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Responder como especie

Domingo, 05 de abril de 2020 00:01

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</OPINION-FIRMA>María Inés Lacour
Licenciada en psicología


De pronto, aquella experiencia que vislumbramos lejana y ajena a nuestra vida, en cuestión de un par de semanas pasó a formar parte de nuestra cotidianeidad. Irrumpió intempestuosamente en nuestras vidas y nos cambió la rutina. 
Sin tiempo para organizarnos ni mucho menos para comprender lo que estaba pasando, nos encontramos obligados a quedarnos en casa en el marco de una emergencia mundial, con el mensaje de alto riesgo para la nuestra salud y la vida de muchas personas. 
Y esto sucedió demasiado rápido para que nuestro cerebro procese y asimile los hechos. Y se va complejizando y actualizando día tras día. El Estado tomó la conducción, y la opinión individual debe ser sacrificada en pos de lo comunitario. 
Está ocurriendo algo, no esperado, no premeditado. Aquí hay peligro. Nuestro cerebro recibe esta información y se pone alerta: el miedo como emoción predominante, va empapando nuestros pensamientos, nuestro cuerpo, para cumplir con la mayor de las funciones: nuestra supervivencia. 
A partir de esto, surgirá la respuesta más favorable: la fuga, la confrontación o el congelamiento. Así se activa nuestro sistema de supervivencia, un conjunto de respuestas que compartimos con los animales, proveniente de la parte más primitiva de nuestro cerebro.
En este panorama, desde este impacto informativo, rápidamente debe procesar y desplegar todos sus recursos para ponerse en marcha y garantizar el éxito. ¿Qué conducta seguir entonces? ¿Qué actitud adoptar? Todo dependerá de las prioridades y de la capacidad de procesar adecuadamente la información recibida:
Resistencia, negación, cerrazón, minimización, inclusive la agresión a lo diferente. Esto muestra una estructura interna rígida, inflexible, estructurada, incapaz de adaptarse a las dificultades y condiciones que la vida presenta.
Un sistema cerrado que no puede retroalimentarse e interconectar hacia el afuera. Es presuponer que la vida es un quantum inalterable, que no cambia, que es predecible y controlable. Es suponer que la vida es lo individual, y obviar lo colectivo. 
Esto, claro, protege del impacto, genera la ilusión de lo estable, que todo sigue igual y el mensaje es ignorar las señales para evitar el dolor y el miedo. Si un animal asume esa conducta ante el peligro, lo más probable es que sea devorado por su depredador...
Adaptabilidad, receptividad, flexibilidad frente la realidad que impacta, que implica la capacidad de comprender los cambios y adaptarse a ellos y procesar esa información correctamente. (En el reino natural esto implica supervivencia y continuidad, según el mismo Darwin.) 
Entender de dónde viene el peligro permite saber cómo enfrentarlo. El individuo que logra adaptarse, comprender y asimilar los cambios es el que tiene más chances de sobrevivir. Y seguramente, sobrevivir implicará generar un cambio interno y externo, condición sine qua non para la continuidad de la vida. 
En ese punto estamos ahora como especie. Podemos resistir, negar y minimizar. Creando una fuerte resistencia al cambio, que implicara una enorme cantidad de energía invertida, con resultados parciales y poco satisfactorios, o inclusive, hasta altamente peligrosos para nuestra especie.
O desplegamos nuestra adaptabilidad, nos volvemos flexibles a la situación que nos sobrevuela, inteligentes, buscando la manera de comprender lo que sucede, lo cual nos permitirá desplegar los mecanismos adecuados para superar el trance.
Nuestro cerebro busca protegernos, pero también dispone de numerosas habilidades para la supervivencia, nuestro cerebro es elástico, altamente eficaz, aprende rápidamente, se adapta, evoluciona. La experiencia a nivel global que estamos atravesando, satura nuestra capacidad de procesar información adecuadamente. Esto nos pone en situación de estrés físico, mental y emocional. 
Reaccionar con miedo y resistencia sólo complica el panorama y nos expone al peligro a todos. Es necesario ser reflexivos, observativos, inteligentes, adaptables. Hoy el mensaje es claro: detenerse, parar, recluirse, estar en casa, cuidar a la familia (los animales defienden su morada y su descendencia ante todo), cuidar nuestra supervivencia, y actuar en bloque. Pero... entonces ¿por qué tanta resistencia? ¿Por qué no lo cumplimos?, ¿por qué nos resulta tan difícil? Una de las tantas respuestas está en lo que referíamos anteriormente: las prioridades.
Estas, claramente, han cambiado, de repente se ha producido un quiebre. Lo que suponíamos imprescindible, parece que no es tan así... Y transversalmente aparece una prioridad originaria pero olvidada: lo colectivo. Este no se trata del individuo, es grupal a nivel macro. Y no estamos acostumbrados a esto, no nos vemos como una gran unidad, como una gran especie. Vivimos como individuos, pero esta eventualidad nos toca en lo colectivo, que, lamentablemente es una debilidad humana. Fuimos perdiendo esa conexión. 
En este momento, necesitamos responder como especie, no como sujetos aislados. Y tenemos todos los recursos, ya que somos el género más evolucionado del planeta. Y tenemos más aún que cualquier ser animal: inteligencia superior, consciencia, introspección, capacidad reflexiva, aprendizaje emocional, espiritualidad...
Ahora es el momento de recuperar lo colectivo, nuestra esencia original, recordar y reeditar nuestras raíces. Somos un todo. Nuestro origen es el mismo. La vida no es lo que solo vemos a nuestro alrededor. Es parte de un todo que es más que la suma de las partes. 

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