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La soberanía se defiende con trabajo y sin grietas

Domingo, 22 de noviembre de 2020 02:14

El presidente Alberto Fernández dijo, al conmemorar el combate de la Vuelta de Obligado, que "parecemos condenados a vivir de la producción primaria". Hizo así referencia a la idea de "soberanía", un valor que se celebra en esa fecha histórica, describiendo al "libre comercio" como una forma de sometimiento.

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El presidente Alberto Fernández dijo, al conmemorar el combate de la Vuelta de Obligado, que "parecemos condenados a vivir de la producción primaria". Hizo así referencia a la idea de "soberanía", un valor que se celebra en esa fecha histórica, describiendo al "libre comercio" como una forma de sometimiento.

Tal interpretación de la soberanía contrasta con la idea de "federalismo", porque si bien lo que ocurrió el 20 de noviembre de 1845 fue que el gobierno porteño de Juan Manuel de Rosas reafirmó los derechos argentinos y frenó el ingreso compulsivo de buques extranjeros en nuestros ríos, nada permite asegurar que la centralización de la Aduana y del grueso de la recaudación en la metrópoli haya sido un instrumento favorable para el desarrollo armónico de nuestra economía en todo el territorio. Justamente, la expresión proviene del mismo mandatario que no ahorra críticas al contraste entre la supuesta "opulencia" de Buenos Aires y la postergación del interior del país.

Al mismo tiempo, en su discurso, Fernández olvidó que el libre comercio fue un móvil vigoroso de la Revolución de Mayo y de sus próceres. Entre los defensores del libre comercio se contaba José Gervasio de Artigas, evocado en estos días con un disparatado proyecto de ultraprimarización y precarización de la economía impulsado por el activista Juan Grabois y celebrado por el presidente. A la política, a veces, le viene bien manipular la historia; a las naciones, las destruye.

Ninguna Nación libre y soberana está condenada a nada, porque la autodeterminación depende de la voluntad colectiva y de gobernantes que actúen con conciencia de Patria y de Justicia Social, valores en los que comulgaron nuestros líderes democráticos. El país no está condenado tampoco al éxito, como prometía hace veinte años el expresidente Eduardo Duhalde.

El libre comercio es una realidad económica mundial frente a la cual cada Estado debe actuar de acuerdo con sus intereses. Es cierto que la globalización de la economía viene alterando la vida de los pueblos y, como reacción, estimula el surgimiento de líderes reaccionarios de derecha e izquierda, que no construyen sistemas productivos innovadores, pero que aprovechan las crisis para dividir a los pueblos, ganar elecciones y profundizar las grietas.

La soberanía, vale insistir, se defiende preservando los intereses de la Nación.

El país no saldrá adelante cerrando su economía, comprometiendo la actividad en las provincias y, mucho menos, destruyendo aquellas actividades, como la producción rural, donde exhibe ventajas competitivas y comparativas que son la estructura de hormigón de cualquier desarrollo y modernización.

Los ataques al sector agropecuario como culpable de los males argentinos desconocen la naturaleza de esa actividad. En primer lugar, ignoran el efecto multiplicador del desarrollo agropecuario para la creación de empleo directo e indirecto, y para el progresivo acceso a la población de todo el territorio a servicios de agua, energía, conexión digital, salud y educación. Tampoco se tiene en cuenta el impulso que la actividad rural brinda a la industria metalmecánica, ni los enormes avances en la generación de biotecnología argentina gracias al INTA, el Conicet y otros espacios públicos y privados de investigación.

La producción de lácteos, carnes, cereales y oleaginosas no puede ser considerada hoy producción primaria; esto es tan cierto como que el país debe dar un viraje rotundo orientando el sistema educativo y el productivo a la innovación tecnoló gica.

Además, debe planificar sus propios sistemas de producción y comercialización, observar los compromisos internacionales en materia ambiental y tratar de restablecer alianzas regionales, como el alicaído Mercosur, una coalición demasiado condicionada por los vaivenes ideo lógicos de sus gobiernos.

Hay algo que sí puede amarrarnos a un atraso cada vez más destructivo, que es la combinación de inseguridad jurídica, inestabilidad política y una agobiante presión impositiva, nacida de la provisoriedad y la estrechez de miras que caracterizan a casi todas las políticas de gobierno a lo largo de casi cinco décadas.

Ese es el verdadero punto de partida para el desarrollo humano, que solo se alcanzará con decisión patriótica y sin grietas estériles.

 

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