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Modesta quedó aislada en la Quebrada del Toro durante un mes sin saber nada de la pandemia

Tiene 81 años y vive sola en la Quebrada del Toro, a más de 3 mil metros de altura.
Miércoles, 08 de julio de 2020 02:29

Modesta Guanuco tiene 81 años y vive sola en la inmensidad de las montañas de la Quebrada del Toro.

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Modesta Guanuco tiene 81 años y vive sola en la inmensidad de las montañas de la Quebrada del Toro.

Ella es protagonista de otra de las tantas historias de la pandemia que estaban ocultas: relatos que van apareciendo como cuando la niebla se va disipando.

Durante la cuarentena total Modesta estuvo más de un mes sin que la visitara nadie, sin que nadie la asistiera y sin recibir ayuda alguna. Los diversos controles en la ruta a San Antonio de los Cobres eran tan rigurosos que nadie circulaba.

Ella vive en un puesto que se llama La Encrucijada, entre los nevados de Acay y Chañi. Desde el patio de su casa ve ambas cumbres. A toda esa zona la conocen los lugareños como el paraje Pancho Arias.

Para llegar adonde Modesta vive hay que viajar en algún vehículo hasta el paraje Las Cuevas, a 140 kilómetros de la Capital, por la ruta nacional 51.

A partir de este punto las distancias ya no se miden más en kilómetros: el cálculo se realiza en horas. Su hija Adelaida demora 7 horas caminando, desde la ruta hasta su casa, dependiendo siempre del peso que cargue. Para cualquier otro mortal que vive en una ciudad son más de 10 horas caminando sin peso. Es que para llegar hasta La Encrucijada hay que pasar por la estación Inti Huasi, luego por un abra a más de 4.200 metros sobre el nivel del mar y luego llegar sí hasta la casa de Modesta, que está a una altura de 3.800 metros.

Si se cuenta con la bendición de tener un transporte propio, con doble tracción, en un poco más de una hora se completa el trayecto por un camino que hicieron hace poco y mantienen los vecinos, con todas las complicaciones que implica.

Toda esa distancia en tiempo y en espacio se hizo imposible de superar en la fase 1 de la cuarentena.

En consecuencia, Modesta estuvo más de un mes sola. Si bien el viento, las montañas sagradas y los animales salvajes la acompañan, no tuvo contacto con ningún ser humano entre mediados de marzo hasta casi fines de abril.

   Adelaida y Modesta, hija y madre

El Tribuno llegó a la casa de Modesta el fin de semana para dialogar ella, invitado por un equipo de Los Amigos de la Quebrada del Río Toro, que pertenecen al Centro de Investigaciones Socio Educativas del Norte (Cisen) de la UNSa.

El equipo fue guiado por Adelaida Jerez, la hija de Modesta, y se aprovechó el transporte para llevar el pan francés que tanto le encanta, agua, mercadería y lo más importante: la visita.

"Yo no necesito nada, tampoco puedo comer mucho porque me duele la panza. Lo que yo necesito es que me vengan a visitar", dijo Modesta a sus Amigos de la Quebrada.

La mujer tuvo a 4 nenas. Las dos más grandes llegaron cuando era soltera. Las dos más chicas, con Policarpio Jerez.

La mayor falleció y de la que se sigue no tiene noticias desde hace un tiempo. Luego viene Adelaida y las más chica es Nélida, que tuvo un accidente vial hace poco y que está en recuperación. En este tramo de la pandemia solo Adelaida la pudo asistir y le costó muchísimo en todo sentido porque ella vive en la ciudad de Salta.

"No había transporte alguno para ir. Un remís me cobró 7 mil pesos ida y vuelta hasta Las Cuevas. De ahí tuve que subir caminando con toda la carga a cuestas y luego bajar rápidamente. Tan difícil como llegar fue luego explicarle a mi mamá lo de la pandemia", aseguró Adelaida.

Es que su mamá tiene conexión directa con la Pachamama. Si hay que pintar el paisaje, Modesta es parte de las tolas, las piedras volcánicas, del agua de la vega que viene bajo el hielo; como alguna vez fue color del Carnaval. Hoy su piel está áspera como la montaña, le cuesta caminar y hasta comer. Sin embargo, mantiene su lucidez de coplera y cuenta, se acuerda, comenta y se ríe mucho.

La artritis reumatoidea comenzó con un indefectible proceso de deformación de sus huesos. Modesta está cada vez más pequeña, aunque sea gigante con el Chañi. Usa zapatillas más grandes porque no se puede poner medias y una mano le quedó cerrada para siempre. Así anda y es por eso que se llevaron sus ovejas a principio de año, porque ya no puede salir a pastorear por los faldeos altos de sus puestos. Ese largo proceso que impone la vida se profundizó hace unos 7 años, cuando unas vacas comenzaron a topar a sus ovejas. Modesta salió a la defensa de su majada y sufrió el embate de las bestias, que la dejaron en el piso. Luego terminó en un hospital local y ahí aprovecharon para hacerle todos los estudios necesarios. Es por eso que no quiere a las vacas. Tampoco a las perdices, porque le comen las habas. Si bien ya no tiene su majada, Modesta no sale de la montaña, ni bajará nunca a la casa de su hija en Salta. Toca las caras porque ya casi no ve nada y con total compasión dice: "Yo tengo todo lo que quiero acá. Además, yo ya comencé a ser parte de mi Pacha y cuando me muera seré completamente de ella", dijo al despedirse y quedarse en esa amplitud de su paisaje.

El amor, en el carnaval

Por el año 74, Modesta ya tenía dos hijas. Ella vendía en la estación Inca Huasi habas, carne, charqui, queso, arvejas, cuando conoció a Policarpio Jeréz, el papá de Adelaida, en un carnaval.
Era ferroviario y cuando lo designaron para la Puna no pensaba que encontraría el amor en las alturas. Policarpio caminó 18 kilómetros hasta la casa de Modesta. Allá llegó, en 1974, a La Encrucijada, preguntando y con timidez averiguó dónde estaba Modesta. Allí habló con sus padres y realizó el tradicional ritual del “pedimento”, por el cual se buscaba el consentimiento de los padres de la novia para el matrimonio.
Adelaida nació en el 75 y su hermana más chica, al otro año.

Voluntarios que visitan a los abuelos

Por esos días de cuarentena total salieron a los parajes los voluntarios de la fundación Los niños de San Juan, una organización que está asentada en Santa Rosa de Tastil.
Los voluntarios “recorrieron la zona y las viviendas para conocer las necesidades de sus habitantes. En su visitas se encontraron con abuelas y abuelos que están solos y desabastecidos dentro de sus casas”, dijo en una crónica para Vía Salta, la periodista Mercedes Mosca.
“Yo le tengo que agradecer a Ramón Gómez por haber llegado hasta mi mamá. Antes solo los Amigos de la Quebrada llegaron”, dijo Adelaida.
“Inocencia, de 75 años, estaba sola y llorando cuando los jóvenes de la Fundación tocaron la puerta de su casa. La mujer no podía entender que la ruta esté cortada y que su familia no la haya ido a visitar”, dice la crónica de Mosca.
“Ramón está ahora en Santa Victoria Este, pero vuelve y seguiremos realizando nuestra tarea”, dijo Oriana Siares y de paso dejó los contactos para ayudar a los voluntarios en sus recorridas. 
 

 

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