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Los yaguaretés siguen en Salta y pueden gozar de larga vida

Avistaron dos ejemplares en Isla de Cañas; con un proyecto de desarrollo agroforestal sería posible recuperar el hábitat de cientos de especies nativas.
Viernes, 15 de mayo de 2020 03:08

Hace pocos días, en nuestra selva tucumano-oranense de Isla de Cañas, un automovilista registró un acontecimiento poco común: una pareja de yaguaretés junto a la ruta. Es inusual ver a estos animales, porque su conducta es cautelosa. No les gusta mucho que los vean. En la vida silvestre no tienen predadores naturales; con los seres humanos, en cambio, tienen problemas. Y prefieren evitarlos.

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Hace pocos días, en nuestra selva tucumano-oranense de Isla de Cañas, un automovilista registró un acontecimiento poco común: una pareja de yaguaretés junto a la ruta. Es inusual ver a estos animales, porque su conducta es cautelosa. No les gusta mucho que los vean. En la vida silvestre no tienen predadores naturales; con los seres humanos, en cambio, tienen problemas. Y prefieren evitarlos.

Los ambientalistas ubican a estos felinos (los más corpulentos, después del tigre y el león) entre las especies con alto riesgo de extinción. Cada macho del "manchado" demarca para si un predio de quince mil hectáreas y lo comparte con tres hembras, cada una con cinco mil hectáreas. Pero sus vidas son solitarias. Se trata de un animal capaz de cazar yacarés, chanchos de monte y tapires, además de carpinchos u otro tipo de roedores y monos. Pero si hay cabras o terneros, el alimento resulta mucho más fácil y sabroso.

En 2004, la organización Greenpeace protagonizó un espectáculo caricaturesco. Luego de recaudar cien mil dólares entre aportantes ingenuos a los que les prometieron colocar collares de rastreo satelital a cuatro yaguaretés, pasaron un par de años buscando a alguno de estos animales en la selva de montaña y terminaron "contratando" a un ternero para colocarle el último de los collares (los otros tres los habían perdido). Querían engañar al satélite. En ese momento, Pablo Corro, el baqueano que los denunció, dijo a El Tribuno: "Claro que hay yaguaretés; solo que hay que ir a buscarlos en serio".

Tres años antes, en la página de Greenpeace habían anunciado la colocación del collar a una hembra de quince años. Cualquiera que vea un documental de YouTube sabe que, cuando se produce una captura de esa naturaleza, al animal se le aplica una anestesia, se le extrae sangre y pelo, se realiza un estudio rápido de su estado de salud, especialmente parásitos, tuberculosis o problemas digestivos, se determina la datación de GPS y se le da otra inyección, que lo reanime, para que no quede anestesiado en el monte. A esta supuesta fiera dormida no le habían sacado ni una foto. Pero el tiempo le dio razón al baqueano.

En nuestra selva hay yaguaretés. Hay pocos; hay menos que antes de la llegada del hombre a América, probablemente, y muchos menos que en el siglo XIX. Por eso es una buena noticia el avistaje de estos dos adultos, como el de un cachorro, en diciembre pasado.

La preservación de las especies nativas es una obligación contraída por el Estado argentino y las autoridades no deben dejar que se convierta en un jingle para que hagan negocios los cazadores de río revuelto. Y esto no es una frase al pasar: muy poca gente conoce la realidad animal. No es cuestión de meras emociones.

Ahora, los ambientalistas quieren que el tigre americano (pantera onca) sea declarado "persona no humana" como especie. Y llevaron la demanda a la Justicia Federal. Recientemente, una jueza porteña declaró "persona no humana" a una orangutana nacida en un zoológico alemán y que llevaba una larga vida en el de Palermo. Con ese criterio, resolvió que se encontraba en malas condiciones y resolvió enviarla a Estados Unidos (claro, sin preguntarle a la persona no humana). La selva de Sumatra o Indonesia donde habían nacido sus abuelos ya no está en condiciones de recibirla.

En 2004, Greenpeace protagonizó un espectáculo caricaturesco. En vez de ponerle un collar a un yaguarete, como prometieron, se lo pusieron a un ternero.
 

Una decisión similar tomó la Justicia con una elefanta asiática que hace 25 años había sido entregada al zoológico porteño porque un juez verificó el pésimo trato que había sufrido en un circo. Ahora, ya en estado de ancianidad, fue obligada a recorrer seis mil kilómetros en camión para pasar sus últimos años en un "santuario" de elefantes de Brasil.

Los animales nacidos en cautiverio viven muchos años más que los que quedan en la selva. La subjetividad humana lleva a imaginar que los otros son más felices, pero lo cierto es que los zoológicos han cumplido una función valiosa en el conocimiento popular de los animales y, seguramente, todos van a evolucionar a condiciones más saludables. Es probable que muchas especies tengan más ejemplares en cautiverio que en hábitat. Lo cierto es que la objetividad de la jueza porteña en esta materia no está garantizada. "Yo odio el zoológico", dijo en un reportaje. Quizá no sepa que en ese mismo zoológico que odia se recuperaron decenas de cóndores y miles de huevos de yacaré, cuya cría fue enviada a sus ríos de origen.

Nuestros yaguaretés no necesitan zoológico. Tampoco están condenados a la extinción. Salta tiene 50 mil kilómetros cuadrados pintados de amarillo por un objetable ordenamiento territorial. Cuenta con el INTA, con expertos forestales y con facultades de agronomía y de veterinaria. Con un proyecto inteligente se podrían asignar un espacio técnicamente como un inmenso corredor para recuperar el hábitat boscoso, compatibilizándolo con los derechos de los pueblos indígenas y de los criollos, y generando desarrollo rural sustentable.

Allí, con guardaparques y aplicando la ley provincial 7.070, se recuperaría la vida, se mejoraría el estado de los ríos, se podría hacer turismo ecológico y deportivo y se sostendría una próspera producción agroganadera. Claro, además de técnicos, hace falta proyecto y decisión política.

 

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