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Diez campanazos eternos

Martes, 01 de diciembre de 2020 02:12

El boxeo es un deporte de nobles y, a ese espíritu, Diego Maradona lo sentía, y lo traducía como "propio de guerreros, de luchadores dentro y fuera del ring, un desafío a la vida". Por eso amó el deporte de los puños desde siempre, porque la peleó desde que nació en un barrio humilde de Villa Fiorito, como son los barrios desde donde surgen los boxeadores que llegan a la gloria.

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El boxeo es un deporte de nobles y, a ese espíritu, Diego Maradona lo sentía, y lo traducía como "propio de guerreros, de luchadores dentro y fuera del ring, un desafío a la vida". Por eso amó el deporte de los puños desde siempre, porque la peleó desde que nació en un barrio humilde de Villa Fiorito, como son los barrios desde donde surgen los boxeadores que llegan a la gloria.

Sentía respeto y admiración por los púgiles estilistas y guerreros, compartían su historia: el sueño de ser grandes peleándola desde abajo.

Maradona admiró y veneró a los grandes pugilistas y se bajó a "mosca" para que "Falucho" Laciar en 1996 se luciera en un cuadrilátero de Villa Carlos Paz. En esa exhibición, cuando sonó el campanazo final ahí también subió una pelota, haciendo jueguitos para el ring side, ganándose a todos por knock out, como siempre: único e irrepetible hasta el campanazo final.

 

"Soy el más grande decía Muhammaad Alí". También lo decía Marvin Hagler hasta que llegó el diez y con la mano de Dios conectó el gol como un lanzamiento del mismísimo Carlos Monzón.

Para Diego todo tenía una razón de ser. Cuando murió Alí lamentó su partida porque recordó la admiración que su padre tenía por él. "Fue el único hombre que me hizo ver llorar a mi papá cuando lo conoció", dijo.

Y vos Diego: ¿a cuántos hiciste llorar?

No se perdía la pelea de ningún argentino y se las hacía grabar y mandar a Italia cuando la rompía en el Nápoles. Admiraba a Gustavo Ballas, que había sido lavacopas y vendedor ambulante y quien fuera el primer boxeador argentino en conseguir el título mundial invicto; también idolatraba a Uby Sacco, un campeón welter poco conocido hoy a nivel popular que nació boxeador, como Diego futbolista, los dos rebeldes. Diego le dedicó un gol jugando para Boca.

La vida del Diego fue como la de un supercampeón invicto: estaba rodeado de gente pero también a veces se quedaba solo; solo como ese momento en el que el monarca pierde su corona mundialista, el camarín lo deja en un silencio escandaloso y la vida lo abandona por unos instantes.

En diversas oportunidades le contaron hasta ocho, siempre se levantó, nunca tiró la toalla.

A Carlos Monzón lo definió como "el más grande del boxeo argentino". En la década del 80, al Diego le sacaron una foto con "Escopeta" pero el boxeador no sabía aún que ese joven futbolista iba a ser el más grande de la historia del fútbol. En la foto aparecen serios y apáticos; más adelante se sacarían otras para alquilar balcones.

Cuando el 25 de noviembre L'Equipe le dedicó "Dios está muerto", las leyendas vivientes del pugilato también le escribieron a Maradona, lo denominaron "un amigo", porque generaba eso, se relacionaba con decenas de personas y famosos que con solo tocarlo o escucharlo por unos instantes ya se sentían sus amigos de siempre, porque era el rey de todos. Espectador y apasionado indiscutido del box. Tyson lo definió como "uno de sus héroes", el emblema mexicano Julio César Chávez se lo imaginó "gambeteando con Dios", Látigo Coggi lo describió como "un apasionado de la vida". Con Coggi compartió su historia y su época de oro; el que cuando empezó viajaba a dedo y se hizo glorioso en Italia cuando ganó ante Patrizio Oliva en el 87. "El dios y el látigo" estuvieron juntos en uno que otro camarín transpirando la gloria.

La pasión del astro argentino por las narices chatas quizá se encuadra en la definición de Carol Oates en su peculiar libro "Del boxeo": "no hay boxeador que actúe como un hombre "normal" cuando está en el ring, y no hay combinación de golpes que sea "natural". Todo es estilo", describe la novelista.

Él lo hacía con el fútbol convirtiendo la cancha en un escenario extraordinario, con estilo supremo, increíble, recreándose como un gladiador inigualable.

Muchos autores reconocidos de la literatura le dedicaron largos pasajes al boxeo como Ernest Hemingway o Norman Mailer; a ello se les sumó "El Diego" (con el corazón y con sus frases inolvidables), porque siempre encontró un momento en su vida para venerar el deporte de los puños. Cuando hizo su presentación oficial como entrenador de Gimnasia de La Plata le preguntaron con qué boxeador compararía a su equipo y no dudó: con Gustavo Ballas. Y argumentó: "Porque es jodido en cualquier parte del mundo".

Su vida era como un combate de boxeo, una historia impredecible, una en la que cualquier cosa puede suceder y en cuestión de segundos.

Como dice Oates "el aficionado al boxeo no tiene, en realidad, respuesta. Sólo puede hablar de boxeo con quienes sean como él", y Maradona era como ese amateur enamorado de su sueño por la gloria, desde sus orígenes, desde que don Diego y doña Tota hicieron el milagro de traerlo a este mundo.

Las diez campanadas ensordecen cada rincón del planeta donde el Diego estuvo con su magia, en un relato que quedará marcado para siempre como una velada de campeonato inigualable, cuando le peleó a la vida, a la camiseta y en cada abrazo de gol. Cada campanazo es el latido del corazón de los argentinos que lo abrazan en el rincón de los grandes como un verdadero campeón mundial, el mejor de todos los tiempos.

 

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