la enorme ventaja de que, en realidad, no estaremos saliendo del Paraíso para comenzar a hacer las cosas como el sentido común -además del mandato bíblico- indica, sino que podremos empezar a dejar atrás de una buena vez el infierno en el que estamos condenados innecesariamente por nuestro propio empecinamiento en hacer siempre las mismas cosas, naturalmente, con los mismos resultados negativos, lo que, como

Einstein decía, no es sin duda una conducta propia de los cuerdos.

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