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¿Hacia un cambio del paradigma económico?

Miércoles, 04 de septiembre de 2019 00:00
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El fin del "laissez-faire" (dejar hacer) Hace casi 100 años, en 1924, John M. Keynes dictó una conferencia en Oxford (Reino Unido) donde señalaba el agotamiento de la doctrina del "laissez-faire" que postulaba que el estado debía permanecer pasivo ante los vaivenes de la economía porque completando la frase- "le monde va de lui meme", esto es, el mundo funciona por sí mismo.

Trasladado a los hechos prácticos, la frase, que fue adoptada por los economistas que hoy llamamos libertarios, plantea que la intervención del estado en la economía siempre es perjudicial porque incorpora conductas no basadas en la eficiencia sino en la política y al menos cuando esa intervención alcanza proporciones muy altas - se producen entonces distorsiones severas, dadas por el déficit fiscal, la inflación y otras patologías.

Por su parte, Keynes planteaba que la posición extrema que sostenían los partidarios del "laissez-faire" (casi todos los gobiernos en esa época), que proponía que el estado no debía intervenir en absoluto en la economía, llevaba a crisis cada vez más profundas de las que era difícil y doloroso salir y que se traducían en violentas caídas de la producción, el empleo y el comercio exterior, principalmente.

Keynes proponía entonces que el estado sí debía intervenir de algún modo, aunque por esas épocas no era claro bajo qué términos, si bien la nueva y gigantesca crisis de 1929 y años posteriores convenció a la mayoría de que, sin duda, era imperativo "hacer algo".

Finalmente, Keynes maduró sus ideas, y en su Teoría General de 1936 propuso, por una parte, un nuevo paradigma que explicaba por qué se producían las crisis y en qué estaba fallada o incompleta la teoría económica vigente, a la vez que también sugirió algunos cursos de acción para salir de esas crisis junto a otros, menos tenidos en cuenta, para evitar que las crisis se presenten- acciones que incluían "enterrar botellas con dinero para que otros las desentierren y lo gasten", para horror de los economistas ortodoxos que veían en estas palabras un desatino y una invitación para "hacer nada y cobrar", olvidándose de leer la frase completa, que agregaba: "si la sabiduría convencional de nuestros economistas clásicos no encuentra una solución mejor que podría ser construir viviendas o caminos".

Aunque las ideas de Keynes se impusieron y posibilitaron, luego de la II Guerra Mundial, una larga etapa de crecimiento sin crisis y con pleno empleo, la inflación de los sesenta y setenta de Siglo XX encontró a los economistas "keynesianos" sin libreto y a Keynes hacía largo tiempo fallecido para proporcionar nuevas respuestas, las que en cambio vinieron de la mano de la antigua ortodoxia, ahora resucitada y envalentonada.

La "venganza" de la ortodoxia

La nueva ortodoxia económica desempolvó el paradigma clásico de no intervención y, en los aspectos teóricos, enfatizó la idea de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario originado en el financiamiento del déficit fiscal, el cual, "gracias a las ideas de Keynes" se había hecho muy alto, motivado por un gasto público que había pasado de aproximadamente el 10% a casi el 50% del PBI, provocando explicablemente severas distorsiones en la economía, lo que por otra parte no tenía nada que ver con Keynes que nunca propuso semejante desfasaje.

Se inauguró entonces una etapa de desmantelamiento de los controles estatales, particularmente en el área financiera, lo que habilitó para el desarrollo de nuevos instrumentos que permitieron que el consumo se mantuviera, ante un fenómeno también nuevo que era el agrietamiento en los estándares de vida que separaban a la sociedad en pocos grupos de altos ingresos y otros más numerosos de ingresos medios y bajos, en comparación a los años anteriores de una amplia concentración de toda la población en torno al ingreso promedio. Sin embargo, la contracara de ese relajamiento fue el llevar a los extremos la audacia financiera, lo que finalmente generó la enorme crisis de las "sub-prime" en 2008, y ante la falta de respuestas del nuevo estado "desmantelado", se produjo nuevamente una colosal crisis mundial que obligó a muchos economistas y estados a resucitar de apuro a Keynes, para ver qué tenía que decir para poner paños fríos al gigantesco descalabro. Lamentablemente, no obstante, Keynes, muerto en 1946, no tenía, o no todas, las respuestas para esta nueva crisis y el desacomodo económico no se ha resuelto para nada, como se aprecia en Europa y en las actuales disputas entre Estados Unidos y China, por ejemplo y los desacomodos del Euro.

Sin duda, la Economía es una ciencia, y como tal, necesita evolucionar, ni más ni menos que como lo hacen las otras ciencias. Sin embargo, por un lado, los economistas "keynesianos" se "aburguesaron" y no se molestaron en impulsar nuevos nichos de investigación, a la vez que sus oponentes clásicos no encontraron, como se decía, mejor idea que copiar prácticamente sin modificaciones las viejas ideas que Keynes había desacreditado, con lo que las turbulencias de la economía mundial no cuentan hoy con un "corpus" de ideas razonablemente desprovistas de prejuicios y, en cambio, sí imbuidas del imperativo rigor científico que se aprecia dramáticamente ausente en muchas áreas de investigación en Economía, como el propio fenómeno de la inflación o la distribución y redistribución del ingreso.

La economía en la Argentina

La economía argentina a partir de la Organización Nacional se guió por los cánones internacionales, si bien con importantes matices “keynesianos” aplicados especialmente en las presidencias radicales, pese a que las ideas de Keynes aún no eran conocidas ni incluso todas ellas descubiertas por el propio autor de la Teoría General.
Sin embargo, a partir de la gran crisis de 1929 y al margen de otras oportunas innovaciones “keynesianas” practicadas en la década de los treinta del siglo pasado por Pinedo y Prebisch, esta crisis se interpretó e intentó resolver con la visión fascista de las economías de Italia y Alemania, y la Argentina se impregnó de un fuerte rechazo del liberalismo económico bajo el nuevo comando del “populismo”, fuera en la versión “pura” de los “laissez-faireanos” o de las formas keynesianas que fueron adoptando paulatinamente todas las economías en general.
A su turno, aquellos liberales de “paladar negro”, en oportunidad de ejercer los gobiernos, se volvieron autoritarios en lo político a la vez que en lo económico repetían las viejas recetas que Keynes había descartado por obsoletas y anacrónicas, principalmente con respecto a la inflación y el papel excluyente que se le asignaba al dinero en su explicación.
Se forjaron así las dos “banquinas” de las que largamente se han ocupados varias notas de este columnista, sin que ninguna de ellas se esforzara por comprender la verdadera naturaleza de la inflación, que no es sólo el dinero y el déficit fiscal sino además la exagerada cerrazón de la industria que se creó forzadamente y además, focalizada en las áreas de mayor desarrollo, potenciando así las asimetrías de la Argentina.
 Se impone entonces instalar en nuestro propio país el debate de un necesario análisis de las causas profundas de la inflación y otros temas irresueltos en Economía, superando “grietas”, “banquinas” y otras trincheras que, como tales, sólo han servido para profundizar diferencias en vez de procurar puentes de entendimiento en favor de los intereses de las personas y de la Nación.
 

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