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26 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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Salió del horror en Siria y pide trabajo digno para volver a ser feliz

Kamal llegó a Salta el año pasado, con una promesa de amor y en busca de una vida nueva. Se casó con una mujer salteña y hace unas semanas nació su primera hija en estas tierras.
Martes, 14 de mayo de 2019 11:16
El martes último fue el primer encuentro sobre patrocinio comunitario, en el Centro Cultural América. Andrés Mansilla

Kamel Saied Al Khlif (38), conocido en Salta como “Kamal”, llegó a la provincia el año pasado, tras huir del horror en Siria en 2015 y después de una estadía por tres años en Arabia Saudita. Enamorado de una salteña, el hombre apostó por construir una familia de nuevo y cruzó el Atlántico. Durante el año que pasó aquí se casó con María Dolores Figueroa y se convirtió en papá de María Jalila, como se llama su hija, que nació hace unas semanas.
El martes último, durante el primer encuentro sobre patrocinio comunitario en Salta, en el Centro Cultural América, la esposa de Kamal leyó en voz alta una carta que el escribió para contar su historia. “Muy difícil lo que viví yo y todos los sirios durante esta guerra injusta”, expresó. 
La misiva dejó ver el amor de Kamal por su tierra y los deseos que tiene de que Salta le dé oportunidades para recrear, al menos un poco, la felicidad que tenía en Al Raqa, su ciudad natal.
“Los sirios somos gente de trabajo. Vivimos en nuestro país en armonía, respetando y conviviendo con diferentes culturas y religiones. Soy musulmán y convivimos con cristianos más de 1.440 años en paz”, dijo el hombre. Aseguró que la televisión no siempre cuenta la verdad y que, antes de la guerra, Siria era un país estable, donde se podía progresar y la educación y la salud eran gratis: “Siria era un país tranquilo, lleno de historia y hermosos paisajes”.
Al Raqa es la cuarta ciudad más antigua del mundo y su gente es sencilla, tranquila y honesta. La población vive, en su mayoría, de manera comunitaria: las familias son grandes y unidas. Antes de la guerra, la economía dependía de la agricultura, basada en el trigo, el maíz y el algodón. 
Kamal tiene seis hermanos y contó que para ellos la familia es muy importante: “Somos unidos. Buscamos progresar juntos, no tan solo con mis padres y hermanos, sino también con tíos y primos. Mis padres nos enseñaron que la educación y el trabajo son indispensables en la vida”.
Cuando empezó el conflicto contra el Gobierno sirio, en el año 2011, Kamal estaba casado y tenía un hijo, dos casas y un auto: “Empezaron con armas y batallas cuerpo a cuerpo. Al cabo de tres meses, se desataron bombardeos en diferentes ciudades. En este conflicto intervinieron extranjeros. Al ver esto, comencé a vivir en constante miedo”. Con mucho dolor, vio cómo mataron a cientos de sirios inocentes, sobre todo, niños.
El no pensó que el conflicto llegaría a Al Raqa, pero vio venir una crisis económica. “La guerra destruía todos los edificios, gente muerta por todos lados... El sonido de aviones, el estallido de bombas a lo lejos hacía que mi miedo creciera cada día más”. Dejó de dormir por las noches y algunos de sus hermanos escaparon a Líbano.
Relató que en 2015, casi no había sirios en las calles: “Se veían saudíes, franceses, turcos, todos extranjeros. A los sirios nos paraban en las calles. Hombres con largas barbas nos pedían documentos y celulares; revisaban todo y eliminaban música y fotos”. A pesar del medio que sentía, el los enfrentaba: “Yo soy sirio, soy de Raqqa, soy sirio”. Los niños lloraban al ver a estos hombres o al ver armas y, para huir, la familia empezó a mudarse a diferentes lugares. 

