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"Cada pasta tiene parte de mi alma porque es artesanal"

Alina Naira Varela Pantaleón, gastronómica
Domingo, 16 de agosto de 2020 01:42

Alina es la prueba viviente sobre aquel anhelo de “progreso”, como sinónimo de prosperidad, no siempre va de la mano con la acumulación de capital. Empezó a vender cajitas de ravioles que salían de un kilo de harina, pasó luego a la comercialización industrial de pastas y finalmente se dio cuenta que lo mejor era volver a la artesanía y probar suerte con sus productos “hechos a mano”. 

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Alina es la prueba viviente sobre aquel anhelo de “progreso”, como sinónimo de prosperidad, no siempre va de la mano con la acumulación de capital. Empezó a vender cajitas de ravioles que salían de un kilo de harina, pasó luego a la comercialización industrial de pastas y finalmente se dio cuenta que lo mejor era volver a la artesanía y probar suerte con sus productos “hechos a mano”. 

Un párrafo para casi 10 años de trabajo que comenzaron cuando ella, y su pareja Martín, estuvieron en sima del abismo, en uno de esos momentos en la vida en que no se sabe con qué se va a parar la olla. Todo eso cuando Joaquín, su primer hijo, tenía solo meses de vida.

En el caluroso febrero de 2011, en la incertidumbre de la vida que los golpeaba, sacaron lo que mejor de sí y con un molde de ravioles y de sorrentinos, el oflador en la mesa del comedor y un foco de colores cambiaron el rumbo de sus vidas.

Fueron al quiosco del amigo Colie, una despensa de barrio, de esas que fían a los vecinos que se conocen desde que hicieron las casas, y le compraron a cuenta 1 kilo de harina, 6 huevos y un atado espinaca. Así comenzaron a vender a los tíos, primos, pero también a peatones con una mesita puesta en el portón de salida de casa en donde hay un arbolito de una especie indescifrable.

 

“El Árbol” le puso al emprendimiento porque en ese momento ni sabía hasta dónde llegaría (hoy tampoco lo sabe). Ella quería hacer unos pesos para poner algo de comida en la mesa y usaron la vieja receta de Delia, la mamá de Alina.

“Yo viví toda la vida en Tres Cerritos. Acá mi mamá me enseñó a cocinar y también algunos secretos de la pasta; es por eso que aposté a esto. No tenía nada, solo unas cajas carísimas y con eso vendía en un lugar donde el único punto de referencia era el foquito de colores, la mesita, un pizarrón viejo y el árbol que en ese momento estaba chiquito. Así comencé”, dijo Alina que tiene 33 años. Era muy joven cuando comenzó. Avanzó rápido. Avanzaron, Martín acompañó. Luego llegó Pilar, aunque ya la cosas estaban mucho mejor y ya habían comenzado el proceso de industrialización de las pastas.

En 2013 ya tenían la fábrica de pastas en la casa. Se convirtió en proveedora de hoteles y restaurantes. Le fue realmente bien y eso fue hasta fin del año pasado o quizás a comienzo de este año cuando Alina decidió cambiar nuevamente el rumbo.

“Voy a explicar qué pasó y es para que todos los que lean sepan y tengan en cuenta”, dijo y se puso muy seria, pausada y misteriosa.

“Las pastas industriales tienen el problema que se tiene que reducir la humedad y para eso se le agrega pan rayado o cualquier otra cosa que seque, hasta grisines puede ser. Además hay que estirar con lo que sea como por ejemplo leche, muchos le ponen caldos; además de los aditivos químicos que son conservantes para que duren más tiempo. A ese tipo de productos ya no lo quería hacer más, es como que no tienen alma, no tienen de lo mío. Yo quería (y lo logré) hacer mis pastas artesanales y un accidente que tuve me hizo parar, reconsiderar y cambiar ese rumbo”, dijo con una sonrisa.

Ese “accidente” cerró temporariamente la fábrica, pero como están acostumbrados a comenzar de muy abajo no les costó para nada reabrir, reacondicionar, reacomodarse, renovarse, reconvertirse...

