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Hoy se conmemora el Día y la ”noche” del Futbolista

Ernesto Grillo marcó un gol emblemático para la Selección un 14 de mayo, fecha que coincidió luego con la muerte del jugador Ortega tras chocar un paredón en una cancha, y con el “gas pimienta” en la bombonera.
Martes, 14 de mayo de 2019 02:40

En 2018 se reglamentó la ley que oficializa al 14 de mayo como el Día del Futbolista en Argentina. La elección de la fecha se sustentó en una gesta estrictamente deportiva: un histórico gol de la Selección convertido por Ernesto Grillo en un partido amistoso ante Inglaterra en 1953. En esos años, el fútbol se consolida como un deporte masivo con una impronta nacional y popular, donde ya se desplegaba un verdadero mercado de futbolistas que hasta hoy ocupan el rol de “estrellas”. 
Exactamente 62 años después, el 14 de mayo de 2015, los titulares deportivos no hablan de goles ni de hazañas sino de dos hechos trágicos: la muerte del jugador Emanuel Ortega tras chocar su cabeza contra una pared en una cancha del Ascenso, y el ataque con gas pimienta a futbolistas de River en la Bombonera.
La conmemoración del gol de Grillo se reactualiza desde el drama, dando cuenta de que en el fútbol argentino, como dijo el antropólogo Eduardo Archetti, los elementos trágicos han prevalecido por sobre los festivos. En ese proceso, los futbolistas se transformaron en ídolos contemporáneos, en modelos de éxito, en espejos para los niños, en celebridades y también en mercancías. 
Pero siempre, antes y ahora, esos futbolistas parecieran estar alejados, divorciados y peleados con las esferas de la vida social que exceden lo deportivo. Moviéndose como si se tratara de tos unidimensionales atrapados en ese espacio tradicional y conservador donde no parece haber lugar para nada más que no sea el rendimiento deportivo, los mitos, la tradición, lo superfluo y el trabajo. En el corsé de lo que debe ser un “buen futbolista profesional” no hay lugar para la política, para las manifestaciones artísticas, para los conflictos espirituales, para la solidaridad gremial, para la diversidad sexual ni para pensar una existencia más humana dentro de tanto ruido, luces y voces estigmatizantes.
Sin embargo, en todo espacio que parece clausurado siempre aparecen disrupciones. Y ahí están aquellos futbolistas, activos o retirados, que desafían al sentido común futbolero, ese que hace culto de la performance, del exitismo, de la “viveza”, del individualismo, de la liviandad. Futbolistas que hacen, dicen, organizan y sienten cosas diferentes y se atreven a reponer la conciencia de clase, de trabajador, de artista o de científico, para hacer visibles los conflictos y las contradicciones que se devora la lógica mercantil. Jugadores que trascienden la idea del deportista para imaginarse como futbolistas (sujeto, hombre e individuo). Allí están, entonces, el “Monito” Vargas interpelando sobre la posibilidad de diversidades sexuales en el desierto hetero-normativo del fútbol argentino. Juan Manuel Herbella, insistiendo en usar el pensamiento científico en un mundo que prefiere no hacerse preguntas. Juan Cruz Komar, levantando la bandera de la militancia política. Kurt Lutman, tomando la pluma para imaginar mundos mejores desde la poesía, así como Di Lorenzo y Boggino desde otras formas artísticas. Pablo Luguercio, organizando herramientas para construir una educación integral del futbolista. Hugo Lamadrid, desmontando los lugares del fútbol desde el humor.
Todos ellos aún son excepciones dentro de un orden -el del fútbol argentino- que niega sus imposibilidades, o que simplemente no tiene respuestas para atender a los problemas de los propios futbolistas que lo sostienen. Desde el desprecio de gran parte de los clubes por las condiciones humanas, sociales, culturales y educativas bajo las que se forman a los futbolistas en etapas juveniles, pasando por la estigmatización de jugadores como Centurión (fetiche de la prensa que personifica en él a los jóvenes de sectores populares que “no se adaptan”) o la falta de preparación para la vida luego del retiro, expresada dramáticamente en el suicidio de Toresani. El futbolista parece ser, paradójicamente, el eslabón más débil de la gran maquinaria.
Celebraremos dignamente el día del futbolista -de los vulnerados y vulnerables-, el día que podamos asumir que somos parte de una ingeniería que reclama goles, gestas, identificaciones y ejemplos de buena moral (que sigue siendo xenófoba, sexista y machista) a cambio de sacrificar voces y cuerpos literarios ya literales.
(Texto a cargo de los doctores Diego Murzi, sociólogo y vicepresidente de la ONG Salvemos al Fútbol, y Juan Bautista Branz, especialista en Comunicación).
 

