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El trauma por el abuso no prescribe

El trauma que sufren los niños para quienes un adulto confiable se convierte en un ser siniestro es un daño que atraviesa constantemente sus vidas. 
Domingo, 21 de julio de 2019 00:00

La resistencia -cada vez más inadmisible- de algunos sectores e instituciones que pretenden la prescripción de los delitos de abuso infantil, se desmorona en la medida que crecen las denuncias, junto a la determinación de otros sectores y actores sociales dispuestos a obrar sin desvaríos, en dirección a la justicia y en el sentido de la razón.

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La resistencia -cada vez más inadmisible- de algunos sectores e instituciones que pretenden la prescripción de los delitos de abuso infantil, se desmorona en la medida que crecen las denuncias, junto a la determinación de otros sectores y actores sociales dispuestos a obrar sin desvaríos, en dirección a la justicia y en el sentido de la razón.

El trauma del abuso sexual infantil no prescribe. Por lo tanto, el cese de la causa no impedirá que sus efectos perduren más allá del tiempo cronológico, ya que las huellas traumáticas del pasado impregnan el presente y lo asalta de un modo intermitente pero constante.

La reaparición involuntaria de la escena traumática, como un síntoma concomitante enlazado a la perturbación, genera otro trastorno, el de la temporalidad, donde se desdibuja la noción entre el pasado y el presente.

Este excesivo desborde de energía, inunda las defensas naturales del Yo y el aparato psíquico, debilitado por el esfuerzo para tramitar el estrago, queda sometido a las alteraciones permanentes de la presencia del trauma, alojado en la psiquis como un elemento extraño y nocivo.

Con un ejemplo muy claro, Freud ilustraba la huella del trauma como equivalente a una inundación y a la marca que el agua dejará para siempre en las paredes de una casa.

El padre del psicoanálisis definió lo traumático como "aquellos sucesos que, aportando a la vida psíquica en brevísimos instantes un enorme incremento de energía, hacen imposible la supresión o asimilación de la misma por medios normales y provocan de este modo, duraderas perturbaciones."

Los accidentes, las catástrofes naturales y las guerras, por su intensidad e impacto sorpresivo se ubican, junto al abuso sexual infantil, en el plano de las circunstancias más devastadoras para la vida humana.

En la boca del lobo

Si quienes deben proteger y amparar dañan; si quienes son demandados en una clave de ternura responden con el lenguaje de la pasión sexual -afirmaba Ferenczi en 1932- se produce una pérdida casi total de confianza en el semejante. Sus consecuencias son más graves cuanto mayor es el vínculo, la implicancia afectiva y la autoridad simbólica que representa el abusador (familiares, amigos, cuidadores y educadores).

Si esas relaciones fallan, ya sea por ausencia, intrusión o abuso, provocarán una interrupción del desarrollo, y si el trauma acontece en las primeras etapas de la formación psíquica del sujeto, las marcas quedarán a nivel de la estructura de la personalidad, y se pondrán de manifiesto en fenómenos tales como la despersonalización y el extrañamiento.

El abuso sexual no es una experiencia, en el sentido que sea posible obtener de allí un aprendizaje.

El abuso sexual es una vivencia cruda y tan completamente cruel que sólo remite a la certeza de que lo siniestro es posible. Bajo esta premisa que se inscribe brutalmente en la psiquis, no habrá mecanismos de defensa del Yo capaces de neutralizar lo inconcebible.

La experiencia clínica nos indica que quienes han logrado ponerle palabras al trauma, recuerdan el constante esfuerzo de voluntad por expulsar la escena espeluznante del campo de la conciencia.

Lo siniestro

El temor a lo desconocido, el miedo a lo que está más allá de lo comprensible y aquello que las personas ignoran por falta de conocimientos o de experiencia producen diversos malestares que se manifiestan con mayor o menor intensidad, según el grado de cercanía a dichos objetos por un lado, y si es considerada suficiente la capacidad de control para afrontarlas por el otro. Las fobias e inhibiciones expresan de modos diferentes la aversión y la sensación de alerta frente a los miedos -ya sean reales o imaginarios- y es bien sabido que los tratamientos psicológicos, abordan estas patologías con un alto índice de éxito.

Sin embargo, cuando hablamos de abuso sexual infantil, hacemos referencia a lo siniestro como algo que excede al miedo, ya que no se puede afirmar que todo lo desconocido o novedoso sea por ello siniestro.