Tampoco le costó la cuarentena. El paso de vender del modo de producción fordista al artesanal del Valle de Salta no le costó casi nada; es más: puso a Delia a trabajar y desde hace dos semanas contrató a Mariano, quien merece otra nota porque debe ser una de las pocas personas que consiguió trabajo en plena pandemia.

“Hago uno por uno cada raviol, cada panzotti o el sorrentino. Cada pasta tiene parte de mi alma. Los relleno con plantas aromáticas que tengo en mi huerta, utilizo la mejor harina, los mejores quesos, la mejor materia prima. Y se ve que gustaron porque desde que comencé, a principios de año, con esta modalidad, no para de aumentar la demanda. Hacemos entrega a domicilio, pero en un radio corto; sin embargo vienen de San Lorenzo, de Cerrillos, San Luis, de la zona norte, de todos lados a buscar su cajita de pasta. Y yo estoy feliz no solo por vender más sino porque es gente que valora el trabajo artesanal, de volver a comer alimentos naturales, saludables, como los que comían nuestros abuelos”, dijo Alina.

La pandemia modificó los hábitos de todas las familias y todas volvieron a comer en casa. Eso también los benefició y hubieran seguido siendo proveedores de los negocios gastronómicos se fundían. ¿La reconversión fue justa o la cuarentena los empujó? Ella dijo que la vio venir, pero también ya estaba la idea de antes. 

Se hace la pasta una por una.

Más propuestas en plena pandemia

Pizzas, panes y otros productos hechos con la filosofía de que lo artesanal es sano.

En este plan de reconversión de ofertas para la pandemia propone alterativas. Una de ellas, por las noches, son las pizzas al estilo “napoletano”. 

También prueban con una panadería artesanal de masa madre los fines de semana y hasta hace aventuras con la pastelería.

Una pequeña entrada con arte en las paredes, amigos que le fueron dejando su impronta al negocio de colores pasteles intensos, una tabla generosa y la propuesta que se abre para que aquel que llegue quiera llevarse todo. “Paz, amor y pastas”, dice un cartel y hasta las latas de tomates se reciclan en albahacas, romeros, oréganos, mentas y salvias que aromatizan el placer de volver a comer la comida que hacían nuestros abuelos.

Ella es una máquina de proponer sus productos; denota su apasionamiento. Quizás sea porque ahora puede hacer lo que quiere y el trabajo entonces se torna placentero.

Gentileza Diane Romero

“Se hace todo con masa madre de al menos 72 horas de fermentación y cocinan con horno a leña. Para los fines de semana estoy probando con unas focaccia con mucha humedad, con oliva y limón”, dijo y se metió en su espacio de preparación con un ademán que dijo “esperame un momento”.

Salió con frascos grandes con las masas madres que los transportaba con un cuidado como si llevara a bebés. Y sigue contando...

“Esta masa madre se hizo con la levadura de una cerveza IPA del Bar de Fueguitos. Es simplemente fabulosa. Con ella estamos haciendo también panes para vender por las tardes los fines de semana. Estoy probando con cosas que siempre hacía para la familia, pero que ahora como tengo más tiempos puedo desarrollar”, dijo entusiasmada.

Lo bueno es que con esta modalidad cualquiera puede llamarla y ella te cuida el pedido. 

La imagen en las redes

Alina forma parte de una nueva forma de trabajo. Usa la promoción de las redes sociales; sobre todo Instragram. Hay que buscarla como “elarbolpastas” para preguntas, ubicación, precios, reservas y para ver sus productos. Dicen que la comida entra por los ojos y recorrer su cuenta tienta. Hay un cuidado en la imagen que la realizan Diane Romero y Shannon Conly Gozal.

“Tenemos 3 premios importantes como microemprendimiento. Son reconocimientos a la forma de trabajo, porque estamos viendo al futuro y pensamos cómo serán los negocios. En ese trayecto conocimos a Diane y nos dio vueltas todas las concepciones sobre cómo ofrecer nuestros productos.

Además coincidimos plenamente en la filosofía de volver a comer de la manera más tradicional y rescatar la comida sana y casera”, dijo riendo.

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