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El psicoanalista Sigmund Freud no fue el primero en investigar profundamente la negación, el mecanismo de defensa por excelencia. Pero sí fue el primero en relacionarlo a un proceso plenamente inconsciente, automático. La clave de ese proceso mental es no aceptar la evidencia y fabricar en nuestras cabezas otra realidad no tan dura, no tan difícil.
La evidencia de que una desconocida neumonía viral se estaba propagando ya existía para fines de diciembre en la ciudad china de Wuhan, pero el Partido Comunista Chino decidió proceder como le es más familiar: negar, silenciar, censurar. Conocemos la historia del médico Li Wenliang que en diciembre del año pasado advirtió sobre la situación. Fue obligado a firmar una retractación y después murió del mismo virus que el había descripto.
Las autoridades chinas quisieron creer que era otro brote de una enfermedad que se transmitía exclusivamente de animales a personas, lo que la hacía mucho más controlable. Y mantuvieron esa mentira por casi un mes. Cuando ya miles se habían contagiado decidieron tomar medidas a partir de la última semana de enero. Tarde. Esas medidas brutales con la población comenzaron a filtrarse a través de videos en las redes sociales (el régimen chino es el mejor bloqueando lo que entra a su país, pero no tan bueno con lo que sale vía internet).
El PCC tolera el tráfico de animales salvajes y a los mercados que los venden por un motivo concreto: no quiere conflictos innecesarios con su población. Los dos brotes anteriores, de gripe aviar y de SARS, logró controlarlos con relativa facilidad comparados con el Covid-19, por eso, aún cuando en esas ocasiones también suspendió el tráfico y venta de animales salvajes, en ambos casos levantó la suspensión.
China está rodeada de conflictos. La política de contención de Occidente nunca cambió, ni siquiera cuando el país abrazó su actual dirigismo capitalista a partir de 1978. Taiwán, Tibet, Hong Kong, mar de China, frontera con Vietnam y, sobre todo, los kurdos en el norte son algunos de los problemas a los que se enfrenta el coloso asiático. Por eso, y porque le cuesta controlar las migraciones internas y tensiones de todo tipo que genera su crecimiento tan rápido, es que no ve a la interacción de su población con animales salvajes como algo tan grave. Y acá estamos.
Del otro lado del planeta se hicieron los cálculos más infantiles. Desde el fin de su guerra civil en el siglo XIX para Estados Unidos la clave de su economía es su mercado interno, todo el resto es anexo y viene después. Entonces si la máquina exportadora china se detenía, eso podía significar que varias empresas manufactureras volviesen a territorio americano. Tal vez se podría cumplir la promesa de campaña en 2016 de Donald Trump de que el Iphone se volviese a producir en Estados Unidos. Sin mover un dedo, este era un golpe fulminante en medio de la guerra comercial: China se había hecho el gol en contra solita.
No se quería ver el alcance que podía llegar a tener un virus totalmente nuevo para una humanidad con cero inmunidad a él. Mientras el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Ghrebreyesus, se deshacía en elogios a los censores chinos, Trump seguía con su propuesta de recortes presupuestarios al organismo que justamente se ocupa de tema: la CDC (Center for Disease Control and Prevention), y los medios occidentales enfatizaban la baja tasa de mortalidad, soslayando la muy alta tasa de internación (con su urgente necesidad de aumentar la cantidad de camas) que se observa en todos los países que llegó con fuerza el Covid-19.
Quienes rompieron esta monotonía fueron ignorados (como el Imperial College de Londres que tempranamente aseguró que el 60% de la población mundial podría llegar a contagiarse) o directamente silenciados: como las cuentas en Twitter que cometieron el pecado de especializarse en las noticias sobre la neumonía viral.