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26 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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“En medio de la vulnerabilidad extrema, el coronavirus es una desgracia más”

Belén Spirito es una médica salteña que trabaja en un centro que acompaña a personas que atraviesan situaciones de consumo problemático y tienen VIH o tuberculosis en la villa 21-24, en Buenos Aires.
Domingo, 26 de abril de 2020 00:55

Belén Spirito (25) es una médica salteña que desde hace más de un año trabaja en casa Masantonio, un espacio que se dedica a hacer diagnóstico, tratamiento y acompañamiento integral a personas en situación de vulnerabilidad que tienen VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) o tuberculosis en la villa 21-24, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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Belén Spirito (25) es una médica salteña que desde hace más de un año trabaja en casa Masantonio, un espacio que se dedica a hacer diagnóstico, tratamiento y acompañamiento integral a personas en situación de vulnerabilidad que tienen VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) o tuberculosis en la villa 21-24, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La joven se mudó a la Capital Federal en 2012, luego de terminar el colegio secundario en Salta. Hace un año egresó de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y este mes tenía previsto rendir el examen de residencia para comenzar la especialidad en clínica médica. La pandemia del COVID-19 truncó sus planes: hace un mes se suspendieron los exámenes y aún no fueron reprogramados.

La emergencia sanitaria la afectó, como a todos. “De un día para el otro, la vida ya no es lo que era”, aseguró. Esto mismo sucede en el barrio en el que trabaja, donde hacen el máximo esfuerzo por seguir todas las recomendaciones del Ministerio de Salud, en medio del contexto en que están.

“Se trata de hacer cumplir un aislamiento que nos va a beneficiar a todos y a ellos, pero hay que entender que la situación de extrema vulnerabilidad no es lo mismo que hacer un aislamiento en tu departamento”, explicó.

Uno de los muchos problemas que tienen es el hacinamiento, lo que dificulta cumplir el aislamiento social preventivo y obligatorio. En estos casos, se plantean hacer lo que se llama “cuarentena en el barrio”, para que la gente no salga de la comunidad ni entre a ella, pero pueda deambular adentro. 

Belén evaluó que en contextos como este los dispositivos deben seguir trabajando para cubrir y acompañar las necesidades básicas. Esto disminuye mucho la ansiedad que se da por la falta de alimentos y de insumos de salud. 

Observó que es muy importante el manejo de la información y el cuidado con las palabras que se usan: “La situación de tensión por la pandemia y la pobreza, acompañada de desinformación y de pánico, en lo que muchos medios colaboran, generan una estigmatización que provoca muchísimo más malestar y problemas”.

Un segundo hogar

En medio de la pandemia, en casa Masantonio decidieron seguir acompañando a todos los chicos y chicas que tienen a este espacio como su segundo hogar. Este dispositivo forma parte de la cooperativa de Acompañantes de Usuarios de Paco (AUPA), perteneciente a la Familia Grande del Hogar de Cristo, una red de centros de inclusión coordinados por un grupo de sacerdotes católicos, que en 2008 puso en marcha el entonces cardenal Jorge Bergoglio y actual papa Francisco.

Belén llegó a Masantonio el año pasado, luego de conocer al médico infectólogo que coordina la parte médica del centro, mientras trabajaba de manera voluntaria en la villa 31. Se sumó al equipo junto a Micaela Blanco , con quien cursó la carrera, trabajó en la villa de Retiro y planea rendir el examen de residencia. 

En este espacio, descubrió una parte social de la medicina que considera que está muy desplazada en la formación académica: la realidad de las personas que están atravesadas por alguna enfermedad.

“La perspectiva de la carrera tiene más que ver con el diagnóstico de algo que pasa en el momento, el tratamiento y punto. Hay pocas oportunidades para abordar cualquier situación de falta de salud más holísticamente o en un contexto”, evaluó. 

En Masantonio vio que la posibilidad de contextualizar permite lograr un trabajo efectivo: “La gran mayoría de los pacientes que tenemos vienen de tratamientos fallidos o truncos en instituciones de salud que no suelen tener en cuenta el contexto, lo que dificulta que culminen los tratamientos”.

Por fuera de todo

En el centro atienden a personas que tienen entre 18 y 45 años y la mayoría son varones. Acompañan también a un grupo de chicas trans en situación de vulnerabilidad que viven en Casa Animí, que también depende del Hogar de Cristo, y a otras, en situación de calle.

Casi todos los chicos a los que apoyan enfrentan consumo problemático de paco o de otras sustancias y viven en la pobreza extrema. “Es el margen del margen del margen”, ilustró Belén. “Es lo que queda por fuera de todo sistema”.

Consideró que el hecho de tener una tuberculosis o VIH y vincular con algún dispositivo de bajo umbral como este es clave para muchos chicos: “Aunque suene raro, ese problema de salud es una bendición, porque termina siendo lo que los logra sacar de a poco y con todo el esfuerzo que le ponen de la situación en la que están”.

Explicó que las personas que lograron curarse o mantener controlada su infección ayudan a otras a salir de realidades similares. “El dispositivo funciona por eso. Hay muchos chicos que traen a otros o nos avisan que están en un momento complicado. Tienen un ojo clínico fantástico”, manifestó.

El COVID-19, un agravante

Belén analizó que el coronavirus es un problema nuevo, que complejiza todo lo que había en el barrio. “Es una peste empeorando otras pestes”, ilustró.

Advirtió que la realidad económica es mucho más crítica y que el sufrimiento social y personal es mayor porque todo lo que ya existía -la falta de trabajo, el hambre, la pobreza y el hacinamiento- se pone al límite. “En medio de todas las miserias y las desgracias, esta es una más”, observó.

“Si antes la familia no tenía posibilidades de alimentar a todos, ahora menos. Si antes no podía dormir cada uno en una cama, ahora menos. Si antes no tenían plata para comprarles las zapatillas a los chicos, ahora menos”, evaluó.

“La situación es grave y era gravísima, pero estábamos acostumbrados a vivir con eso”, analizó y consideró que se trata de una cuestión de perspectiva.

“El barrio donde yo vivo está lleno de gente en situación de calle. Ahora, la gente mira por el balcón y lo que piensa es que es una persona que no cumple el aislamiento obligatorio”, planteó.

Acciones comunitarias

Belén aseguró que, para dar respuesta a esta emergencia sociosanitaria, los dispositivos colaboran de muchas maneras: los comedores reparten bandejas “a lo loco”, los profesionales de la salud ayudan con las campañas de vacunación y los trabajadores sociales hacen trámites todo el día para conseguir los subsidios de emergencia.

Comentó que una de las personas que trabaja en Masantonio estuvo tres días cosiendo barbijos para todos: “Hay acciones de mucho amor y acompañamiento”. 

Para Belén, este espacio es como su hogar: “La sensación de llegar al trabajo es la de llegar a casa”. Aseguró que “es un lugar maravilloso en el mundo” y lamentó que mientras haga la residencia no podrá seguir allí: “Apenas pueda y tenga disponibilidad horaria, si me reciben, vuelvo”.

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