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Kamel Saied Al Khlif (38), conocido en Salta como “Kamal”, llegó a la provincia el año pasado, tras huir del horror en Siria en 2015 y después de una estadía por tres años en Arabia Saudita. Enamorado de una salteña, el hombre apostó por construir una familia de nuevo y cruzó el Atlántico. Durante el año que pasó aquí se casó con María Dolores Figueroa y se convirtió en papá de María Jalila, como se llama su hija, que nació hace unas semanas.
El martes último, durante el primer encuentro sobre patrocinio comunitario en Salta, en el Centro Cultural América, la esposa de Kamal leyó en voz alta una carta que el escribió para contar su historia. “Muy difícil lo que viví yo y todos los sirios durante esta guerra injusta”, expresó. 
La misiva dejó ver el amor de Kamal por su tierra y los deseos que tiene de que Salta le dé oportunidades para recrear, al menos un poco, la felicidad que tenía en Al Raqa, su ciudad natal.
“Los sirios somos gente de trabajo. Vivimos en nuestro país en armonía, respetando y conviviendo con diferentes culturas y religiones. Soy musulmán y convivimos con cristianos más de 1.440 años en paz”, dijo el hombre. Aseguró que la televisión no siempre cuenta la verdad y que, antes de la guerra, Siria era un país estable, donde se podía progresar y la educación y la salud eran gratis: “Siria era un país tranquilo, lleno de historia y hermosos paisajes”.
Al Raqa es la cuarta ciudad más antigua del mundo y su gente es sencilla, tranquila y honesta. La población vive, en su mayoría, de manera comunitaria: las familias son grandes y unidas. Antes de la guerra, la economía dependía de la agricultura, basada en el trigo, el maíz y el algodón. 
Kamal tiene seis hermanos y contó que para ellos la familia es muy importante: “Somos unidos. Buscamos progresar juntos, no tan solo con mis padres y hermanos, sino también con tíos y primos. Mis padres nos enseñaron que la educación y el trabajo son indispensables en la vida”.
Cuando empezó el conflicto contra el Gobierno sirio, en el año 2011, Kamal estaba casado y tenía un hijo, dos casas y un auto: “Empezaron con armas y batallas cuerpo a cuerpo. Al cabo de tres meses, se desataron bombardeos en diferentes ciudades. En este conflicto intervinieron extranjeros. Al ver esto, comencé a vivir en constante miedo”. Con mucho dolor, vio cómo mataron a cientos de sirios inocentes, sobre todo, niños.
El no pensó que el conflicto llegaría a Al Raqa, pero vio venir una crisis económica. “La guerra destruía todos los edificios, gente muerta por todos lados... El sonido de aviones, el estallido de bombas a lo lejos hacía que mi miedo creciera cada día más”. Dejó de dormir por las noches y algunos de sus hermanos escaparon a Líbano.
Relató que en 2015, casi no había sirios en las calles: “Se veían saudíes, franceses, turcos, todos extranjeros. A los sirios nos paraban en las calles. Hombres con largas barbas nos pedían documentos y celulares; revisaban todo y eliminaban música y fotos”. A pesar del medio que sentía, el los enfrentaba: “Yo soy sirio, soy de Raqqa, soy sirio”. Los niños lloraban al ver a estos hombres o al ver armas y, para huir, la familia empezó a mudarse a diferentes lugares. 

Los últimos días en Siria

Kamal recordó los “cuatro días de horror”, que antecedieron a su huida de Siria: “El primer día salí a comprar en la moto con mi hijo de tres años para desayunar. Fuimos a la plaza del pueblo, donde encontré gente decapitada colgando en postes. Tapé los ojos de mi hijo. Estaba desesperado. Nos dimos vuelta y volvimos a casa sin nada para comer. Quería escapar urgente y no volver nunca más. Quise convencer a mi familia para que nos fuéramos, pero se negaron”.
El segundo día regresó de nuevo a la plaza y encontró más gente decapitada, entre ellos, militares sirios, todos jóvenes. Vio niños armados jugando a la pelota con la cabeza de una de esas personas. Volvió a su casa desesperado y aturdido. Ese día, su esposa se fue a la casa de su suegra con su hijo.
El tercer día salió con su hermano para buscar a su esposa y huir: “Escuchamos en la ruta bombas. A medida que avanzábamos, encontrábamos más y más gente muerta. Antes de llegar a un gran puente, sentí acercarse un avión, que lanzó bombas, y el puente se derrumbó. En ese momento, los vidrios del auto explotaron en mi cara. Aceleré el auto y el avión siguió tirando bombas alrededor”.
“El cuarto y último día fue el peor -relató-. Me despertaron en la madrugada ruidos de muchos aviones. Fue un gran bombardeo. Una de esas bombas cayó en la casa de mi suegra, donde estaban mi hijo y mi esposa. Murieron mi esposa, mi hijo, mi cuñado y mi cuñada”. 
Al día siguiente, se fue de Siria para no volver nunca más: “Desde ese día, no necesité vivir nunca más. Todo era negro, no podía creer. Solo pensaba en los 10 años que me costó poder ser padre y una bomba en un segundo se llevó todo. No tuve valor, no tenía valor de nada. Durante dos meses, no pude vivir, estaba encerrado”.
En un intento por olvidar, empezó a trabajar en Arabia Saudita vendiendo autos y se propuso ayudar a toda su familia: comenzó a mandarles dinero a los que están en Siria y a los que están en Líbano.

Un proyecto de vida

El año pasado, Kamal vino a la Argentina por amor, soñando con una familia nueva y una vida nueva: “No vine por dinero, porque allá lo tenía. Vine por una mujer -para mí, hermosa-, que tenía dos hijos, mis hijos del corazón. Vine sin saber el idioma y sin trabajo”. 
El hombre aseguró que la vida acá “es muy diferente y difícil”, aunque contó que su esposa la ayuda mucho, junto a sus hijos del corazón, a entender más la ciudad: “En Salta encontré gente muy buena. Todos me ayudan en lo que pueden”.
Kamal trabaja en un remís durante más de 12 horas por día y todos los días de la semana para sobrevivir. “Quiero un trabajo digno, para poder vivir con mi esposa y mis hijos, para ayudar a mis sobrinos y ojalá pueda volver a ayudar a mi familia en Siria y Líbano. Ahora, sí, con mi esposa, con María Jalila, y con mis hijos del corazón, he vuelto a soñar con volver a mi tierra. Sueño con que Siria volverá a ser la tierra hermosa que fue”.
Quizás el conoce “la maldición del Éufrates”, el río sobre el que descansa su ciudad: “Si bebes de sus aguas, algún día volverás a Raqqa”.

Cómo ayudar

Para colaborar con Kamal, comunicarse con su esposa, María: 3874071528; maryamkamal1985@ gmail.com.

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