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El crudo ataque contra Arabia

Viernes, 20 de septiembre de 2019 00:00

Los ataques con drones contra las refinerías de la compañía Aramco en Abqaiq y Khurais, Arabia Saudita, aparentemente perpetrados por rebeldes huthis de Yemen, despertaron la intranquilidad de Donald Trump no sólo por su impacto, la mayor suba del precio del petróleo en 28 años y el mayor corte repentino de la producción en la historia, sino también por la amenaza de Irán contra aquello que Franklin Roosevelt, uno de sus predecesores, creía que formaba parte del patrimonio norteamericano: las reservas de crudo sauditas. ¿Un correlato de la guerra de Yemen o una represalia del régimen de los ayatolás? Esa es la cuestión. Hubo una fecha clave: el 8 de agosto. No el de 1974, cuando por única vez renunció un presidente de EEUU, Richard Nixon, sino el de 1944, antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Ese día, el 8 de agosto de 1944, tres décadas antes de la consumación del caso Watergate, Roosevelt y Winston Churchill se repartieron las reservas de petróleo de Medio Oriente. Le iba a decir el mandatario norteamericano al embajador británico: "El persa (iraní)… es suyo. Compartiremos el petróleo de Irak y de Kuwait. El de Arabia Saudita es nuestro". El acuerdo angloamericano falló, pero, 75 años después, pasó a ser una suerte de profecía. En Yemen, una coalición de países de mayoría sunita liderada por Arabia Saudita, aliado de Estados Unidos, pelea desde 2015 contra los huthis, chiitas apoyados por Irán. La vida de más de 22 millones de personas malnutridas y obligadas a desplazarse, con niños reclutados por las facciones en pugna, vale menos que el petróleo. Del desenlace de la guerra depende tanto el poder de la monarquía saudita, regida por el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, impune tras el crimen del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita de Estambul, como el destino del dictador sirio Bashar al Assad; el del Hezbollah libanés; el de Hamas, patrón de la Franja de Gaza, y el de las milicias chiitas de Yemen e Irak, patrocinados por Irán. Poco cuenta la religión. Una gran excusa. Está en juego el liderazgo regional en un nuevo escenario tras la retirada unilateral de Estados Unidos del pacto nuclear con Irán, firmado en 2015 por ambos gobiernos, el Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania. La decisión de Trump, en línea con Arabia Saudita e Israel, provocó el colapso de la economía iraní como consecuencia de las sanciones impuestas por Estados Unidos, agravado, a su vez, por las restricciones para el envío de crudo a China e India y por el desconcierto de las empresas europeas que invirtieron en su territorio. EEUU reforzó su presencia militar en el estrecho de Ormuz, así como el Reino Unido en Gibraltar, en medio de actos de sabotaje, barcos retenidos, drones derribados y un confuso concierto de acusaciones mutuas. Los ataques contra las refinerías de Aramco llevaron a Trump a liberar por cuarta vez en la historia las reservas norteamericanas de petróleo para evitar una crisis mundial. La abrupta interrupción superó la pérdida de la producción de 1979, cuando estalló la revolución islámica en Irán, y la de otro día de agosto. Arabia Saudita, el mayor importador mundial de armas, se ve en un aprieto. Los sistemas de defensa que le compró a Estados Unidos resultaron inútiles frente al escuadrón de drones por el cual, en sintonía con Trump, acusa a Irán de haber patrocinado el ataque. El primero de esa magnitud contra una empresa. La petrolera más rentable del planeta, curiosamente, ganó con la suba del precio mientras, en Yemen, continúa la guerra. Una guerra por delegación que, según la ONU, causa la peor crisis humanitaria del planeta. Nada urgente: la vida vale menos que el barril.

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Los ataques con drones contra las refinerías de la compañía Aramco en Abqaiq y Khurais, Arabia Saudita, aparentemente perpetrados por rebeldes huthis de Yemen, despertaron la intranquilidad de Donald Trump no sólo por su impacto, la mayor suba del precio del petróleo en 28 años y el mayor corte repentino de la producción en la historia, sino también por la amenaza de Irán contra aquello que Franklin Roosevelt, uno de sus predecesores, creía que formaba parte del patrimonio norteamericano: las reservas de crudo sauditas. ¿Un correlato de la guerra de Yemen o una represalia del régimen de los ayatolás? Esa es la cuestión. Hubo una fecha clave: el 8 de agosto. No el de 1974, cuando por única vez renunció un presidente de EEUU, Richard Nixon, sino el de 1944, antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Ese día, el 8 de agosto de 1944, tres décadas antes de la consumación del caso Watergate, Roosevelt y Winston Churchill se repartieron las reservas de petróleo de Medio Oriente. Le iba a decir el mandatario norteamericano al embajador británico: "El persa (iraní)… es suyo. Compartiremos el petróleo de Irak y de Kuwait. El de Arabia Saudita es nuestro". El acuerdo angloamericano falló, pero, 75 años después, pasó a ser una suerte de profecía. En Yemen, una coalición de países de mayoría sunita liderada por Arabia Saudita, aliado de Estados Unidos, pelea desde 2015 contra los huthis, chiitas apoyados por Irán. La vida de más de 22 millones de personas malnutridas y obligadas a desplazarse, con niños reclutados por las facciones en pugna, vale menos que el petróleo. Del desenlace de la guerra depende tanto el poder de la monarquía saudita, regida por el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, impune tras el crimen del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita de Estambul, como el destino del dictador sirio Bashar al Assad; el del Hezbollah libanés; el de Hamas, patrón de la Franja de Gaza, y el de las milicias chiitas de Yemen e Irak, patrocinados por Irán. Poco cuenta la religión. Una gran excusa. Está en juego el liderazgo regional en un nuevo escenario tras la retirada unilateral de Estados Unidos del pacto nuclear con Irán, firmado en 2015 por ambos gobiernos, el Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania. La decisión de Trump, en línea con Arabia Saudita e Israel, provocó el colapso de la economía iraní como consecuencia de las sanciones impuestas por Estados Unidos, agravado, a su vez, por las restricciones para el envío de crudo a China e India y por el desconcierto de las empresas europeas que invirtieron en su territorio. EEUU reforzó su presencia militar en el estrecho de Ormuz, así como el Reino Unido en Gibraltar, en medio de actos de sabotaje, barcos retenidos, drones derribados y un confuso concierto de acusaciones mutuas. Los ataques contra las refinerías de Aramco llevaron a Trump a liberar por cuarta vez en la historia las reservas norteamericanas de petróleo para evitar una crisis mundial. La abrupta interrupción superó la pérdida de la producción de 1979, cuando estalló la revolución islámica en Irán, y la de otro día de agosto. Arabia Saudita, el mayor importador mundial de armas, se ve en un aprieto. Los sistemas de defensa que le compró a Estados Unidos resultaron inútiles frente al escuadrón de drones por el cual, en sintonía con Trump, acusa a Irán de haber patrocinado el ataque. El primero de esa magnitud contra una empresa. La petrolera más rentable del planeta, curiosamente, ganó con la suba del precio mientras, en Yemen, continúa la guerra. Una guerra por delegación que, según la ONU, causa la peor crisis humanitaria del planeta. Nada urgente: la vida vale menos que el barril.

(*) Periodista, dirige el portal de actualidad y análisis internacional El Ínterin, es conductor en Radio Continental y en la Televisión Pública Argentina.

 

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