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Se fue Pedro para siempre y lo llora el monte chaqueño

Aquejado por una cruel enfermedad, el dirigente wichi que cumplía la función de secretario de Obras Públicas en la Municipalidad de Santa Victoria Este se llevó a la tumba hondas decepciones. Fue un gran luchador. Descanse en paz. 
Jueves, 18 de junio de 2020 02:03

En Santa Victoria Este, donde los problemas y las inequidades compiten por aflorar cada vez con más ímpetu, como una plaga, como una peste, como un remolino que levanta la polvareda que hiere la piel y se mete en los ojos; donde el hambre y la sed de los wichis no se acaba; donde la miseria de vivir en taperas es la regla; donde ni los perros, que son cientos, encuentran qué comer y son espectros con el cuero pegado a las costillas... ahí, en ese monte chaqueño abandonado, Pedro Lozano era un puente. Hombre sabio, leal, educado, inteligente, oficiaba de intérprete sin rodeos de la infinidad de males que aquejan a las comunidades del Chaco salteño. 
Sufrió en silencio el cáncer de pulmón, cuya metástasis lo llevó a la tumba. Sin embargo, con la piel amarilla, los ojos hundidos en las ojeras, delgado al extremo, trabajó hasta hace unos días como secretario de Obras Públicas en el municipio de Santa Victoria donde mantenía un triste enfrentamiento con el intendente Rogelio Nerón, por quien dejó todo en la campaña con tal de que llegara a la intendencia. Sin embargo, Pedro estaba a punto de ser removido de su puesto, tal como ocurrió con su amigo Marcos Lucas, de Acción Social, por haber denunciado los desmanejos de Nerón. “No hay plata para lo básico. No me dan ni un foco para el alumbrado público. Veo con pena como el pueblo de Santa Victoria se va apagando”, dijo en una nota de mayo pasado.

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En Santa Victoria Este, donde los problemas y las inequidades compiten por aflorar cada vez con más ímpetu, como una plaga, como una peste, como un remolino que levanta la polvareda que hiere la piel y se mete en los ojos; donde el hambre y la sed de los wichis no se acaba; donde la miseria de vivir en taperas es la regla; donde ni los perros, que son cientos, encuentran qué comer y son espectros con el cuero pegado a las costillas... ahí, en ese monte chaqueño abandonado, Pedro Lozano era un puente. Hombre sabio, leal, educado, inteligente, oficiaba de intérprete sin rodeos de la infinidad de males que aquejan a las comunidades del Chaco salteño. 
Sufrió en silencio el cáncer de pulmón, cuya metástasis lo llevó a la tumba. Sin embargo, con la piel amarilla, los ojos hundidos en las ojeras, delgado al extremo, trabajó hasta hace unos días como secretario de Obras Públicas en el municipio de Santa Victoria donde mantenía un triste enfrentamiento con el intendente Rogelio Nerón, por quien dejó todo en la campaña con tal de que llegara a la intendencia. Sin embargo, Pedro estaba a punto de ser removido de su puesto, tal como ocurrió con su amigo Marcos Lucas, de Acción Social, por haber denunciado los desmanejos de Nerón. “No hay plata para lo básico. No me dan ni un foco para el alumbrado público. Veo con pena como el pueblo de Santa Victoria se va apagando”, dijo en una nota de mayo pasado.

  Pedro Lozano

Pedro trabajó hasta que no pudo moverse por los dolores que lo aquejaban. Él se encargaba de llevar agua todos los días a las comunidades más alejadas de Santa Victoria Este, sin domingos ni feriados: “La sed no espera”, le dijo a El Tribuno en una de las últimas entrevistas. 
Ni por todo su empeño, Pedro mereció que Nerón concurriera a su velorio ni a su entierro. Tampoco le proveyó el cajón para sus restos. Fue la Municipalidad de Tartagal la que le donó el féretro para la sepultura. Pedro murió a los 55 años, el martes por la madrugada tras agonizar en el hospital Perón de esa ciudad. 
De estar vivo para verlo, a Pedro no le hubiese sorprendido esta actitud del intendente Nerón. Con sus propias manos tuvo que construir cajones para muchos wichis muertos, para quienes la Municipalidad no tuvo recursos ni en el último momento. 
Pasó a finales de abril con Galindo Lescano, un wichi pescador de La Puntana que se ahogó en el Pilcomayo, cuyo cuerpo se estaba descomponiendo y el cajón no llegaba: “Tendremos que embolsarlo para enterrarlo como al otro hermano wichi de Alto La Sierra”, dijeron en aquel momento. La esperanza asomó cuando el hermano Pedro los llamó para pedirles que esperaran porque él mismo estaba construyendo dos cajones: uno para Galindo y otro para una mujer que había muerto en Tartagal. Para Pedro todo era posible en nombre de la dignidad. 
En marzo de 2017, cuando funcionarios provinciales acusaron a los wichis de destruir los sanitarios del hospital, Pedro no demoró en aclarar: “El baño de la sala de niños está cerrado con llave, lo usan como depósito y las mujeres tienen que ir a otro lado a hacer sus necesidades”.
Su última cruzada, de cientos que emprendió, fue cuando denunció la muerte por desnutrición, en menos de 48 horas, de dos hermanitos wichis de Vertiente Chica. Por esta causa que obra en la Justicia hay varios imputados, sin embargo intentaron mancillar a Pedro. El médico Edgar Machicao, imputado en la causa, lo acusó de convencer a la familia de los hermanitos para evitar la atención médica. “Jamás haría tal cosa con mi gente”, dijo conmocionado y agregó en su afán de explicar dibujando un mapa con palabras, cómo es la geografía de su Santa Victoria natal: “Se necesita más presencia de los agentes sanitarios para pasar la información a los médicos. La casa está a 50 km del hospital y no había forma de llegar. El niño tuvo mucho vómito, se deshidrató. Es gente que no tiene qué comer, la semana pasada estaban repartiendo bolsones por la zona pero no llegaron a esta comunidad. Pasa que hay dos comunidades que se llaman Las Vertientes, una que está al este de Santa Victoria Este y otra que está al sur, y esa es la que no recibe nada y donde más gente se muere”.
Ayer, todos los caciques con sus comunidades acompañaron a la familia de Pedro. Había tensión por los enfrentamientos que surgieron entre algunos wichis desde que gobierna Nerón, pero igual concurrieron a despedir al dirigente de la etnia más pobre del país. 
Cuentan los que estuvieron ahí que el dolor cortaba el aire lleno de suspiros. Las mujeres lloraban muy fuerte y los hombres sollozaban. El cortejo erizaba la piel. Quizás lo que más hiere a los wichis sea la soledad en la que los deja Pedro, un hombre de espíritu indomable, un filántropo, un esperanzado que supo eludir su propia miseria para servir sin mezquindades, para intentar la dignidad hasta el cansancio. 
Desde el impenetrable, su vacío aúlla como el hambre. 

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