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El mundo cambia si cambio yo

Miércoles, 27 de mayo de 2020 02:38

Algún día el virus, este gran igualador que no distingue entre ricos y pobres, dejará de incordiarnos y nos enfrentaremos al mundo que encontraremos el día después.

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Algún día el virus, este gran igualador que no distingue entre ricos y pobres, dejará de incordiarnos y nos enfrentaremos al mundo que encontraremos el día después.

Es probable que el hombre común, el que ha soportado la cuarentena sufriendo, pasando necesidades, con apenas diez metros propios en sus viviendas, o menos, comprenda que la solidaridad es una necesidad y que amplíe su espíritu y entienda que el otro es uno mismo. Que sin el otro no existe el nosotros y así se abra una puerta a la esperanza de un mundo más sensato.

Pero el que transcurrió la cuarentena encerrado en sus propias seguridades, es probable que no cambie y siga persiguiendo el lucro como suprema ambición.

No cambiarán los dirigentes sindicales enriquecidos y anquilosados por décadas de usufructuar el patrimonio común de los sindicatos y obras sociales.

No cambiarán los fabricantes y comerciantes que lucraron durante la pandemia y castigaron al Estado con sobreprecios cercanos al delito.

Ni cambiará la corrupción incorporada genéticamente a nuestra política. No cambiará el rol de la mujer en Salta, a pesar de que son más estudiosas que los hombres. Seguiremos con un Senado de hombres. Los estados gobernados por mujeres fueron los más eficientes en combatir la pandemia y recuperar el ritmo económico. Pero en Salta la eficiencia de la mujer en el mundo no tiene peso. Por eso no accede a funciones de conducción. No cambiará la realidad de que menos del diez por ciento de la población de Salta tiene doce senadores y el resto once.

Lo que si cambiará es el aumento de la desocupación, de la inflación, fábricas y negocios cerrados, el endeudamiento no solo del Estado sino también los de sus habitantes. Lo que no cambiará es que las normativas excepcionales que cercenaron nuestras libertades permanecerán en el tiempo por la necesidad de la autocracia de que desaparezcan los controles, la opinión independiente y la voluntad de ser libres.

No cambiará el secreto del manejo de la cosa pública, negando el acceso a una información verídica ni cambiará el casi delictual manejo de los fondos reservados y de la impúdica publicidad oficial

No cambiará la negativa de nuestra dirigencia a abrir la discusión sobre los temas fundamentales. Seguirán con el juego de la gambeta corta que nos quita perspectiva de lo que sucede en toda la cancha. La planificación estratégica seguirá ignorada.

Seguiremos privilegiando la fabricación de armas por encima de la salud y la educación, y atacando a nuestra sabia naturaleza, destruyendo nuestra casa común, la Tierra, sin darnos cuenta de que su destrucción es también nuestra muerte.

Seguirá creciendo la verdadera grieta que existe entre los argentinos: la de los argentinos que obtuvieron educación paga de buena calidad y que les permitirá adaptarse mucho mejor ante un mundo que cambia sus paradigmas, con la de los miles que no tienen acceso a una buena escolaridad. La de los alumnos con doble escolaridad en contraste con los que no tienen ninguna. Nada cambiará el día después. No cambió por las pandemias anteriores a ésta, ni por las guerras.

Pero todo puede cambiar si primero cambiamos nosotros. Solo nosotros siendo mejores ciudadanos, mejores padres, mejores hijos, mejores vecinos, mejores amigos. Si somos capaces de comprender que en la familia están nuestras raíces. Si nos capacitamos y tratamos de encontrar la verdad en esta maraña de falsedades y de información dirigida a orientar nuestros gustos y nuestra voluntad política. Solo así podremos elegir nosotros dirigentes eficientes, honestos, serviciales, con la mente abierta a discutir los temas que permitan una sociedad más armoniosa, más justa. Con posibilidades reales de que los más humildes puedan alcanzar una educación y una salud de calidad que les permita el ascenso social y optar por ser parte de la solución, mediante una democracia más participativa.

Con un pueblo educado y participativo la Justicia dejará de ser un nido ineficiente y vetusto, de complicidades, nepotismo, endogamia y corporativismo y lograremos jueces independientes, capaces de dar a cada uno lo suyo. Podremos tener un sistema de controles a la gestión pública independiente, eficaz y sin corrupción y un sistema de legislación que nos asegure un buen servicio en el dictado de las leyes. Con mandatos acotados. Pero por sobre todas las cosas con la posibilidad de revocar los mandatos de los corruptos e ineptos y de imponer mediante el protagonismo de la sociedad normas que se impongan a la voluntad de nuestros mandatarios. El mandatario es quién recibe órdenes de su mandante y con un pueblo educado los mandantes seremos todos nosotros. Y con un pueblo organizado y libre los dueños del mundo no podrán imponernos sus normas.

 

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