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COVID-19, ambiente y cultura urbana

Viernes, 22 de mayo de 2020 02:52

A medida que la pandemia se fue extendiendo por el mundo y fue "bajando" hacia el hemisferio sur, se fueron incrementando en nuestro país los cuestionamientos ambientales sobre nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza, principalmente sobre nuestra forma de producir. Cuestionamientos que surgen desde el ámbito urbano y mira con recelo lo que hacen nuestros otros conciudadanos en el interior rural de nuestro país.

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A medida que la pandemia se fue extendiendo por el mundo y fue "bajando" hacia el hemisferio sur, se fueron incrementando en nuestro país los cuestionamientos ambientales sobre nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza, principalmente sobre nuestra forma de producir. Cuestionamientos que surgen desde el ámbito urbano y mira con recelo lo que hacen nuestros otros conciudadanos en el interior rural de nuestro país.

Particularmente se hizo hincapié en vincular la proliferación de estas enfermedades, vinculándolas con la deforestación, la destrucción de la naturaleza, el cambio climático y por supuesto la interacción directa con fauna silvestre y la producción animal intensiva.

Muchas argumentaciones pueden tener sentido cuando las analizamos a escala global, pero tienen poco o ningún sentido cuando las valoramos a escala de nuestro país.

El mercado chino

Según dicen, y hay controversia al respecto, la actual pandemia se inició a partir de animales silvestres, que estaban esperando su triste final junto a animales domésticos, también en cautiverio. Se dice también que eso responde a una costumbre china, culinaria y ancestral, que gusta de ingerir estos animales, procedentes de ambientes naturales, lo que supone la existencia cercana de bosques y otros sistemas naturales. Esta demanda viene aumentando por el mayor poder adquisitivo de poblaciones como la china, que están incorporando cada vez más proteínas de origen animal a su dieta, sumado a condiciones sanitarias deficitarias. Esta presión tradicional está magnificada por el acelerado proceso de urbanización chino, el cual a su vez facilita que personas urbanas difundan el contagio rápidamente por fuera del lugar original de ocurrencia.

Nada indica que en nuestro país la ampliación de la frontera agropecuaria "per se", altamente mecanizada y asociada (no siempre) a procesos de planificación territorial, implique riesgos ciertos de pandemias como la que actualmente estamos viviendo.

En nuestros pagos

Se compara muchas veces esta pandemia, con lo que ocurre con la expansión comprobada de otras enfermedades como el dengue, la malaria, el paludismo, a partir de la destrucción de ecosistemas silvestres para ampliar cultivos y la ganadería.

Esto implica no sólo la transformación, sino también la colonización humana de estos espacios. Pero, en el sentido exactamente opuesto, también es común la atribución a estas mismas actividades humanas la desecación y reducción de humedales, que son justamente en muchos casos, los que posibilitan la cría de sus vectores, los mosquitos Anopheles sp. y Aedes aegypti.

En general la producción intensiva agroganadera en nuestro país, maximiza el uso del territorio y muy raramente deja espacios transformados ociosos que pueden convertirse en fuentes de patógenos, y si los hubiese, tarde o temprano serían eliminados. Pareciera en nuestro país, estas expansiones infecciosas un tema más ligado al crecimiento de poblaciones periurbanas, donde la presencia de abundante población marginada y sitios adecuados para la proliferación de los mosquitos ayudan a su propagación, expansión por supuesto amplificada por el cambio climático que "tropicaliza" a muchas de nuestras ciudades.

Pueblos originarios

Si bien se asume que ésta y otras pandemias provienen del contacto con animales silvestres, ello no ha ocurrido con nuestras poblaciones indígenas, cazadoras-recolectoras, (o "marisqueadoras"), donde no se ha evidenciado problemas serios de expansión de virus asociados a su forma de vida.

Tampoco tenemos noticias de esto en las poblaciones de criollos chaqueños que producen "ganadería de monte" y están en contacto cotidiano con la biodiversidad natural (salvo como algunas zoonosis normalmente padecidas por animales como la rabia transmitida también por murciélagos).

Por supuesto tenemos ejemplos de transmisiones en poblaciones rurales de enfermedades transmitidas por insectos como el mal de Chagas (transmitidos por las vinchucas), la fiebre amarilla, dengue, paludismo, leishmaniasis (por "mosquitos") y que ocasionalmente también pueden afectar a trabajadores forestales.

