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San Martín y su paso por Salta

Jueves, 10 de septiembre de 2020 00:00

Todas las personas que alcanzaron dimensión universal, el mito y la leyenda forman parte inescindible de su historia, y el general José de San Martín no es una excepción. Desde 170 años a esta parte, su figura no presenta mayores rasgos controversiales, probablemente por dos razones. Su paso por la vida pública por América duró solamente doce años y porque la autodeterminación de su exilio lo mantuvo lejos de las pasiones fratricidas en que se sumió el país desde 1820 hasta 1852. Resulta conveniente conocer algunas de las características personales del Libertador, en su única estancia en nuestra provincia.

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Todas las personas que alcanzaron dimensión universal, el mito y la leyenda forman parte inescindible de su historia, y el general José de San Martín no es una excepción. Desde 170 años a esta parte, su figura no presenta mayores rasgos controversiales, probablemente por dos razones. Su paso por la vida pública por América duró solamente doce años y porque la autodeterminación de su exilio lo mantuvo lejos de las pasiones fratricidas en que se sumió el país desde 1820 hasta 1852. Resulta conveniente conocer algunas de las características personales del Libertador, en su única estancia en nuestra provincia.

Según una descripción de los rasgos sobresalientes de su personalidad, proporcionada gentilmente al autor de estas líneas por el Dr. Ricardo Alonso: su comida preferida era el asado, que casi siempre comía con un solo cubierto, el cuchillo. Era muy hábil en comer así. No le gustaba el mate. Pero era un apasionado del café. Y como era muy "pillo" conocedor íntimo del alma del soldado, para no "desairar" a sus muchachos, tomaba café con mate y bombilla. Conocía mucho de vinos. Y podía reconocer su origen con solo saborearlo. Era un empedernido fumador de tabaco negro, que el mismo picaba, para luego prepararse sus cigarros. Era muy buen jugador de ajedrez, y realmente era muy difícil ganarle. Se remendaba su propia ropa. Era habitual verlo sentado con aguja e hilo, cosiendo sus botones flojos o remendando un desgarro de su capote, el cual, abundaba de ellos. Usaba sus botas hasta casi dejarlas inservibles. Más de un vez las mandaba a algún zapatero remendón, para que les hicieran taco y suela nuevos. Predicaba con el ejemplo. El mismo enseñaba el manejo de cada una de las armas, como lo atestiguan las melladuras del filo de su Corvo, inigualable instrumento de enseñanza de la esgrima. Y jamás, daba una orden a sus subordinados que él mismo no pudiera cumplir. Su palabra era santa, y para sus hombres era ley. Era muy buen pintor de marinas. Él mismo decía que si no se hubiera dedicado a la milicia, bien podría haberse ganado la vida pintando cuadros. Era muy buen guitarrista, habiendo estudiado en España con uno de los mejores maestros de su época. Hablaba inglés, francés, italiano, y obviamente español, con un pronunciado acento andaluz. Tenía la costumbre de aparecerse por el rancho y pedirle al cocinero que le diera de probar la comida que luego comería la tropa. Quería saber si era buena la comida de sus muchachos. Y allí mismo, en la cocina, la comía de parado. Luego de comer, dormía una siesta corta, de no más de una hora, para luego levantarse y volver al trabajo. En campaña, era el último en acostarse, después de cerciorarse de que todos los puestos de guardia estuviesen cubiertos, y el resto de la tropa descansando. Y para cuando empezaba a clarear el sol en el horizonte, hacía rato que el General contemplaba el alba.

Ahora bien, el 14 de diciembre de 1813 , luego de ser designado en reemplazo de Belgrano como jefe del Ejército Auxiliar del Perú, cuyo asiento era en Tucumán, emprendió un viaje de un mes a caballo, acompañado por el recién ascendido teniente coronel Martín Miguel de Gemes, a quien reivindicó militarmente, a la par que logró que hicieran las paces con el creador de la Bandera, por cuya orden lo habían desterrado. Primero a Santiago del Estero y luego a Buenos Aires. En ese tránsito, es posible que se forjara esa amistad que perduraría hasta el fin de la vida de Gemes. En Yatasto se produjo el célebre abrazo con Manuel Belgrano, a quien no conocía personalmente, el 20 de enero de 1814. Este dato surge del libro San Martín y Salta del Dr. Atilio Cornejo. Las paradas principales fueron en Córdoba el 30 de diciembre, en Santiago del Estero el 8 de enero y finalmente en Tucumán el 11 de enero de 1814. A su vez, en el trayecto, San Martín recibe copiosa correspondencia de Belgrano, desde Humahuaca, desde Jujuy y desde Campo Santo. La Sala de Yatasto, tal como se conocía antaño a los antiguos cascos de estancia, pertenecía a don Vicente Toledo y Pimentel, quien fue el anfitrión de la famosa entrevista. Cabe recordar que hacia 1735, años después de los terremotos de 1692 que destruyeron la ciudad de Esteco, existió el propósito de fundar en Yatasto una nueva urbe, para dividir el vasto territorio tucumano. Por cierto, ese propósito nunca llegó a concretarse.

La parte legendaria de este relato es hasta donde llegó San Martín en nuestra provincia. Algunos sostienen que solamente fue hasta El Arenal, localidad del actual departamento de Rosario de la Frontera y allí se encontró con Belgrano. Otros que habría alcanzado Orán, lo que parece improbable por una imprecisión de correspondencia, pues quien escribió el documento se habría confundido fonéticamente con Metán y finalmente por tradición oral mayoritaria, acuñada desde un principio por un leal colaborador sanmartiniano, como fue el capitán Mariano Necochea, se sostiene que efectivamente arribó a Yatasto. En un principio, Belgrano lo reconoció como segundo jefe del Ejército, reservándose la jefatura. Luego de algunas cavilaciones, decidió reconocer y transmitirle el mando a San Martín y ponerse a sus órdenes como subordinado.

En su honor, y acompañándolo hacia Tucumán, San Martín dispuso que en El Arenal, por primera vez desfilase con uniforme de gala el Regimiento de Granaderos a Caballo, episodio que debería ser recordado en ese lugar anualmente como una efemérides provincial. Un dato no menor del asunto es que el entonces director supremo Gervasio Antonio Posadas, quien dividiría la gobernación intendencia de Salta del Tucumán en octubre de 1814, y era tío carnal del pérfido detractor del Libertador, Carlos María de Alvear, le aconsejó que nombrase gobernador del Tucumán a Bernabé Aráoz, más tarde acérrimo enemigo de Gemes. Cabe recordar que por intrigas surgidas en el seno de la Logia Lautaro, en aquel momento núcleo del poder central, Alvear es el artífice de que San Martín salga de Buenos Aires hacia el interior. Aráoz, a su vez, registra un antecedente curioso en la historia nacional: fue gobernador de Salta, brevemente; luego fue gobernador de Tucumán y posteriormente presidente de la República del Tucumán. Pero, esa ya es otra historia.

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