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En 2018 se reglamentó la ley que oficializa al 14 de mayo como el Día del Futbolista en Argentina. La elección de la fecha se sustentó en una gesta estrictamente deportiva: un histórico gol de la Selección convertido por Ernesto Grillo en un partido amistoso ante Inglaterra en 1953. En esos años, el fútbol se consolida como un deporte masivo con una impronta nacional y popular, donde ya se desplegaba un verdadero mercado de futbolistas que hasta hoy ocupan el rol de “estrellas”. 
Exactamente 62 años después, el 14 de mayo de 2015, los titulares deportivos no hablan de goles ni de hazañas sino de dos hechos trágicos: la muerte del jugador Emanuel Ortega tras chocar su cabeza contra una pared en una cancha del Ascenso, y el ataque con gas pimienta a futbolistas de River en la Bombonera.
La conmemoración del gol de Grillo se reactualiza desde el drama, dando cuenta de que en el fútbol argentino, como dijo el antropólogo Eduardo Archetti, los elementos trágicos han prevalecido por sobre los festivos. En ese proceso, los futbolistas se transformaron en ídolos contemporáneos, en modelos de éxito, en espejos para los niños, en celebridades y también en mercancías. 
Pero siempre, antes y ahora, esos futbolistas parecieran estar alejados, divorciados y peleados con las esferas de la vida social que exceden lo deportivo. Moviéndose como si se tratara de tos unidimensionales atrapados en ese espacio tradicional y conservador donde no parece haber lugar para nada más que no sea el rendimiento deportivo, los mitos, la tradición, lo superfluo y el trabajo. En el corsé de lo que debe ser un “buen futbolista profesional” no hay lugar para la política, para las manifestaciones artísticas, para los conflictos espirituales, para la solidaridad gremial, para la diversidad sexual ni para pensar una existencia más humana dentro de tanto ruido, luces y voces estigmatizantes.
Sin embargo, en todo espacio que parece clausurado siempre aparecen disrupciones. Y ahí están aquellos futbolistas, activos o retirados, que desafían al sentido común futbolero, ese que hace culto de la performance, del exitismo, de la “viveza”, del individualismo, de la liviandad. Futbolistas que hacen, dicen, organizan y sienten cosas diferentes y se atreven a reponer la conciencia de clase, de trabajador, de artista o de científico, para hacer visibles los conflictos y las contradicciones que se devora la lógica mercantil. Jugadores que trascienden la idea del deportista para imaginarse como futbolistas (sujeto, hombre e individuo). Allí están, entonces, el “Monito” Vargas interpelando sobre la posibilidad de diversidades sexuales en el desierto hetero-normativo del fútbol argentino. Juan Manuel Herbella, insistiendo en usar el pensamiento científico en un mundo que prefiere no hacerse preguntas. Juan Cruz Komar, levantando la bandera de la militancia política. Kurt Lutman, tomando la pluma para imaginar mundos mejores desde la poesía, así como Di Lorenzo y Boggino desde otras formas artísticas. Pablo Luguercio, organizando herramientas para construir una educación integral del futbolista. Hugo Lamadrid, desmontando los lugares del fútbol desde el humor.
Todos ellos aún son excepciones dentro de un orden -el del fútbol argentino- que niega sus imposibilidades, o que simplemente no tiene respuestas para atender a los problemas de los propios futbolistas que lo sostienen. Desde el desprecio de gran parte de los clubes por las condiciones humanas, sociales, culturales y educativas bajo las que se forman a los futbolistas en etapas juveniles, pasando por la estigmatización de jugadores como Centurión (fetiche de la prensa que personifica en él a los jóvenes de sectores populares que “no se adaptan”) o la falta de preparación para la vida luego del retiro, expresada dramáticamente en el suicidio de Toresani. El futbolista parece ser, paradójicamente, el eslabón más débil de la gran maquinaria.
Celebraremos dignamente el día del futbolista -de los vulnerados y vulnerables-, el día que podamos asumir que somos parte de una ingeniería que reclama goles, gestas, identificaciones y ejemplos de buena moral (que sigue siendo xenófoba, sexista y machista) a cambio de sacrificar voces y cuerpos literarios ya literales.
(Texto a cargo de los doctores Diego Murzi, sociólogo y vicepresidente de la ONG Salvemos al Fútbol, y Juan Bautista Branz, especialista en Comunicación).
 

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