Por otra parte, las producciones agropecuarias intensivas claramente están distanciadas de la naturaleza y si bien pueden coexistir, se mantienen alejadas de potenciales vínculos estrechos con la misma, conformando paisajes o mosaicos de espacios productivos y espacios silvestres.

Un caso particular es el del hantavirus con casos en selvas subtropicales (como las Yungas en el noroeste) o en los bosques patagónicos. En ambos casos ocurren en bosques muy bien conservados, el primero entre campesinos que practican la ganadería de trashumancia y el segundo con pobladores y/o turistas. En este último caso asociado a la floración masiva plurianual de cañas nativas (colihue) y el consiguiente crecimiento exponencial de poblaciones de roedores colilargos, que se aprovechan de la abundante disponibilidad de granos resultante de esta floración. Otro ejemplo particular en Argentina es la fiebre hemorrágica (Mal de los rastrojos) de origen viral y localizada en la matriz productiva del núcleo oleaginoso argentino en la Pampa Húmeda. Es transmitida por pequeños roedores y sobre la cual existe actualmente un tratamiento efectivo.

Claramente el contacto humano con ciertas especies de mamíferos silvestres es un peligro potencial tanto en ambientes silvestres como antropizados, particularmente especies de roedores, murciélagos y primates.

 Cambio climático
 
También se ha intentado vincular esta pandemia con efectos derivados del cambio climático. La mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero es por la utilización de combustibles fósiles, del cual más del 80% es generado por países del Hemisferio Norte incluyendo China. Nuestro país aporta menos del 1% de las emisiones globales, y por lo tanto nuestra parte en esta causalidad es menor, aunque hemos acordado el asumir “responsabilidades compartidas pero diferenciadas”. Ello implica esfuerzos del país a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que incluye la actividad industrial, el uso de vehículos y la deforestación o cambio de uso del suelo, en porcentajes similares de emisión. Esto es particularmente importante con los habitantes de las grandes ciudades, muchos de los cuales son adictos a los viajes aéreos y el confort energéticamente dependiente: la aviación mundial contribuye con el 2% de las emisiones globales, más del doble de las emisiones anuales de Argentina. 

 Tabúes urbanos
 
Pandemias han ocurrido en el pasado cuando nuestra relación con la naturaleza ha sido aparentemente más benigna, o al menos los procesos de transformación no estaban tan extendidos como en la actualidad. Es probable que hoy derivado de la expansión productiva, haya más infraestructura y conectividad entre sitios remotos que permiten llegar con insumos y atención médica más fácilmente, no sólo para atender esta pandemia, sino otras enfermedades más recurrentes y con mayor impacto sanitario local. 
No obstante, Argentina es un país que aún mantiene más del 75% de su territorio como silvestre o poco modificado, principalmente de las ecorregiones del interior del país (Norte Grande, Andes y Patagonia). Si bien aún es insuficiente para los estándares internacionales, cerca del 10% del país se encuentra protegido en reservas y parques nacionales, 80% de lo cual bajo responsabilidad de las provincias.
 Gran parte de las acciones que se proponen para “beneficiar” a la naturaleza, tales como limitar la frontera agropecuaria, utilizar menos combustible fósil, menos tecnología, menos insumos agronómicos, que utilicen menos la fauna silvestre, etc., sólo asegura que estas poblaciones rurales marginadas sigan viviendo en situación vulnerable. 
Ni que hablar de los cordones de pobreza periurbanos dependientes cada vez más de los apoyos estatales y de la salud pública, financiados con recursos provenientes del aparato productivo. 
La mejor manera de reducir el embate de estas pandemias sobre los pobres es reduciendo vulnerabilidad, con mayor progreso social, más y mejores empleos y servicios, más conectividad, en definitiva, más calidad de vida. Esto por supuesto implica también, mejorar la distribución de la riqueza y fomentar la seguridad alimentaria. ¿Miramos a nuestro país desde una mirada demasiado urbano -centralista (sin naturaleza), pretendiendo que el costo de nuestros compromisos globales los pague el interior, que es quien conserva la naturaleza? 
¿No pensamos que producción y ambiente pueden complementarse para la protección de los bienes y servicios de la naturaleza?
 

 

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