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Un mundo sin asideros

Miércoles, 15 de abril de 2020 21:47

La pandemia del coronavirus ha dejado al descubierto la vulnerabilidad de los seres humanos. Ya no hay garantía y si bien en realidad nunca la hubo, los sujetos siempre trataron de inventarla, de imaginarse un gran “Otro” que asegurara un sentido y una certidumbre, un punto de apoyo, un madero al cual aferrarse en medio de las aguas. El barco en la tempestad, metáfora utilizada en estos días para representar la travesía humana, viaja hoy sin rumbo claro, sin mapas ni faros a la vista, en un mar impredecible. ¿Quién podría asegurar que en un futuro próximo no pueda aparecer un nuevo virus, una nueva mutación más destructiva que el COVID-19, que ponga a la humanidad en un riesgo incalculable? Lo que se presenta es un punto ingobernable que interpela a la ciencia, que se ve hoy conminada a buscar una vacuna para un virus mutado que trasciende por ahora el saber. Se ha perdido parte de la confianza en la ciencia. Ese Otro, hasta ayer ilusoriamente garante, muestra bajo sus alas la herida. La época desnuda su reverso; al desarrollo y modernización tecnológica le sigue el saldo de la operación moderna: la aparición de nuevas enfermedades, la destrucción del ecosistema, la contaminación, el cambio climático, la apropiación planetaria, la exclusión, la transposición de los límites.

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La pandemia del coronavirus ha dejado al descubierto la vulnerabilidad de los seres humanos. Ya no hay garantía y si bien en realidad nunca la hubo, los sujetos siempre trataron de inventarla, de imaginarse un gran “Otro” que asegurara un sentido y una certidumbre, un punto de apoyo, un madero al cual aferrarse en medio de las aguas. El barco en la tempestad, metáfora utilizada en estos días para representar la travesía humana, viaja hoy sin rumbo claro, sin mapas ni faros a la vista, en un mar impredecible. ¿Quién podría asegurar que en un futuro próximo no pueda aparecer un nuevo virus, una nueva mutación más destructiva que el COVID-19, que ponga a la humanidad en un riesgo incalculable? Lo que se presenta es un punto ingobernable que interpela a la ciencia, que se ve hoy conminada a buscar una vacuna para un virus mutado que trasciende por ahora el saber. Se ha perdido parte de la confianza en la ciencia. Ese Otro, hasta ayer ilusoriamente garante, muestra bajo sus alas la herida. La época desnuda su reverso; al desarrollo y modernización tecnológica le sigue el saldo de la operación moderna: la aparición de nuevas enfermedades, la destrucción del ecosistema, la contaminación, el cambio climático, la apropiación planetaria, la exclusión, la transposición de los límites.

Cambios en la cosmovisión 

A lo largo de la historia de la humanidad siempre hubo grandes pestes y epidemias, pero estas quedaban circunscritas a una ciudad o a una región o parte de un continente, a diferencia de esta pandemia del COVID-19, que es planetaria y que posiblemente ocasionará una transformación de las percepciones y la cosmovisión del mundo. Es que todo hasta ahora había funcionado más o menos como se esperaba, con sus habituales tropiezos, con sus catástrofes diarias, con sus grandes decepciones, con sus calamidades, inclusive con sus terribles guerras, pero al fin y al cabo dentro de lo que la medianía del sueño civilizatorio esperaba, es decir, en la previsibilidad de un orden al que algunos llaman realidad. Nada hacía prever que la naturaleza, aunque hoy desajustada por la intervención humana, pudiera jugar una mala pasada. La hipótesis de la filosofía cartesiana de un “dios” engañador estaba reducida a una lucubración producto de una duda metódica que da origen a la ciencia moderna, pero “Dios”, en definitiva, como afirma Descartes, no engaña, o al menos no lo hacía hasta ahora en que el desarrollo tecnológico ha modificado sustancialmente la relación con lo real. Transcurríamos por la vida sin pensar que en algún momento podría ocurrir algo que pusiera en riesgo a la casi totalidad del planeta, o, si lo pensábamos, quedaba a nivel de remota posibilidad en los cálculos de las probabilidades o en la imaginación o la fantasía. Y hasta aquí hemos venido en este viaje, con la angustia frente a la conciencia de nuestra condición mortal y a un punto de falta en lo simbólico, pero con la confianza que otorgaba el creer que las cosas continuarían de todos modos funcionando como estaban previstas sin que tomemos los recaudos, que por otra parte serían absurdos e imaginarios, para el caso hipotético de que, por ejemplo, deje de funcionar la ley de la gravedad y nos caigamos del planeta.

Ya nada será igual 

La ciencia misma, aunque su razón de ser esté en ir más allá de las apariencias y de las percepciones, se edificó sobre esa confianza que consiste en creer que en el universo hay un orden y una regularidad. Pero hoy la inconsistencia ha sido revelada. La contemporaneidad se ha quedado sin fundamentos, el individuo está parado frente a ella con una perplejidad que permite imaginarnos al hombre de Neanderthal frente a las tormentas y los huracanes. La confianza ya no es tal, hemos entrado a poner en duda las buenas intenciones de lo real. Quizá algún día, de pie en un desierto sin bordes y observando con asombro las constelaciones de astros tecnológicos, comencemos nuevamente a escrutar el cielo y tratar de determinar como antaño sus giros y sus retornos al mismo lugar. Pero ya nada será igual. Como un meteoro la perplejidad impacta en las paredes de la época y produce un sacudón hasta en el orden mismo del pensamiento. Esta pandemia inesperada (o tal vez esperada por algunos) obligará seguramente no solo a inevitables cambios en lo económico, en lo ecológico, en lo ético y social, sino también en las categorías teóricas filosóficas, sociológicas, etc. Se ha producido además de una nueva enfermedad a causa de las mutaciones de un virus, una dispersión de las ideas y de las orientaciones intelectuales que ya no alcanzarían a dar cuenta de lo real que se precipita, dado que lo real es irreductible al lenguaje. Algunas teorizaciones y aparatos lexicales, esas máquinas de explicación y puesta de sentido, generadoras de goce, son abruptamente convocadas. Los pronósticos van desde decir que la crisis implicará la derrota del capitalismo hasta afirmar que de ella el capitalismo saldrá más pujante y en condiciones óptimas para su despliegue definitivo, o, inclusive, que los datos de la pandemia no son más que una promoción intencional del miedo como estrategia de dominación y control sobre los ciudadanos, etc. También están las posiciones intermedias que hablan de cambios relativos, de transformaciones parciales.    
En conclusión, quizá habrá que ponerse a pensar de algún modo de nuevo. Los cambios, que parecieran ser inevitables, se tendrán que dar también en quienes piensan esos cambios.
        
 

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