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Mucha indefinición y liderazgo ausente

Domingo, 27 de diciembre de 2020 00:00

En 2019, después de las elecciones primarias del mes de agosto, Argentina caminó durante un período al borde del vacío de poder. La presidencia de Mauricio Macri quedó prendida con alfileres después de esa derrota virtual (en los papeles, aquella elección no definía nada y sin embargo succionó la energía inercial que sostenía al gobierno de Cambiemos cuando aún había por delante cuatro largos meses hasta los comicios "de verdad").

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En 2019, después de las elecciones primarias del mes de agosto, Argentina caminó durante un período al borde del vacío de poder. La presidencia de Mauricio Macri quedó prendida con alfileres después de esa derrota virtual (en los papeles, aquella elección no definía nada y sin embargo succionó la energía inercial que sostenía al gobierno de Cambiemos cuando aún había por delante cuatro largos meses hasta los comicios "de verdad").

Los mercados reaccionaron como era previsible: el resultado electoral empeoró lo que ya funcionaba mal.

Dando por sentada la hipótesis de que Alberto Fernández era una máscara de Cristina Kirchner, Guillermo Calvo, un eminente académico bien visto por el establishment económico, consideraba que "Si sube Cristina, ella puede mirar para atrás y decir "miren el lío que nos dejó este hombre (Macri) y ahora yo tengo que hacer el ajuste que él debió haber hecho y que no hizo'. De repente es lo mejor que le puede pasar al país, curiosamente (...) porque se va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo".

Podría ser: el peronismo tiene en su memoria colectiva un sentido de disciplina y unidad que le permite darse períodos de paciencia estratégica, rasgos que escasean, en cambio, en fuerzas políticas más asentadas en el individualismo librepensador.

Más allá de esas hipótesis, la perspectiva de un nuevo Gobierno asentado sobre el peronismo hacía conjeturar un período de autoridad firme. Un año después, este diciembre vuelve, sin embargo, a mostrar a una Argentina que camina por los bordes y a un Gobierno -el que reemplazó a Macri doce meses atrás- que no consigue ejercer la autoridad que por su pedigree se le imaginaba.

El candidato que prometía un gobierno "del Presidente y 24 gobernadores", una expresión que presagiaba ejecutividad y cooperación más allá de las identidades partidarias ("24 gobernadores" incluye a todos, no solo a los de filiación oficialista), no ha conseguido cumplir ese compromiso.

Quien se defendía de las interpretaciones que lo pintaban como una pieza manejada por su vicepresidenta diciendo que era él quien "maneja la lapicera", en ocasiones decisivas se quedó sin tinta, navegando con rumbo incierto, opinando con voluntarismo y retrocediendo con precipitación, más preocupado por componer equilibrios internos que por ejercer el mando que le otorgaron las urnas.

Anomia y desorden

El siempre tenue tejido institucional de la Argentina tiene como eje indispensable la autoridad presidencial: éste es un país altamente presidencialista y el peronismo es una expresión de esa característica.

La disipación de la figura presidencial no puede sino traducirse como anomia y desorden creciente.

El país había atravesado antes varias situaciones fronterizas con lo que Eduardo Duhalde describió como "signos de anarquía". La revuelta de la policía bonaerense, con el asedio a las residencias del gobernador de la provincia y del Presidente de la república, fue una de ellas. Frente a la residencia de Olivos los retobados rechazaron la invitación a parlamentar formulada por tres altos funcionarios enviados por el Presidente.

El principio de autoridad fue claramente vulnerado, la provincia solucionó la protesta cediendo ante los huelguistas y renunciando a aplicar sanciones.

Otro hecho significativo fue el intento de expropiación de la empresa Vicentín. El anuncio del plan de expropiación rebotó negativamente tanto en los círculos económicos como en la opinión pública y disparó una movilización del campo y de los sectores sociales vecinos a la planta principal de la empresa que por momentos pareció el preámbulo de una puja como la de la Resolución 125.

El Gobierno nacional, que actuó sin información suficiente, empujado por ocurrencias de sus sectores más radicales y sin consultar al gobernador santafesino, se vió obligado a retroceder, dejando en el camino otros jirones de autoridad.

Alberto y el FMI

Hubo momentos, durante el año, en que el Presidente pareció consolidarse. Cumplió algunos de sus objetivos -el arreglo con los bonistas en la renegociación con la deuda privada, el tejido con las autoridades del FMI para negociar un acuerdo con la entidad- y tuvo desde marzo que afrontar el gran desafío de la pandemia.

