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21 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Peste y literatura, la ficción y la realidad

Sabado, 21 de marzo de 2020 00:00

Freud decía que los escritores (y los artistas) se adelantan a los científicos y dicen las cosas antes, aunque el misterio del acto creativo permanezca insondable para la ciencia. De ahí la palabra "vate" con la que suele nombrarse a los poetas (de vaticinio y predicción). Siguiendo algunas obras y películas, sobre todo de ciencia ficción, quizá no sea aventurado imaginar que los habitantes del futuro andarán por la vida con máscaras y escafrandras antivirales, aunque esto no sea algo nuevo. De hecho, ya de por sí todo individuo porta consigo, en su cotidianidad, en relación con los otros, sus máscaras subjetivas y sus disfraces diarios, sus identificaciones e imitaciones como protección no contra virus de laboratorios, sino en relación a un gran Otro de la cultura, que al igual que los virus más letales también tiene sus componentes patógenos. Nada más igualitario que lo real, ese punto irreductible al orden simbólico, ese vértice impredecible que como las mutaciones virales puede un buen día irse de las manos y tornarse inmanejables y fuera de control.

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Freud decía que los escritores (y los artistas) se adelantan a los científicos y dicen las cosas antes, aunque el misterio del acto creativo permanezca insondable para la ciencia. De ahí la palabra "vate" con la que suele nombrarse a los poetas (de vaticinio y predicción). Siguiendo algunas obras y películas, sobre todo de ciencia ficción, quizá no sea aventurado imaginar que los habitantes del futuro andarán por la vida con máscaras y escafrandras antivirales, aunque esto no sea algo nuevo. De hecho, ya de por sí todo individuo porta consigo, en su cotidianidad, en relación con los otros, sus máscaras subjetivas y sus disfraces diarios, sus identificaciones e imitaciones como protección no contra virus de laboratorios, sino en relación a un gran Otro de la cultura, que al igual que los virus más letales también tiene sus componentes patógenos. Nada más igualitario que lo real, ese punto irreductible al orden simbólico, ese vértice impredecible que como las mutaciones virales puede un buen día irse de las manos y tornarse inmanejables y fuera de control.

Literatura y peste

Larga es la lista de obras de la literatura que atañen al tema de las pestes, las plagas, los virus. Ya la mitología hablaba de ese flagelo que es la peste. El poeta romano Ovidio (43 a. C al 17 d. C) retoma el tema en un pasaje de su obra "Las metamorfosis". Narra el rapto de la ninfa Egina por parte de Zeus, quien la lleva a la isla de Enone (luego llamada Egina). Hera (Juno para los romanos) enfurecida de celos envió como castigo la devastación sobre la isla de Egina. En la tragedia griega de Sófocles (496 a C al 406 a. C): "Edipo rey", la ciudad de Tebas está invadida por la peste, la enfermedad, se muere el ganado, etc. Edipo consulta al sabio Tiresias, quien le revela que ello sucede porque en Tebas hay un crimen que permanece impune. A partir de entonces Edipo emprende una tarea casi detectivesca para descubrir al autor del crimen y que a la postre resulta ser él mismo, que ha matado en una encrucijada de caminos al rey, a su padre verdadero. Cuando Edipo se arranca los ojos y se va por los caminos, Tebas se libera de los males.

Una recreación de la tragedia griega es la obra "Las moscas", de Jean Paul Sartre (1905-1980): la ciudad de Argos está invadida por las moscas y la peste, los habitantes permanecen encerrados en sus casas en estado de melancolía, solo se asoman para el día de los muertos, la ciudad está oscura, mustia, melancólica; el crimen que permanece impune es la muerte de Agamenón, quien a su regreso de la guerra de Troya fue asesinado en manos de su mujer, Clitemnestra, con la complicidad de su amante Egisto. Recién cuando el joven Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, regresa a Argos y venga la muerte de su padre, matando a su madre y a Egisto, las moscas abandonan Argos y sale de nuevo el sol.

La obra "El Decamerón" (1353), del escritor y humanista italiano Giovanni Bocaccio (1313-1375), se origina a causa del brote de peste que castiga a la ciudad de Florencia. Un grupo de diez amigos (siete mujeres y tres hombres) para protegerse de la peste emigran al campo, a una villa. Para sobrellevar el encierro forzado, cada uno de ellos debe narrar durante diez días seguidos un cuento. Es decir, son en total cien cuentos (algunos de estos, novelas cortas, por lo que se considera este libro como fundacional del género novelesco). Se suceden en las cien historias el amor, la inteligencia y la fortuna. Pero el marco que da lugar a las narraciones y con la que comienza la obra es una descripción de la peste bubónica, la epidemia que castigó a Florencia en 1348.

