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La crisis también afectó a Firulais y su banda de “rompebolsas”

Una jauría se reunía todos los días al pie del cerro San José, en Cerrillos, para salir a merodear y hacerse de las bolsas de residuos. 
Sabado, 07 de septiembre de 2019 08:08

Firulais y la banda de los “rompebolsas” escribieron todo un capítulo en la historia del “barrido y la limpieza” de la localidad de Cerrillos. 
Cada amanecer, cerca de las 7, detrás del hospital Santa Teresita y al pie del cerro San José, Firulais solía reunir a una decena de perros vagabundos, de orígenes muy diversos. En ciertas ocasiones, la convocatoria alcanzaba a una veintena de canes que llegaban desde los cuatro puntos cardinales, algunos desde Villa Sivero, otros del cementerio, Santa Rosa, 42 Viviendas, de la zona centro y hasta desde Villa Los Tarcos Oeste. 
En primer lugar -según relatos de la época- hacían una verdadera tarea de “inteligencia” en los barrios aledaños, para detectar y luego atacar las bolsas de residuos, y hacerse así de un suculento botín. 

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Firulais y la banda de los “rompebolsas” escribieron todo un capítulo en la historia del “barrido y la limpieza” de la localidad de Cerrillos. 
Cada amanecer, cerca de las 7, detrás del hospital Santa Teresita y al pie del cerro San José, Firulais solía reunir a una decena de perros vagabundos, de orígenes muy diversos. En ciertas ocasiones, la convocatoria alcanzaba a una veintena de canes que llegaban desde los cuatro puntos cardinales, algunos desde Villa Sivero, otros del cementerio, Santa Rosa, 42 Viviendas, de la zona centro y hasta desde Villa Los Tarcos Oeste. 
En primer lugar -según relatos de la época- hacían una verdadera tarea de “inteligencia” en los barrios aledaños, para detectar y luego atacar las bolsas de residuos, y hacerse así de un suculento botín. 

La banda se hizo muy conocida, especialmente en los barrios El Molino y San José, cerca de la zona donde Firulais y los suyos tenían la guarida. 

Algunos de los miembros de la jauría tenían nombre o bien respondían a un alias, según contaron los vecinos. Entre los canes habitué se encontraban Santillán, Brian, los hermanos Keko y kako, Mataco, Wanda, Peteco, Huesos, Brenda, Coraje, Canuto y Chocolate Baley, entre otros.
Más allá de lo anecdótico, la situación se tornó durante algún tiempo “harto” preocupante, ya que en innumerables oportunidades las veredas quedaban sembradas de pañales usados, chalas de humitas, ploschones de yerba y otros desperdicios, tras el ataque certero de la banda de los rompebolsas. Las reacciones no se hacían esperar y el accionar desenfadado de los caschis arrancaba más de un alarido a los vecinos y vecinas, en los amaneceres pueblerinos del Valle de Lerma.  


Un dato curioso: lejos de saborear el botín “in situ”, la jauría transportaba los manjares a un sitio oculto entre los cerros, aún no localizado fehacientemente, donde se daban el festín.

Pero la crisis económica que por estos días golpea de lleno a los argentinos, también alcanzó a la banda de Firulais. En las bolsas de residuos rara vez aparece un trozo de pan y mucho menos los restos del asadito dominguero. Lejos quedaron las costillas, el caracú, las tiritas de grasa o los espaguetis que los chicos no querían comer y que iban a parar al tacho. Y así fue escaseando la comida, por lo que Firulais y los suyos comenzaron a retirarse de los lugares que solían frecuentar, para adentrarse en la serranía en busca de bichitos silvestres, como lo hacían sus ancestros. Se sabe que algunas mascoteras cerrillanas les hacen llegar alimento balanceado para que aliviar, en parte, el duro trance. Por el momento, las magras bolsas de residuos parecen estar seguras.   

“Firualis nada tenía que ver”

Fotografía tomada por un vecino: Firulais y los rompebolsas

Entre los habitantes del lugar, están los que aún hoy sostienen que la banda de Firulais nada tenía que ver con los ataques a las bolsas de residuos. Aseguran, que los atracos eran protagonizados por perros mucho más coquetos pero “muy mal enseñados”, del propio vecindario de El Molino. 
“La banda de Firulais no se cruzaba jamás al barrio o al menos nunca los vi. Se reunían enfrente, al pie del cerro y miraban atentamente para estos lados, pero no avanzaban y no se mezclan con los perros de por aquí. Estoy segura que no son los que rompían las bolsas. Siguen siendo perritos muy tranquilos, que más bien parecen custodios del lugar, porque uno los ve ahí, pero en determinado momento desaparecen entre los cerros San José y San Miguel. Es todo un misterio”, contó una vecina.
 

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