Algo más se agrega para crear el sentimiento de lo siniestro, el desconcierto ante la irrupción de un erotismo desmesurado provoca un congelamiento de la capacidad del niño para reaccionar ante la brutal seducción de un mayor. Muchos pacientes coinciden en mencionar que tras el abuso, quedaron inmersos en un estado de perplejidad durante años a raíz de la ruptura violenta con un vínculo primordial. "El horror relataba una mujer fue ver ese mismo rostro pero desenmascarado, miserable para implorar satisfacción pero cruel para castigarme"

Un caso por excelencia de lo siniestro es la duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto un viviente, o a la inversa, que un objeto inanimado pudiese cobrar vida. "El hombre de arena" es uno de los tantos cuentos en el que Hoffman utiliza con éxito ésta maniobra psicológica.

Lo siniestro rompe. Está fuera del marco de lo que suma y sirve como experiencia para el desarrollo humano. Lo siniestro se instala como una fijeza, se congela en el psiquismo y genera una obstrucción que desvía el curso normal de la existencia.

Eso, que debiera permanecer en un lugar, en el lugar del cuidado, de la protección, al producirse el abuso, exhibe lo que debiera mantenerse oculto, y toma entonces, dentro del psiquismo de la víctima, la forma espectral de lo siniestro.

El acontecimiento traumático está fuera de los parámetros de la cotidianeidad y su intensidad e impacto sorpresivo, producen una escisión subjetiva, algo se desprende del mundo simbólico quedando la víctima en un estado de desconcierto y de incertidumbre.

La huella más profunda del trauma, es que lo siniestro deja de ser una probabilidad y, tras el primer acto de abuso se convierte en una certeza. Se instalan en la subjetividad de la víctima, el desamparo y la soledad, como efectos duraderos de la acción traumática. Las condiciones necesarias para el desarrollo personal quedan abolidas por la acción del traumatismo, que no es una perturbación momentánea, sino que amenaza radicalmente la integridad del sujeto.

El abuso incestuoso

Se ha tratado de clasificar el daño que produce el abuso sexual en los niños, según el grado de parentesco del abusador, y sin duda, es en el abuso incestuoso donde el horror mostrará la peor de sus caras. El lento desarrollo de la especie humana requiere años de dependencia hasta lograr la autonomía necesaria, siendo la infancia el período de mayor necesidad de cuidados, atención y educación, incluso la adolescencia.

En ese período de dependencia absoluta, son los padres quienes toman las decisiones, sobre todo las que están vinculadas a las relaciones con las personas e instituciones. Serán ellos quienes elijan donde vivir, con que personas relacionarse, la escuela, deportes, actividades y donde profesar una religión o no profesarla. Ese liderazgo natural confiere a los padres el lugar de un saber en quienes el niño va aprendiendo a confiar y a creer.

Así es como se transfieren la confianza, el afecto y los valores entre los miembros de una familia hacia otros familiares, amigos y vecinos, tanto como a las instituciones educativas o religiosas. Cuando el abuso sexual ocurre en cualquiera de estos ámbitos (por amigos de los padres, educadores o religiosos) que fueron los depositarios de su confianza, es verdaderamente un mundo el que cae con todo su peso.

Dificultad y demora

 La dificultad para hablar de ello, la demora y el silencio de tantos años tiene que ver con el desmoronamiento de estos padres como garantes del mundo exterior.

Basta que esa certeza irrumpa violentamente en la infancia, para que la soledad, el desamparo, la perturbación, las pesadillas, la desconfianza, el miedo, la ansiedad, la depresión, el pánico, la inseguridad, las fobias, los dolores inexplicables, el fracaso intelectual y/o afectivo, incluso el odio se instalen con fuerza en la vida de un inocente. 

¿Cómo se vive en la soledad y el silencio el día después del abuso? ¿Del único, o del primero de una serie interminable de abusos? ¿Cómo se vuelve del borde, de ese límite en el abismo sin capacidad para pedir ayuda porque la confianza está exterminada? ¿Cuánto tiempo se convive con ese “cuerpo extraño” llamado trauma? ¿Cuándo dejar de ser un objeto pasivo y silenciado por el victimario, para volver a ser un sujeto en condiciones de hablar y transitar simbólicamente el drama inconcebible?

El tiempo cronológico y sus vencimientos y caducidades sólo benefician a los victimarios, porque el trauma psicológico en el mejor de los casos se atenúa.

Pero no prescribe.

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