Más cercano en el tiempo, el escritor alemán Thomas Mann (1875-1955) escribió la célebre novela "La muerte en Venecia" (1912), donde Venecia es asolada por una terrible epidemia de cólera. Los habitantes y turistas abandonan rápidamente la ciudad, salvo el protagonista, el escritor, Gustav von Aschenbach que prefiere permanecer en su hotel, a riesgo de morir, fascinado por la extraordinaria belleza de un joven de nombre Tadzio. Aschenbach muere una tarde en la playa en nombre de su goce incondicional.

No nos olvidemos de esa especie de anticipación del hoy llamado coronavirus, una narración profética sobre las guerras del siglo XXI, aquel cuento o petit nouvelle del gran escritor estadounidense Jack London (1876-1916): "Una invasión sin precedentes" (1910), donde las potencias extranjeras, especialmente los Estados Unidos, en puja comercial con China y ante la imposibilidad de invadirla con armas convencionales (a causa de su enorme demografía), recurre a la guerra través de laboratorios químicos y lanza sobre el país asiático tubos que al principio produjeron la risa y la incredulidad de los habitantes, ya que solo contenían mosquitos, los cuales resultaron a la postre ser portadores de virus letales que diezmaron la población china.

Nadie dejará de recordar la magnífica novela del escritor francés, nacido en Argelia, Albert Camus (1913-1960): "La peste" (1947), un clásico de la literatura existencialista, ambientada en la ciudad argelina de Orán, novela basada en la plaga que sufrió esa ciudad durante 1849, luego de la colonización francesa, donde la población fue diezmada por varias epidemias, aunque la narración fuera situada en la contemporaneidad de Camus. Allí se muestra la solidaridad humana frente a la plaga, la entrega heroica de los médicos y enfermeras y también las mezquindades y conductas individualistas de algunos. Una novela psicológica, en definitiva, que describe las conductas humanas frente a la epidemia y a la adversidad colectiva. También podemos mencionar "El teatro y la peste" de Antonin Artaud (1896-1948). Las obras son demasiado numerosas e indican que el tema de la peste es un tema constante en la literatura universal, dado que metaforiza aquello que en el acontecer humano se vuelve caprichoso e inmanejable, lo que se escapa a los cálculos y a las certezas cotidianas tranquilizantes, la irrupción de lo real.

Pero nos estábamos olvidando de escritos fundamentales como “Las siete plagas de Egipto”, narración del segundo libro del Pentateuco, el Éxodo, que describe una serie de calamidades sobrenaturales que Dios infligió a los egipcios para que el rey de Egipto liberara y dejara partir al pueblo hebreo de la esclavitud.

Humanidad ingobernable

Lo importante es que en todas las obras citadas las plagas y las pestes aparecen asociadas a un episodio irresuelto, a un atropello, a un crimen que permanece impune, a la trasposición de un límite, a un ir más allá de los bordes, en síntesis, a la alteración de una regularidad en el orden de las cosas. Quizá el COVID-19, que hoy nos aflige y angustia, (y que seguramente será pronto contrarrestado), sea un botón de muestra y un anticipo de lo que podría suceder en cualquier momento (facilitado por el actual desarrollo tecnológico y el tráfico comercial aéreo) si no se produce en la civilización un radical cambio de perspectivas (ecológicas, subjetivas, climáticas, económicas, éticas, etc.). Hay algo que ya no va más. Por este camino la embarcación civilizatoria se dirige raudamente hacia los arrecifes.

Ojalá el coronavirus sirva para advertir que en este mundo no todo es calculable ni mensurable y que habita un punto incontrolable, un elemento insondable que se puede ir definitivamente de las manos y afectar a todos, sin distinciones. El castigo de los dioses a los gigantes por pretender, en su voracidad y ambición ilimitadas, tomar por asalto el cielo, como lo describe la mitología. En definitiva, no se trata de ficciones ni de posiciones apocalípticas, sino de lo real, ese punto imposible de tramitar con palabras.
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