Irónicamente, ese desafío lo ayudó en primera instancia a fortalecerse.

Fue una oportunidad para exhibir autoridad, visión y misión en un tema que interpeló a toda la Argentina, por encima de las divisiones políticas.

Durante un largo trecho, Fernández desarrolló su estrategia en cooperación ostensible con el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y en ese tiempo la figura de ambos creció en la estimación de la opinión pública. Pero ese vínculo prometedor, tensado desde los extremos, no resistió indemne demasiado porque el Presidente atendió prioritariamente las demandas de su heterogéneo frente interno.

El sindicalismo y un amplio espectro del peronismo quisieron estimular al Presidente para que ejerciera su mando y así en octubre organizaron un acto en la CGT para celebrar el Día de la Lealtad y anunciaron su voluntad de ofrecerle al Presidente la titularidad del Partido Justicialista.

¿No es suficiente con la presidencia de la Nación?

Apenas diez días más tarde, la señora de Kirchner dio su respuesta a esa pregunta: “Después de haber desempeñado la primera magistratura durante dos períodos consecutivos y de haber acompañado a Néstor durante los 4 años y medio de su presidencia, si algo tengo claro es que el sistema de decisión en el Poder Ejecutivo hace imposible que no sea el Presidente el que tome las decisiones de gobierno. Es el que saca, pone o mantiene funcionarios. Es el que fija las políticas públicas”.

 Lo hizo en una carta en la que quiso aventar la idea de un presidente dependiente de ella y en la que, además, formuló su acuerdo con un programa de ampliación de las bases de sustentación del poder, que permita afrontar los desafíos de la “economía bimonetaria” del país. 

 El Presidente ha empujado al centro del tablero a su ministro de economía. Martín Guzmán da señales interesantes. El titular del Palacio de Hacienda ha impuesto su criterio sobre el Banco Central y lo ha hecho, hasta aquí, con éxito: ha conseguido reducir sensiblemente la brecha entre el dólar oficial y el paralelo. En una reunión de banqueros centrales, Guzmán expuso sus reparos a un exceso de la emisión de pesos; sostuvo que “la expansión de la liquidez se puede canalizar en parte a la demanda por moneda extranjera y genera presiones cambiarias”. Es decir: suba del dólar y presión sobre los precios. 

Guzmán es la bisagra más aceitada del gobierno de Fernández con el sistema internacional. Es el nexo con la directora del FMI, Krystalina Georgieva. El vínculo con el mundo es indispensable y hoy luce prometedor: el consumo chino vuelve a empujar arriba el precio de nuestras exportaciones principales y hay capitales disponibles si el país pone sus cuentas (y su autoridad) en orden.

 El ministro se ha reunido asimismo con los influyentes líderes empresarios de AEA, la Asociación Empresaria Argentina. Un año atrás, lo había hecho el propio Fernández, pero ahora le dejó la tarea a Guzmán. El ministro le adelantó a la AEA que sus previsiones de déficit fiscal son menores al 4 % (el presupuesto previó 4,5 %), lo que es una aproximación a lo que se conjetura que propondrá el Fondo (una cifra más próxima al 3 que al 3,5%). De todo esto se desprende un camino de creciente austeridad fiscal: no habrá cuarta etapa del Ingreso Familiar de Emergencia (o, en todo caso, se reducirá el número de beneficiarios), se iniciará un proceso de sinceramiento de tarifas de servicios (es decir, una disminución de los subsidios), las jubilaciones no se actualizarán siguiendo la inflación. Un camino bueno.

 Los empresarios comprenden que el ministro es un alfil del Presidente y lo visualizan como el costado más receptivo del gobierno. Imaginan que su fortalecimiento puede inducir una mirada más amigable y realista sobre el mundo de los negocios que la que observan (o temen) en otros rincones de la coalición de gobierno.

Pero si el rol de Guzmán aparece como auspicioso, su protagonismo evidencia la baja visibilidad presidencial. Una baja visibilidad que no sintoniza con el hiperpresidencialismo argentino.

Por eso, a días de cumplirse el primer año de gestión, el gobierno de Fernández araña apenas un aprobado porque, como dijo un funcionario (en referencia al velorio de Maradona, pero puede generalizarse) “pudo haber sido peor”. En cualquier caso, todavía falta completar la prueba de diciembre. Y siempre queda marzo como última chance.

  

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