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La educación y la pandemia

Jueves, 10 de diciembre de 2020 00:00

Tres rasgos de la educación básica argentina se destacan en este siglo. Uno, positivo, es el aumento significativo de la escolarización, en especial en el nivel inicial y en la secundaria. Los rasgos negativos fueron el deterioro de la calidad de los aprendizajes, que llevó a la Argentina desde el liderazgo en Latinoamérica a caer a entre el cuarto y el octavo lugar en las pruebas internacionales y, por otro lado, la creciente segregación escolar según el nivel socioeconómico de los estudiantes y sus familias. Por cierto, hay excepciones de escuelas muy buenas que atienden poblaciones vulnerables. Un tercer rasgo negativo, de vieja data, es el incumplimiento del artículo 30 de la ley de educación nacional de 2006, que manda que la enseñanza media habilite para el trabajo, algo que está lejos de ocurrir. La pandemia como factor principal y la política pública como factor coadyuvante, han agravado así las carencias de la educación básica en la Argentina, dada la nula escolarización presencial, la muy desigual escolarización virtual, los menores aprendizajes y la mayor segregación de facto. Muchos chicos no han accedido a la educación; los aprendizajes efectivos de los alumnos de mejor desempeño alcanzan frecuentemente a sólo un 50% de lo programado y, en fin, la segregación se acentúa por el muy escaso acceso a la conectividad o a los dispositivos de las familias más necesitadas, no necesariamente pobres, de donde provienen cerca de la mitad de los estudiantes. Pese a existir una razonable oferta de contenidos educativos por radio y TV, no se atinó a usar sistemáticamente estos medios para los chicos sin conectividad o dispositivos, reduciendo así el riesgo de perder por completo un año de aprendizajes. La Argentina de hoy necesita una epopeya educativa similar a la de fines del siglo XIX, liderada, cada uno a su modo, por Sarmiento, Estrada y otros. Esta cuestión es la clave para el logro simultáneo de una economía y una sociedad más productiva y más inclusiva . La agenda es clara, pero la política no la hace suya y, cabe decirlo, la sociedad no la reclama con énfasis suficiente.

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Tres rasgos de la educación básica argentina se destacan en este siglo. Uno, positivo, es el aumento significativo de la escolarización, en especial en el nivel inicial y en la secundaria. Los rasgos negativos fueron el deterioro de la calidad de los aprendizajes, que llevó a la Argentina desde el liderazgo en Latinoamérica a caer a entre el cuarto y el octavo lugar en las pruebas internacionales y, por otro lado, la creciente segregación escolar según el nivel socioeconómico de los estudiantes y sus familias. Por cierto, hay excepciones de escuelas muy buenas que atienden poblaciones vulnerables. Un tercer rasgo negativo, de vieja data, es el incumplimiento del artículo 30 de la ley de educación nacional de 2006, que manda que la enseñanza media habilite para el trabajo, algo que está lejos de ocurrir. La pandemia como factor principal y la política pública como factor coadyuvante, han agravado así las carencias de la educación básica en la Argentina, dada la nula escolarización presencial, la muy desigual escolarización virtual, los menores aprendizajes y la mayor segregación de facto. Muchos chicos no han accedido a la educación; los aprendizajes efectivos de los alumnos de mejor desempeño alcanzan frecuentemente a sólo un 50% de lo programado y, en fin, la segregación se acentúa por el muy escaso acceso a la conectividad o a los dispositivos de las familias más necesitadas, no necesariamente pobres, de donde provienen cerca de la mitad de los estudiantes. Pese a existir una razonable oferta de contenidos educativos por radio y TV, no se atinó a usar sistemáticamente estos medios para los chicos sin conectividad o dispositivos, reduciendo así el riesgo de perder por completo un año de aprendizajes. La Argentina de hoy necesita una epopeya educativa similar a la de fines del siglo XIX, liderada, cada uno a su modo, por Sarmiento, Estrada y otros. Esta cuestión es la clave para el logro simultáneo de una economía y una sociedad más productiva y más inclusiva . La agenda es clara, pero la política no la hace suya y, cabe decirlo, la sociedad no la reclama con énfasis suficiente.

 

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